martes, 11 de noviembre de 2014

Con Belaúnde Lossio en Churín

Luego de una frenética semana de trabajo, decidí desconectarme un par de días para recuperar fuerzas.

El viernes por la noche llegué hasta Churín para disfrutar de sus famosos baños termales. Al llegar me dirigí a un modesto hospedaje que me habían recomendado. En la recepción me saludó un hombre de mediana edad. Llevaba largas patillas, camisa de mangas cortas y una cadena de plata alrededor del cuello.

-Buenas –me dijo-. ¿Por cuánto tiempo se queda?
-Hasta el domingo.
-¿Quiere la habitación económica o la de lujo? La económica cuesta 30 soles  y la de lujo 50.
-¿Y cuál es la diferencia? Y no me diga que la diferencia es 20 soles.
-No, no le iba a decir eso. Las de lujo tienen un pequeño televisor.
-No –le dije-. Yo quiero desconectarme de todo.
-¿Está seguro? Siempre es bueno ver al menos las noticias.
-No, señor, estoy seguro.

En ese momento, pude ver que un hombre entró con premura y siguió rumbo a las habitaciones. Llevaba puesta una gorra y, no sé por qué, se me hacía conocido.

-Dígame –le dije al señor- esa persona que acaba de entrar es un huésped, ¿no?
-Sí, claro.
-¿Tiene mucho tiempo aquí?
-La verdad yo prefiero no hablar de mis clientes. Usted sabe, política de la empresa.
- ¿Y si le pido la habitación de lujo?
-Bueno en ese caso la política de la empresa es otra. Ese señor tiene dos semanas aquí, pero es una persona extraña. Casi no sale y  habla poco. Cojea levemente de la pierna derecha, pero solo fueron los primeros días. Ahora ya no. Me dijo que se llamaba Alberto Pérez pero estoy seguro que no es su nombre real, porque una vez lo llamé Alberto y nunca volteó. A veces parece tímido, a veces no, debe ser Acuario.
-¿Y alguna otra curiosidad?
-Bueno, me dijo que por favor no quería que entremos a limpiar su habitación.
-Ya veo. Eso es raro también.
-Sí, sobre todo porque nosotros no limpiamos las habitaciones.
-Y entonces usted diría que se está escondiendo.
-Pues no sé. ¿Por qué pregunta? ¿Lo conoce?
-No, no. Creo que no.

Dejé mis cosas en la  habitación y luego salí para cenar. Solo llevaba mi libreta de notas y el lapicero que siempre llevo conmigo. Cuando llegué al comedor volví a ver la misteriosa persona. Desde mi mesa, pude ver que sí era quien pensaba. Caminé el par de pasos que me separaba de su mesa y lo encaré.



-Tú eres Martín Belaúnde, ¿no?

Vi que de golpe su rostro se descomponía. Luego dio rápido vistazo a los alrededores y volvió a mirarme.

-¿Ya perdí? –me preguntó, con voz casi apagada.

Su evidente temor me dio la tranquilidad de sentarme  y enfrentarlo.

-No soy de la Policía, si a eso te refieres.
-Ya decía yo –me dijo-. Los policías suelen ser más atléticos.

Ahora el rostro que se descomponía era el mío.

-No creo que estés en situación de hacer bromas.
-Lo sé, son los nervios. Pero no entiendo, si no eres policía qué eres, ¿por qué has venido a buscarme?
-Yo no he venido a buscarte, lo que pasa es que...
-¿Eres periodista?
-Escribo una columna semanal en una revista.
-Ah ya, entonces tampoco eres periodista. ¿No serás un emisario de Palacio?
-Estás admitiendo que tienes una relación con Palacio de Gobierno.
-Eso nunca lo he negado, ni lo he afirmado tampoco.
-¿Tú sabes que nada me cuesta llamar a la Policía para que te capture?
-Eso depende, ¿qué tienes? ¿RPC o RPM?
-No entiendo –le dije-. Te asustó pensar que yo era policía y ahora bromeas cuando te digo que voy a llamar para que te capturen.
-Es que una cosa es que un policía me encuentre y quiera chantajearme, y otra cosa es que la Policía en verdad quiera capturarme.
-¿Estás diciendo que Urresti no quiere capturarte?

Belaúnde levantó el rostro y, con la mano, alzó la visera de su gorra.

