lunes, 29 de junio de 2015

El cuento del nacionalismo

Cubiertos por unas frazadas de motivos incaicos, los niños Ollanta y Antauro, estaban acostados en dos camas juntas. Desde ahí observaron que su padre, Don Isaac, con una hoja en la mano, entró a la habitación hasta sentarse a los pies de los colchones.

-Bueno hijos, les voy a contar un cuento para que se duerman.
-¿Cuál papá? –preguntó Antauro.        
-¿Cómo que cuál? El de siempre.

Ollanta y Antauro se miraron, desanimados.



-¿Y por qué no les cuentas a mis hermanos también?
-Ya se los he dicho. Ustedes son los destinados a cambiar este país. ¿Entienden?

Los niños asintieron a duras penas. Don Isaac empezó a leer.

Primero fue tan sólo una figura borrosa que apareció en el horizonte. Conforme se acercaba, su imagen se fue definiendo y quienes lo vieron llegar esa tarde, contarían después que su presencia inspiraba respeto. Imperturbable a las miradas y a los comentarios a media voz, atravesó el pueblo envuelto en una manta color crema. Así siguió andando hasta detenerse recién en medio de la única plazuela del pueblo; dio un gran suspiro y se sentó sobre el suelo. Entonces, ante la atenta mirada de las gentes que lo habían seguido y que ya lo rodeaban, lanzó por fin sus primeras palabras: “El mundo se divide en dos tipos de personas: los que hacen política y a los que le hacen la política”.

-Papá –dijo Ollanta-. Sigo sin entender eso que dices de la política.
-Algún día vamos a entender. –dijo Antauro.
-Exacto, Antauro –dijo Don Isaac-. Bueno, voy a seguir.

Conforme pasaban los minutos, más y más gente lo iba rodeando hasta que pareció armarse una suerte de auditorio. “La política es mala, pero ignorarla es peor”, continuaba disertando. “La democracia  no es perfecta por eso hay que complementarla con la lucha”, precisó. De pronto, uno de los pobladores se levantó y, en tono amenazante, le dijo: ¿Quién eres? ¿Qué quieres en este pueblo? El hombre de la túnica lo observó y, sin ningún apuro, le respondió: “He venido a formar un movimiento político donde todos seamos nacionalistas”.

-Papá, -preguntó Ollanta-¿por qué siempre nos lees el mismo cuento?
-Porque tienen que conocer cuáles son los principios del nacionalismo. Se los repito, ustedes, o quizá uno de ustedes –dijo mirando a Antauro- gobernarán este país. Claro, antes de eso tienen que gobernar a sus esposas.
-Papá, -dijo Ollanta-, yo no me quiero casar.
-Eso dices ahora porque eres niño todavía.
-Papá –dijo Antauro-. ¿Yo soy naciolista?
-Querrás decir “nacionalista”.
-Eso, eso.
-Claro, Antauro, todos nosotros somos nacionalistas.
-¿Y los demás qué son? ¿Extranjeristas?
-Mejor déjame seguir leyendo.

Día a día el hombre de la túnica seguía llegando al mismo lugar del pueblo y empezaba a hablar a la misma hora. Sin embargo, cada vez el número de personas se incrementaba y, de pronto, alguien empezó a llamarlo: guía. Y así se le fue conociendo no solo en el pueblo, sino aún más allá, hasta donde habían llegado los rumores de un hombre que hablaba del nacionalismo, que prometía que los peruanos volverían a ser dueños de su destino. El hombre anunciaba el retorno del apogeo del Tahuantinsuyo, donde todos los extranjeros o todo lo que parezca extranjero deberá marcharse.

Semanas después, el hombre logró reunir a un gran número de seguidores y junto con ellos empezaron a recaudar fondos y luego lograron comprar armas.

-Esa parte me gusta –dijo Antauro.
-Lo sé –dijo Don Isaac.
-Papá –dijo Ollanta-. Nunca me has explicado porque tienen que usar armas.
-Porque los nacionalistas no son muchos y tienen que defenderse de los otros.
-¿De los otros nacionalistas?
-No, de los otros, de nuestros enemigos.
-¿Líbranos señor?

Doña Elena irrumpió en la habitación.

-Vamos Isaac, hay que dejar que los niños duerman.
-Pero todavía no he terminado de contarles el cuento.
-¿El cuento que tú escribiste? ¿Sigues con eso?
-Claro, están en edad de afianzar su nacionalismo.
-Papá –dijo Antauro-, si somos tan nacionalistas, ¿por qué nos has puesto en el Colegio Peruano Japonés?

Doña Elena y Don Isaac intercambiaron miradas.

-Está bien, es todo por hoy –dijo Don Isaac mirando a Doña Elena y luego a sus hijos-. Mañana antes de acostarse les contaré el cuento completo del nacionalismo.
-¿El nacionalismo es un cuento? –preguntó Ollanta.

Don Isaac lo miró con severidad.

-No, es algo real.

Luego padre y madre salieron de la habitación, apagaron la luz y cerraron la puerta tras de sí.

-Antauro –dijo Ollanta en la oscuridad- ¿tú crees que mi papá se haya molestado conmigo?
-Creo que sí, pero mañana dile que eres nacionalista y se le pasa.  
-¿Tú crees?
-Claro. No importa si lo eres o no. Si lo dices te van a creer.


Publicado en la revista Velaverde N°121


                            

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