lunes, 27 de octubre de 2014

Los cuentos de López Meneses

Por razones que no vienen al caso, es decir, que desconozco,  el ser humano promedio  prefiere renunciar a esa tarea tan engorrosa que es el razonar.  Así, es más práctico alejarse del ejercicio deductivo e instalarse en los cómodos dominios del prejuicio. Pero, ¿acaso siempre el  prejuicio es malo?  Yo, de antemano, digo que no.

Sin embargo, por estos días el ciudadano Oscar López Meneses viene denunciando que es víctima de un linchamiento mediático, una suerte de prejuicio en masa en contra suya, por el hecho casi anecdótico de haber sido operador de la mafia fujimontesinista y tener, en tiempos de Humala, el 50% de los patrulleros de la Policía resguardando su casa.

Evitando caer en el prejuicio, buscamos esta semana a López Meneses, no por los cuestionamientos que se le hacen, sino para conocer su lado creativo, un aspecto casi desconocido de su vida, incluso para él.



López Meneses publicó el año pasado, bajo el sello editorial “La Oveja Negra”, su primer –y felizmente- único libro de narrativa breve llamado “Puro cuento”. El libro -de tapa y cara dura- consta de 10 narraciones donde el autor recrea, de manera vívida, las aventuras de un entrañable asesor político llamado el “Doc” y sus relaciones con diferentes políticos.

Para hablar de su rol de escritor y de otros temas, pero sobre todo de otros temas, decidimos conversar con López Meneses. El polémico personaje nos recibió en su ahora apacible residencia de Surco.

“Pasaba seguido por aquí y al ver toda la parafernalia de seguridad me preguntaba qué alto funcionario del  gobierno vivía aquí”, le dije, buscando su reacción. “Yo me preguntaba lo mismo”, me dice sonriendo.

En la sala, dos inmensos cuadros abstractos cuelgan sobre las paredes cremas.  En la pequeña sala contigua hay una foto enmarcada donde López Meneses posa con varios dirigentes del fujimorismo.

-Mira –me dice- esos son ahora los que más me critican.

Viendo que él mismo quería hablar de política le seguí la conversación.

-¿Cómo llegó hasta el Congreso? –le pregunto.
-Bueno, no fue fácil. En esa época el tráfico por Abancay estaba peor.
-No –le digo-, te preguntaba quién lo llevó a que trabaje ahí, al mundo de la política. Hasta donde recuerdo usted había estudiado odontología.
-Así es.
-¿Y entonces no pensaba relacionarse con la política?
-No, yo quería ser un hombre de bien.
-Pero la política no es mala aunque haya malos políticos.
-Es verdad, pero los que me critican sí son de lo peor. Fíjate que han llegado a decir que la universidad me canceló el título de odontólogo.
-¿Y eso es cierto?
-Sí, claro, pero ese es un tema personal, privado.
-Pero usted dice que también es experto en marketing político y manejo de medios.
-Sí, claro.
-¿Es verdad que estudió en ESAN?
-No, en el SIN.
-¿En el SIN de Montesinos? ¿Y va a negar que es un montesinista?

De pronto, López Meneses parece exaltarse. Sin embargo, respira hondo y se tranquiliza.

-Claro que lo niego. Soy fujimontesinista.
-Pero ahora el fujimorismo lo trata de lejos, como si se hubiera olvidado que usted trabajó con ellos. Hablemos de eso, ¿cómo llega a la bancada fujimorista?
-Todo empezó cuando me enamoré.
-De la hija del entonces general Malca.
-Exacto.
-¿Y qué pensó cuando descubrió que Malca era íntimo de la mafia fujimontesinista?
-Pena
-Por no haber tenido suerte con tu suegro
-No, por no haberlo conocido antes.

López Meneses se frota las manos.