-¿Qué quieres? ¿Chantajearme? ¿Con 10 mil dólares compraré tu silencio? ¿Para eso has venido?
- No, claro que no. ¿Cuánto dijiste?

En ese momento llegó el señor de recepción. Por uno segundos enmudeció, sorprendido de vernos sentados en la misma mesa.

-Tenemos patasca. ¿Dos platos?

Ambos asentimos y el señor se fue. Como se entenderá, en ese momento yo no estaba pensando en la comida, bueno, sí, un poco; pero en realidad lo importante era que se me había presentado la oportunidad de sacarle declaraciones exclusivas a un prófugo de la justicia. Después  de todo, Belaúnde es uno de los personajes más buscados del país, o al menos eso es lo que nos dicen.

-¿Sabes a cuánto está el plato de patasca? –me preguntó.
-Sí vi cuánto estaba, pero no recuerdo –le respondí sorprendido por la pregunta.
-Ahora que lo pienso –me dijo-. ¿No habrás venido a buscarme porque han dado una recompensa por mí? ¿Eso es? ¿Cuánto están dando por mí?
-10 soles.
-¡Cómo dices!
-El plato, ya me acordé. Está 10 soles.

Belaúnde me miro fijo y achinó los ojos.

-Dime, ¿te puedo entrevistar?

Belaúnde sonrió.

-¿Y acaso no has venido para eso? 
-No, yo no vine para eso, lo que ocurre es que…
-¿Me vas a entrevistar o no?

Abrí entonces mi cuaderno de notas y empecé a escribir: “Churín. 07.11.2014. Belaúnde. Patasca”.

-Te acepto la entrevista solo porque no me gusta comer solo y llevo días sin hablar con nadie.
-Dime, ¿Humala dice que no tiene ninguna relación contigo?
-Mira, yo he apoyado por lo menos con 300 mil soles en la campaña de Humala del 2006; también lo apoyé en algunos mítines en la última campaña. Una de las empresas que tenía con mi padre le pagó 50 mil dólares a Nadine por un estudio sobre la palma aceitera. ¿Puedes creerlo? ¿Quién es experto en palma aceitera?
-Espera, espera –le dije- hablas muy rápido.

Belaúnde tamborileaba la mesa con sus dedos, mientras iba escribiendo.
-Aceitada de 50 mil dólares dijiste, ¿no?

De pronto, los dedos de Belaúnde se detuvieron. Se inclinó hacia adelante, se volvió a acomodar la gorra y carraspeó.

-¿Dónde dices que se va a publicar esto? ¿No decías que solo escribes columnas?
-Sí, pero no también escribo otras cosas. Mira, te cuento, desde muy niño siempre me han gustado las…
-Lo he pensado mejor y  prefiero no decirte nada más.
-Pero ¿por qué?
-Creo que no es el mejor momento para hablar. Estoy bastante fastidiado. Acabo de ver en el televisor que ahora en el gobierno nadie parece conocerme.
-Por eso mismo, te conviene hablar. Además, mi columna es de ficción. Nadie va a creer que es cierto.
-Olvídalo, pero igual gracias por venir hasta aquí para entrevistarme.
-Pero yo no he venido para eso. Como te digo…
-Es el colmo en verdad que ahora me quieran ignorar –dijo, como hablándole al aire-. Pero se fregaron, si me hundo yo, todos se van a hundir conmigo. Conmigo no van a jugar.

En ese momento, llegó el señor con los platos humeantes y los pone en la mesa.

-Dime una cosa –le dije a Belaúnde, mientras lo veía limpiar la cuchara con  una servilleta-. ¿Acaso no es verdad que has estado traficando influencias desde que Humala llegó al poder?
-Perdona, pero no voy a decir nada más. Además, yo no hablo de negocios cuando estoy comiendo.

En efecto, empezó a tomar la patasca y de pronto pareció aislado del mundo. Yo también tomé un par de cucharadas, pero luego me detuve al comprender que se me imponía una misión patriótica e impostergable. Debía ayudar a que Belaúnde sea capturado. Pensé entonces en levantarme de la mesa, salir corriendo y llamar a la Policía. Sin embargo, comprendí que de momento no podía hacerlo: la patasca estaba buenaza.

Publicado en la revista Velaverde Nº89

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