En uno de los salones
de Palacio de Gobierno, Ollanta Humala estaba sentado a la cabeza de una mesa
larga, Pedro Cateriano y Daniel Abugattás se encontraban cada uno a un lado.
-Bueno –dijo Humala-
que venga Nadine y empezamos con la reunión.
Abugattás y Cateriano
intercambiaron miradas.
-Nadine está en China
–dijo Abugattás.
-¿Cómo dices?
-¿Hacia dónde?
-No, te digo que se
fue a Asia. Nadine está en la China.
-Ah verdad. Me había
olvidado. Bueno, entonces empecemos.
-Señor presidente
–dijo Abugattás-. Es momento que usted tome una decisión sobre lo que está
ocurriendo con Tía María.
-Yo te aprecio mucho
Daniel, pero prefiero no meterme en temas familiares.
-No, señor presidente
–intervino Cateriano-. Daniel se refiera a la protesta en Islay contra el
proyecto Tía María.
-Exacto –dijo
Abugattás- el país no puede esperar más.
-¿Y si almorzamos
primero? –preguntó Humala.
-No, señor
presidente.
Humala se levantó.
Elevó el mentón y se quedó mirando al vacío.
-Está bien –dijo
Humala, sin perder la postura-. Si el país necesita que mi gobierno se muestre
firme y tome decisiones trascendentales, así será.
-Excelente, señor
presidente –dijo Cateriano-. Pero, ¿qué hora será ahorita en China?
-¿Qué hablas, Pedro?
–dijo Abugattás-. El señor presidente puede afrontar esta difícil situación sin
el auxilio de Nadine.
-¿Puedo? –preguntó
Humala, ya con los brazos caídos.
-Claro que puede
–dijo Abugattás-.
-¿Estás seguro?
-Claro que sí. Usted
puede tomar decisiones importantes. Dígame sino ¿quién tuvo la idea de lo de
Locumba?
-Nadine.
-Bueno, ¿y lo del
Andahuaylazo?
-Antauro.
-Ya, pero, ¿quién
tuvo la idea de lanzarse a la presidencia?
-Mi padre.
-Pero señor
presidente, ¿usted solo no ha decidido nada durante estos años?
-Claro que sí.
-Ahí está. ¿Y qué
decidió?
-Que Conga va.
En ese momento, el
edecán de Cateriano ingresó y le entregó una nota.
-Señor, el último
reporte de la situación en Islay –dijo el edecán antes de retirarse.
Cateriano cogió el
papel, lo puso delante de sí y lo recorrió con la mirada.
-¡Dios mío! Esto no
puede ser.
-¿Qué pasó? –dijo
Humala.
-Me olvidé mis
lentes.
Abugattas se estiró
hacia Cateriano y le quitó el papel. Luego de leerlo enmudeció.
-¿Qué dice Daniel?
¿Cómo están las cosas?
-En cuestión de horas
la situación será realmente inmanejable. Tiene que tomar una decisión y dar un mensaje
a la Nación hoy mismo.
-De acuerdo. A ver,
veamos. La primera opción que tenemos es declarar el Estado de Emergencia y así
podemos enviar a las Fuerzas Armadas a la zona.
-Ya hemos enviado a
las Fuerzas Armadas –dijo Cateriano.
-¿Ya la enviaron?
-Sí, claro.
-Pero ¿por qué nadie
me informa de estas cosas?
-Salió en las
noticias.
-Yo soy el presidente
de la República –dijo Humala, en tono enérgico- ¿tú crees que me da el tiempo para
saber qué está ocurriendo en el país?
-Bueno, entonces
descartamos el Estado de Emergencia –dijo Abugattás
-Descartado -dijo
Humala-. ¿Qué más tenemos?
-Podemos suspender el
proyecto -dijo Cateriano.
-Pero si hacemos eso
la empresa nos puede enjuiciar por millones –dijo Abugattás.
-Ni hablar –dijo
Humala-. Entonces no podemos suspenderlo.
-Claro que no –dijo
Abugattás.
-Bueno, señores –dijo
Humala levantándose-, entonces así quedamos. Daré el mensaje a la Nación hoy
mismo.
-Pero, ¿en qué hemos
quedado?
-En que no podemos
hacer nada –dijo Humala.
-¿Y eso le va a decir
a la nación? –preguntó Abugattás.
-Pero se lo diré con
absoluta firmeza.
Abugattás movió la cabeza a los lados.
-Insisto. ¿Le va a decir al país que el gobierno no va a hacer nada?
-No te preocupes,
Daniel –dijo Humala-. Voy a decir también que la empresa debe encargarse de
todo. Quizá tengamos suerte y se les ocurre cancelar el proyecto.
-Pero, señor
presidente, ¿no es mejor que hable primero con la empresa, llegue un acuerdo
con ella y luego lo anuncia? Así quedaría como que usted está dando solución al
problema y no quedaría como si fuera Pilatos.
-¿Con túnica y sandalias?
-No, como si se estuviera
lavando las manos.
-Mira Daniel, yo
hablaría con la empresa, pero me han dado muy malas referencias de ella.
-¿Ah sí?
-Sí –intervino
Cateriano- un informante que tenemos nos ha dicho que la gente de esta empresa no
es de fiar.
-¿Y quién les ha
dicho eso?
-Un tal Pepe Julio –dijo
Cateriano-, ¿lo conoces?
Publicado en la revista Velaverde N°115