-Mira –me dice-. Mi suegro no es la persona que dice la prensa.
-¿Acaso no es un corrupto, fue socio de Montesinos y por eso se fugó del país?
-Ah, eso sí. Pero él era una muy buena persona con su gente.
-¿Con su familia?
-No, con la mafia.

Mientras el discípulo de Montesinos guarda silencio, me preguntó hasta cuándo querrá hablar de estas cosas y no sobre su libro. Yo, desde luego, no sería quien le cambie el tema.

-Y entonces, él le presentó a Montesinos y a la bancada fujimorista.
-Sí, pero mejor hablemos de una vez sobre mi libro.
-Antes de abordar el tema literario, no puedo dejar de preguntarle por los  patrulleros, portatropas, tanques y demás  que se encontraban frente a su casa. ¿Cómo explicas eso?
-Bueno, eso ya lo explique muchas veces. No es mi culpa que mi casa fuera elegida para el plan piloto del programa Barrio Seguro.
-Pero la oposición dice que la excesiva seguridad que usted tenía era para ocultar un central de chuponeo, para guardar oro ilegal y hasta se ha dicho que Montesinos se reunía aquí con gente del gobierno.

López Meneses sonríe. Mueve la cabeza a los lados. Su mirada se detiene un momento en uno de los grandes cuadros.

-Se han dicho tantas cosas. ¡Para qué vamos a repetirlas! Yo pensé que venías a hablar del libro.
-Desde luego –le digo- pero su libro de cuentos, más allá de las historias que cuenta es también una disección de la insana relación entre la política y la corrupción.
-Ah, sí, sí claro.
-¿Y entonces en verdad conoce a Humala?
-¿Pero no me estabas hablando del libro?

Esta vez el que sonríe soy yo.

-¿En verdad no quiere hablar de Humala y la amistad que usted dice que tienen?
-Yo preferiría ya no hablar de eso.
-Parece que se hubieran amistado.

López Meneses se reacomoda en su silla. Se inclina levemente hacia adelante y se lleva la mano al mentón.

-Yo ya dije lo que tenía que decir. Y ahora ya no voy a hablar más de ese tema. Más bien dime si vamos a conversar sobre mi libro o mejor dejamos esto aquí.



-No se preocupe –le digo- vamos a hablar del libro.
-De acuerdo.
-Me interesa el proceso creativo, la forma en que ha ido construyendo los personajes…
-Tengo fotos mías y de Ollanta.
-Perdón…
-Te digo que tengo fotos.
-Pensé que no quería hablar de eso.
-Pero qué clase de periodista eres. Te estoy dando el titular de tu nota.
-Entonces dice que tiene fotos suyas y de Ollanta.
-Sí, pero en ninguna salimos juntos.

Lo miro y vuelvo a sonreír.

-A ver, señor López Meneses, ahora yo le pido que regresemos a su libro. Es evidente que tiene un gran talento para contar las cosas como si en verdad fueran ciertas.
-¿Se refiere al libro o a las declaraciones que hago a la prensa?
-A sus cuentos.
-Por eso le pregunto, ¿se refiere al libro o las declaraciones que hago a la prensa?

Minutos después, cuando la entrevista termina y estoy por retirarme, López Meneses me sorprende.

-Son 50 soles –me dice.
-¿Me está cobrando por la entrevista?
-No, por el libro.

López Meneses me asegura que “Puro cuento” no se puede encontrar en librerías. Y no porque se haya agotado, sino porque no logró que ninguna librería aceptara exhibirlo. “Ni como donación me lo aceptaron”, me confesó.

-Por eso ahora los vendo personalmente.
-Pero yo pensé que me lo había enviado como cortesía.
-Claro, la cortesía es el envío. El libro no.

Pese a la escasa difusión y nulas ventas de su primera obra, López Meneses me anuncia que el próximo verano debe estar saliendo su primera novela llamada “En busca del resguardo perdido”, donde contará las aventuras de un misterioso operador político a quien llamará “OLM”.

