domingo, 16 de marzo de 2014

Congresista amigo, el pueblo está contigo

Por lo general, la mayoría de nosotros despotricamos contra el Congreso de la República sin justificación alguna, sin conocimientos de causa y sin saber qué significa despotricar (significa “criticar”, acabo de googlearlo).


Sin embargo, tras un minuto –o dos- de meditación, advertiremos que no hemos valorado como se debe a nuestros esforzados parlamentarios. Contrario a lo que se pueda pensar, no es nada sencillo desempeñarse como congresista porque, por ejemplo, uno no siempre tiene ganas de comerse un pollo, robar la señal de cable o cobrar el sueldo de sus empleados.


¿Y qué hacemos los ciudadanos en retribución al sacrificio desplegado por nuestros padres y madres de la patria? Pues los acusamos injustamente. Aquí dos casos recientes:

Manos peruanas se elevan y punto…visual
He tratado, pero no puedo comprender por qué el cargamontón contra nuestra ex medallista y futura ex congresista Cenaida Uribe. A ver, se le acusa de haber presionado a un colegio del Estado para que siga contratando con la empresa Punto visual. Y, además, dicen que el dueño de esta empresa es su pareja. Pero, si fuera cierto, ¿por qué la necesidad de ensañarse con una persona cuyo único delito ha sido enamorarse?

El pasado 14 de febrero los enamorados se han obsequiado de todo, a veces hasta ellos mismos; y, si bien es muy romántico regalar un ramo de rosas, facilitar cuantiosos contratos con el Estado es romanticismo puro. Pero, a ver, que levante la mano aquel que no ha hecho una locura por amor, aunque sea por amor al dinero.

Por eso, he visto con estupor cómo los reporteros han perseguido a Uribe para que aclare si el dueño de Punto Visual es o no su pareja. La parlamentaria es una funcionaria pública, pero que alguien  pretenda averiguar a quién cobija en su corazón nacionalista es, sin duda, un exceso; cómo se atreve el periodismo a hacer ese tipo de averiguaciones; con qué derecho estos periodistas pretenden hacer bien su trabajo. La intimidad de Uribe, como corresponde, pertenece solamente a ella, a su entorno familiar y al Facebook.

Tú pides mucho, Gagó
Tampoco se puede entender por qué el ataque contra el congresista Julio Gagó. ¿De qué lo acusa el Poder Judicial? ¿De que su empresa ha vendido indebidamente cientos de fotocopiadoras al Estado? ¿De que todas las impresiones están saliendo con un sospechoso tono naranja fujimorista? El parlamentario, con toda razón, se ha mostrado indignado porque –fíjense lo injusto que es- de cuándo acá el Poder Judicial quiere hacer justicia.

Además, el congresista ha negado rotundamente cualquier vinculación con dicha empresa. “Yo solo soy el dueño”, ha explicado.  Asimismo, mostrando copias de varios documentos, precisó que desde que es congresista la empresa es manejada por personas ajenas a él, aunque luego admitió que todas ellas viven en su casa. Yo creo que no se puede culpar a un político por querer hacer prosperar a su familia. Porque, a ver, ¿que ahora estamos en contra de los negocios familiares?, ¿Qué acaso ya nos olvidamos que la familia es la base de la sociedad…anónima? En este mundo frío e impersonal, ¿se puede criticar a alguien por preocuparse de los suyos y de la suya al mismo tiempo?

Como se puede ver, los casos de Uribe y de Gagó, así como de otros parlamentarios, ilustran bastante bien lo ingratos que somos con nuestros representantes. Por ello, en estos tiempos aciagos en que el Congreso está siendo cuestionado por enésima vez, expreso mi solidaridad con estos ilustres congresistas que no merecen, de ninguna manera, haber sido criticados, denunciados y, mucho menos, elegidos.

Publicado en la revista Velaverde N°54

jueves, 6 de marzo de 2014

Salvo Nadine, ¿todo es ilusión?

La salida de César Villanueva del gabinete ha tras­cendido el simple ámbito político y ha abierto, en cambio, un debate filosófico: ¿puede una per­sona irse de donde no ha estado? Además, en esta misma línea, Nadine Heredia también nos ha hecho meditar: ¿puede una persona ser omnipresente y nacionalista al mismo tiempo?