Queda claro entonces que, solo si nos alejamos de los prejuicios, si no nos dejamos llevar por el bombardeo inclemente de la presa que lo critica, podremos darle entonces a López Meneses el lugar que se merece en el mundo de la ficción.

Después de todo, cualquier parecido con la coincidencia es, como sabemos, pura realidad.

Publicado en la revista Velaverde (27.10.2014)


sábado, 25 de octubre de 2014

Chuponeo S.A. (López Meneses y Ollanta Humala)



Oscar López Meneses: Aló Ollanta.

Ollanta Humala: ¿Quién habla?

OLM: Oscar López Meneses.

OH: ¿Y se puede saber para qué me llama?

OLM: Pero Ollanta, ¿qué pasó? ¿Por qué ya no me tuteas?

OH: Casi ni uso el twitter.

OLM: Bueno, no importa, te llamaba porque ya estoy cansado de esta investigación.

OH: ¿Me está grabando?

OLM: Me ofendes, claro que te estoy grabando. Pero es que no puedo evitarlo. Es algo que llevo dentro.

OH: ¿Como una obsesión?

OLM: Como un micrófono más bien. Mira, solo te  que pido que admitas que me conoces.

OH: Lo que usted y los fujimoristas quieren es desestabilizar mi gobierno.

OLM: Ah eso sí, pero aparte quiero que admitas que me conoces.

OH: Yo no trato con montesinistas.

OLM: ¿Y Adrián Villafuerte? Además, no te olvides que lo de Locumba fue el mismo día de la fuga de  Montesinos. A ver, ¿por qué tú y Antauro se levantaron en Locumba?

OH: Porque habíamos dormido ahí. Y sabe algo, ya me cansé de sus acusaciones.

OLM: Está bien, ya voy a colgar. Solo una cosa más. Por favor, dile a Urresti que deje de insultarme. Seguramente en unos días te estoy volviendo a llamar para seguir conversando.

OH: ¿Y cree que voy a hablar con una persona tan impresentable?

OLM: Vamos Ollanta, Urresti no es tan malo.


Publicado en El Otorongo (Peru21 - 24.10.2014)

martes, 21 de octubre de 2014

Un día con Urresti

En un local de Azángaro, el ministro Urresti camina de un lado a otro, mientras agentes de la Policía Nacional rebuscan por todos los rincones del lugar.

-Esto es un atropello –dijo el dueño del local-. Nosotros solo nos dedicamos al negocio de copiado.

-Claro, copian pasaportes, títulos, certificados y cualquier documento que les pidan –dijo Urresti, acercándose al intervenido.

-Mire –dijo el hombre, señalando un cuadro en la pared-. Esa es mi licencia de funcionamiento.

-¿Está vigente?

-Claro, le pusimos hasta el 2015.

Urresti miró al oficial a cargo del operativo y, con la mano, les ordenó que sigan sacando los documentos encontrados.



En ese momento, suena su celular.

-¿Sí? Sí, señorita Premier, dígame. No, no se preocupe, no he dicho nada hoy a la prensa. ¿Cómo? ¿Que quiere que me hagan un reportaje especial? No, no, no me niego, pero no es necesario. Según las encuestas la gente me sigue queriendo, aunque es verdad que la prensa ya no me está tratando tan bien. ¿Que el reportaje me va a ayudar a mantener mi imagen? No, señorita Premier, la verdad es que…¿Cómo dice? Bueno, ya, está bien. Si la primera dama lo ha pedido, yo encantado de hacerlo.


Al día siguiente, muy temprano, Urresti sale de su casa y se topa en la puerta con un reportero.

-Señor Ministro, soy Juan Pérez. Me han enviado para hacerle un reportaje.

-Ah sí, sí, tú dirás.

-Bueno, señor Ministro la idea es hacerle un reportaje de cómo es un día en su vida. Para que la gente sepa todo lo que usted trabaja.

-Ah ya, eso está bien.

-Vamos a resaltar eso de que usted casi no duerme. ¿Es verdad que solo duerme tres horas en el día?

-Es verdad, solo tres horas.

-¿Y no se cansa así?

-Un poco, pero lo compenso con las ocho horas que duermo en la noche.

De pronto, las facciones de Urresti se agravan.

-¿Y dónde está mi seguridad?

-¿Seguro que estaba aquí? – preguntó Pérez.

-¿Me vas a decir que cuando llegaste tampoco estaban?

-No.

Urresti dio un largo suspiro. “Esto no puede ser”, dijo y luego sacó su celular.

-Aló general. Sí, soy yo, el Ministro. ¿Cómo que cual Ministro? El Ministro del Interior. Lo estoy llamando porque quiero me que explique en este momento dónde está mi seguridad. Sí, general, no está. Sí, general, estoy seguro de que no está. ¿Cómo? ¿Que como son del 24x24 seguro que hoy les ha tocado su descanso? ¿A todos juntos? Mire, general, esto no se va a quedar así. ¡Cómo me van a dejar sin seguridad!¿Acaso usted no sabe lo peligrosa que está la calle? En seguida me da de baja a todos esos policías y luego usted mismo se da de baja. ¿Entendido?


Luego Urresti y el reportero llegaron a la sede del Ministerio del Interior. Ambos ingresaron  y caminaron hasta el despacho ministerial.

-¿Ministro? –dijo la secretaria.

-Claro que soy yo.

-¡Qué sorpresa Ministro! Sabe, yo pensé que era más alto. Al menos en la tele se le veía así.

-¿Cómo en la tele? –dijo el reportero-. ¿El ministro no suele venir al ministerio?

-No vengo mucho –respondió Urresti-. Yo soy un hombre de acción, no puedo estar pegado a un escritorio. Eso escapa a mi manejo, no lo puedo evitar, es mi naturaleza.

-¿Ah sí? –dijo el reportero- ¿Pero usted no dijo que cuando estaba en Ayacucho, el día que mataron al periodista, usted estaba en el escritorio?

Urresti le lanzó una mirada fría a Pérez. La secretaria, la asistente y un policía que estaban en el lugar enmudecieron y concentraron su vista en el Ministro.

-A ti no te ha enviado Rospigliosi, ¿no?


Minutos después, Urresti y el reportero salieron en el vehículo oficial. Ambos viajaban en el asiento trasero. Pérez sacó una libreta de notas y un lapiz.

-¿Y tú no usas esas cosas que usan ahora para grabar?

-Sí, claro –dijo Pérez- esto es solo para poner algunos comentarios.

Urresti asiente y da una mirada afuera de la ventanilla.

-¿A dónde estamos yendo Ministro?

-A la debacle total. La delincuencia crece, la economía se enfría, el trabajo…

-No, señor Ministro, no me refiero en general, sino en estos momentos, ¿a dónde vamos?

-Ah ya, bueno, primerito nos vamos a San Jacinto.

-Entiendo, vamos a un nuevo operativo.

-No, en realidad vamos a comprarle un repuesto al auto.

Pérez mira extrañado a Urresti.

-No irás a poner que vamos a San Jacinto para eso, ¿no?


Horas después, Urresti y Pérez se encuentran sentados en un restaurant.

-¿Y cómo va esa nota? –pregunta Urresti mientras espera que los platos ordenados lleguen.

-Bien, Ministro.

-No te noto muy convencido.

-Es que tengo una pregunta que quiero hacerle.

-Dime.

-¿Por qué es usted como es?

-¿Qué pregunta es esa?

-¿Por qué dice las cosas que dice? ¿Por qué se pelea con la prensa? ¿Por qué dice esas frases tan extrañas?

-Extrañas no, es que me sacan de contexto.

-Por ejemplo eso que acaba de decir de los sicarios.