Más terrenales eran los pensamientos que invadían al pre­sidente Humala la tarde en que decidió hablar con la primera dama. Estaba esperándola en un ambiente de la residencia de Palacio de Gobierno.



–Perdona la demora, estaba ha­blando con el nuevo premier.

–¿Con Cornejo?

–Sí –dijo Heredia–. Me sorpren­dió verlo tan preocupado por el tema de los sueldos.

–No me digas que también quie­re aumentar el salario mínimo…

–No, quería saber si el sueldo de 30 mil soles que va a recibir es bruto o neto.

–Definitivamente es bruto.

–Eso mismo le dije.

Luego, Humala se quedó viéndola, como estudiándola.

–Bueno –dijo Heredia–. Tienes toda mi atención los próximos cinco minutos.

–¿Cinco minutos?

–Sí, tengo una importantísima sesión de fotos para la revista Hola.

Humala dio un largo suspiro.

–Mira, Nadine, no sé bien cómo decirte esto. Tú sabes lo mucho que valoro tu participación en el Gobierno, pero esto no está bien. La gente dice que tú manejas todo y que el único control que yo tengo es el control remoto.

–¿Entonces tú lo tenías? Porque lo estuve buscando y…

–Escúchame, Nadine. Lo que quiero pedirte es que ten­gas un perfil más bajo.

–Pero, Ollanta, a ver, ¿cuál es el problema? ¿Que algunos hablen tonteras?

–Es que no son algunos Nadine, ya viste la última en­cuesta.

–Claro, tengo 60 % de aprobación.

–Eso no, me refiero a donde dice que el 70 % sospecha que tú eres la que manda en Palacio y el 30 % no tiene ninguna duda.

–Vamos, Ollanta, tú sabes que eso no es cierto.

–La verdad, ya no sé. A veces creo que algo de razón pueden tener.

–Pero ¿qué estás diciendo? Tú eres el presidente, el que manda. Mira, por ejemplo, ¿quien decidió poner a Cornejo como premier?

–Tú.

–Ah, bueno. Pero, a ver, ¿quién decidió qué ministros iban a irse y quiénes serían sus reemplazantes?

–También tú.

–Sí, pues. Humm, a ver… –dijo Here­dia y meditó unos segundos–. Ya, dime, ¿quién convenció a Castilla de que no se vaya?

–Yo.

–Ahí está. Ya ves, tú lo convenciste.

–Sí, pero por órdenes tuyas. Yo ni si quiera quería que se quede.

–Ya pues, Ollanta, esos son detalles.

–La verdad, Nadine, es que no me siento nada bien con esas habladurías.

–Y no eres el único, yo tampoco. Lo que pasa es que yo trato de ser fuerte, pero ¿cómo crees que me siento cada vez que escucho decir que yo soy la que gobierna, la que toma las decisiones, la que elije ministros, da luz verde y define la agenda?

–¿Mal?

–No, sorprendida por todo lo que hago. Además, ¿sabes algo? Esos opositores hablan así porque te tienen envidia.

–¿Tú crees?

–Claro, ya quisieran ellos tener un cuadro político como yo.

–Ni me hagas acordar. El otro día me llegó este tuit –dijo Humala, sacando un celular de su bolsillo–. Mira lo que dice: “Humala dice que Nadine es un gran cuadro, pero el que está pintado es él”.

–Por Dios –dijo Heredia mirando el celular y abriendo los ojos–. ¿En verdad esa es la hora?

Mientras tanto, los filósofos continuarán abocados al análisis metafísico de nuestra realidad política y seguirán surgiendo preguntas de hondo contenido existencial: ¿hace ruido un árbol si cae en medio del bosque y Nadine no lo escucha?; o, la luz que vemos antes de dejar este mundo, ¿es verde? Y así no dejarán de escudriñar lo desconocido hasta llegar a la pregunta definitiva y crucial: ¿habrá llegado Nadine a su sesión de fotos?

Publicado en la revista Velaverde Nº53