-Ya mira, ese es un buen ejemplo de cómo me tergiversan. Yo dije bien clarito que el sicariato debe preocuparles solo a los delincuentes.

-Eso es pues.

-Pero la prensa que es amiga de estos expertos que siempre me critican dijo que yo había dicho que el sicariato debe preocuparles solo a los delincuentes.

-Pero eso es lo que acaba de decir.

-¿Yo? ¿Cuándo?

-Ahorita Ministro, lo acaba de decir.

-Lo que he dicho es que el sicariato debe preocuparles solo a los delincuentes.

-Ya ve, lo ha repetido.

-Tú también pareces de esos periodistas que me inventan declaraciones.

-Usted no se da cuenta de las cosas. ¿no?

-¿Darme cuenta de qué?


En la noche, en el vehículo oficial, Urresti conversa con Pérez mientras se alejan de Mesa Redonda, lugar del último operativo del día.

-¿Y aprendiz de periodista? ¿Cómo saldrá la nota?

-Bien, se nota que ganas no le faltan a usted.

-Eso sí.

-Lo que le faltan son ideas.

-Lo mismo dicen todos lo que me critican. Se la pasan diciendo que yo no tengo una estrategia.

-¿Y usted tiene una?

-No, pero eso a ellos qué les importa. Yo sé cómo hago mi trabajo. Tú has sido testigo que todo el día estoy tras los delincuentes.

-Pero puros pirañitas y arrebatadores de celulares. ¿Esa es la labor de un ministro?

-Ya ves. Uno te trata bien y me dices lo mismo que me dicen mis críticos.

-Es sentido común nomás Ministro. Es lo mismo del caso de Ayacucho. Es difícil pensar que usted no tuvo nada que ver.

Urresti movió la cabeza a los lados.

-Hasta aquí nomás. Terminemos de una vez con esto.

Luego ordenó detener el auto al chofer.

-El reportaje terminó. Puedes bajarte aquí.

Pérez abrió la puerta y descendió del auto. Antes de cerrar miró a Urresti.

-De todas maneras gracias por la entrevista.

-No te la hubiera dado si no fuera porque la Premier me insistió. Y aunque te haya mandado ella no me confío de nadie. Así que cuidadito con que en tu nota me hagas ver como un si fuera cualquier improvisado.

-No se preocupe, señor Ministro. Usted no es cualquiera.

Publicado en la revista Velaverde Nº86

viernes, 17 de octubre de 2014

Chuponeo S.A. (Ana Jara - Ollanta Humala)


Ana Jara: Aló señor presidente, lo llamaba porque necesito coordinar un tema de suma importancia. El problema es que Nadine no me responde.

Ollanta Humala: ¿Y quieres saber mi opinión solo porque no puedes ubicarla?

AJ: No, señor Presidente. Lo que quiero saber es si Nadine está por ahí.

OH: No está, así que mejor dime qué ocurre.

AJ: Se trata de usted, pero como todo lo coordino primero con la primera dama…

OH: Si se trata de mí tengo derecho a saber.

AJ: Lo que pasa es que la Comisión que ve el caso de López Meneses quiere que usted declare.

OH: Me parece muy bien que se investigue el tema.

AJ: Qué bueno que piense así. Entonces va a declarar.

OH: No, gracias.

AJ: Pero solo tiene que decir lo que sabe del caso.

OH: Por eso mismo: no, gracias.

AJ: Pero usted no decía que nuestro gobierno se distingue por la transparencia.

OH: ¿Y acaso no estoy siendo transparente contigo?

AJ: Y ahora ¿qué les voy a decir los de la comisión?

OH: Diles que respeten la majestad de mi cargo, que tengo impunidad.

AJ: Inmunidad.

OH: Eso, inmunidad, y diles que nadie puede dudar de mi honor ni de mi caradura.

AJ: Catadura.

OH: Eso, catadura, y por último también diles todo lo que se dice en estos casos.

AJ: ¡Qué vergüenza! Esto es un insulto a la democracia.

OH: Exacto. También diles eso.

Publicado en El Otorongo (Peru21 - 17.10.2014)

lunes, 13 de octubre de 2014

La carta de Cándido Torrejón

La revista Velaverde lamenta informar que la columna de Yuri Rodríguez Vásquez no saldrá esta semana. Pedimos disculpas a todos los fieles seguidores de este espacio, es decir, a la familia y amigos del autor. En su lugar, hemos preferido  publicar una reveladora carta que nos llegó hasta nuestra redacción, hecho que nos sorprendió  considerando que Serpost seguía en huelga. La decisión, desde luego, no fue sencilla. El columnista iba a publicar un sesudo y esperado ensayo sobre por qué se pierden los imperdibles. Mientras que la misiva daba luces sobre la corrupción desatada en Chiclayo.

La votación del consejo editorial fue reñida: dos votaron para que se publique la columna, tres para que no se publique esta semana y cuatro para que no se vuelva a publicar más. Lo importante, sin embargo, es la carta que a continuación se transcribe en su accidentada redacción original.


Clandestinidad, 11 de octubre del 2014

Señores de Velaverde:

Me llamo Cándido Torrejón. Escribo esta carta para que tengan a bien publicarla y para que sepan que aunque estoy en la clandestinidad en realidad no soy culpable de nada. Fui parte de la gente del alcalde, pero nunca cometí delito, al menos no por voluntad.

Todo comenzó en el 2007. Había sido despedido intempestivamente de mi trabajo, aunque con dos semanas de anticipación. Flaco, ojeroso, cansado pero con ilusiones, me fui a Chiclayo a probar suerte. Llegue a la ciudad con todos mis ahorros para primero tomarme un merecido descanso. Dos días después veía que los ahorros ya se me estaban acabando así que decidí que era hora de buscar trabajo.

La primera vez que salí a buscar trabajo me dirigí a la Plaza de Armas porque me habían dicho que cerca de ahí había varios locales comerciales.

Por fortuna –o por desgracia- ocurrió que al pasar cerca de la municipalidad escuché una bulla que me hizo acercarme. Ingresé sin que me pidieran ningún documento. Y, apenas me asomé a un local que llaman creo salón consistorial o algo así, un señor de mediana edad, que lideraba la reunión, me señaló y todos los asistentes voltearon a verme. Yo, intimidado, retrocedí y ya iba a irme cuando el señor ese me llamó y me dijo: “Joven, pasa y siéntate”. Yo le obedecí y me senté. “Este joven –dijo- es el vivo ejemplo de que la juventud chiclayana acude a nuestro llamado para lograr una ciudad moderna”. Luego me dijo: “’¿De dónde eres? ¿De Pimentel? ¿Monsefú? ¿Reque?” “No –le dije- soy de Lima”. Un murmullo recorrió el recinto y el señor ese, que no tenía mucho cabello,  dijo, ya no a mí, sino a todos: “Ya ven señores, nuestro llamado ha calado tan hondo que desde la capital del país vienen los jóvenes conocedores que el futuro del Perú está en Chiclayo”.  La gente aplaudió aunque en verdad varios se estaban sonriendo.

Cuando la reunión terminó, el señor ese, que resultó que era el alcalde, se me acercó y me dijo: “¿Qué diablos haces aquí?” “Bueno –le respondí- busco trabajo”. Me miró un par de segundos y luego me dijo que estaba contratado, que fuera al día siguiente y que ya verían donde me podrían colocar. Entonces sacó un billete de cien soles y lo puso en mi mano. “Toma considéralo un bolo”. “¿No será un bono?”, le pregunté. “Lo que sea –me dijo-, ¿lo quieres o no?”. Yo lo tomé en seguida porque nunca me ha gustado que me presionen.

Me dieron un trabajo de asistente del asistente del ayudante del alcalde, o algo así. La primera mañana que estaba en el municipio la vi, a ella, a Katiuskha, me refiero, a la que sería también mi jefe, es decir, mi jefa, la jefa de todos, empezando por el alcalde. Pero en ese momento era solo una practicante aunque pronto me di cuenta que prácticamente ese era un cargo formal. La verdad era que ella hacía y deshacía en el municipio. Entonces fue que me contaron que ella y el alcalde eran pareja. "Pero si ella puede ser la nieta del papá del alcalde", comenté haciéndome el gracioso, pero la persona que estaba a mi lado me dijo, muy seria, que tuviera cuidado con mis palabras.

Días después, el sábado, el alcalde había organizado una gran fiesta. Fue entonces cuando pude ver realmente la capacidad económica del alcalde. Desde las primeras horas de ese día estuve ayudando con los preparativos. Me habían dado una lista inmensa de cosas que debía de llegar a la casa y yo las iba cotejando: licor, gaseosas, comida, bocaditos y muchas cosas más. Llegaron también varios grupos de cumbia y durante la mañana y la tarde el alcalde visitaba esporádicamente la casa para ver cómo iba todo.

En la noche, la casa estaba llena. La primera orquesta ya estaba tocando y varias parejas ya bailaban. Los mozos iban de un lado a otro, procurando que a ningún invitado tuviera seca la garganta por mucho tiempo. En el patio,  dos mesas larguísimas soportaban los enormes platos de comida norteña. Yo me preguntaba a qué se debía la fiesta.

La respuesta llegó media hora después cuando noté que había cierto alboroto en la entrada de la casa. Entonces la vi y casi no la reconocí. Una elegante Katisukha llegó acompañada de su madre y de algunas personas más. No sé de qué parte de la casa salió, pero el alcalde, feliz de la vida, llegó raudo a recibirla. De pronto pasó algo extraño, no sé quién empezó pero surgieron aplausos. La cosa es que en un ratito ya todos estaban aplaudiendo y la imagen me hizo acordar, igualito, a cuando en un quinceañero el padre presenta a su hija en sociedad.

Esa fiesta fue de todas las que vi después sin duda la más costosa. Sin duda. No he hecho cálculos ni nada pero por lo que recuerdo debe serlo. Algo de eso le dije al alcalde esa misma noche cuando en un momento se me acercó a hacer un salud y pude notar que ya estaba, digamos, bastante alegre. No me imaginé que su respuesta sería tan directa y tan reveladora. “Señor –le dije- es una gran fiesta, pero me da una curiosidad”. “Habla pues”, me dijo. “Yo he estado recibiendo las cosas para la fiesta y son los mismos proveedores del municipio. Es decir, ¿la fiesta se ha hecho con su plata o con la plata del municipio?". Me miró unos segundos y luego me respondió "Es la misma vaina".

En ese momento supe que la corrupción en el municipio era inmensa, pero decidí quedarme con la esperanza que el alcalde enmiende su camino, deje de robar y se entregue a Dios, o a la justicia. Pero nada de eso pasó.

Hoy, sigo escondido pero he decidido que en los próximos días, o semanas o no sé bien cuándo pero pronto, voy presentarme ante las autoridades y decir todo lo que sé. Sobre mi cuota de responsabilidad, debo aceptar que el dinero que recibí provenía de las arcas del municipio y eso me hace cómplice. Nunca debí recibir  esos 100 soles.

                                                                                                             Cándido Torrejón


La autenticidad de esta carta no está en discusión. Que la anécdota donde el alcalde dice aquello de “es la misma vaina” se parezca mucho -quizá demasiado- a un cuento de García Márquez, no quiere decir de ningún modo que la misiva sea falsa. 

Significa en todo caso que la ficción y la vida son, en ocasiones, la misma vaina.

Publicado en la revista Velaverde Nº85