En
un local de Azángaro, el ministro Urresti camina de un lado a otro, mientras
agentes de la Policía Nacional rebuscan por todos los rincones del lugar.
-Esto
es un atropello –dijo el dueño del local-. Nosotros solo nos dedicamos al negocio
de copiado.
-Claro,
copian pasaportes, títulos, certificados y cualquier documento que les pidan
–dijo Urresti, acercándose al intervenido.
-Mire
–dijo el hombre, señalando un cuadro en la pared-. Esa es mi licencia de
funcionamiento.
-¿Está
vigente?
-Claro,
le pusimos hasta el 2015.
Urresti
miró al oficial a cargo del operativo y, con la mano, les ordenó que sigan
sacando los documentos encontrados.
En
ese momento, suena su celular.
-¿Sí?
Sí, señorita Premier, dígame. No, no se preocupe, no he dicho nada hoy a la
prensa. ¿Cómo? ¿Que quiere que me hagan un reportaje especial? No, no, no me
niego, pero no es necesario. Según las encuestas la gente me sigue queriendo,
aunque es verdad que la prensa ya no me está tratando tan bien. ¿Que el
reportaje me va a ayudar a mantener mi imagen? No, señorita Premier, la verdad
es que…¿Cómo dice? Bueno, ya, está bien. Si la primera dama lo ha pedido, yo
encantado de hacerlo.
Al
día siguiente, muy temprano, Urresti sale de su casa y se topa en la puerta con
un reportero.
-Señor
Ministro, soy Juan Pérez. Me han enviado para hacerle un reportaje.
-Ah
sí, sí, tú dirás.
-Bueno,
señor Ministro la idea es hacerle un reportaje de cómo es un día en su vida.
Para que la gente sepa todo lo que usted trabaja.
-Ah
ya, eso está bien.
-Vamos
a resaltar eso de que usted casi no duerme. ¿Es verdad que solo duerme tres
horas en el día?
-Es
verdad, solo tres horas.
-¿Y
no se cansa así?
-Un
poco, pero lo compenso con las ocho horas que duermo en la noche.
De
pronto, las facciones de Urresti se agravan.
-¿Y
dónde está mi seguridad?
-¿Seguro
que estaba aquí? – preguntó Pérez.
-¿Me
vas a decir que cuando llegaste tampoco estaban?
-No.
Urresti
dio un largo suspiro. “Esto no puede ser”, dijo y luego sacó su celular.
-Aló
general. Sí, soy yo, el Ministro. ¿Cómo que cual Ministro? El Ministro del
Interior. Lo estoy llamando porque quiero me que explique en este momento dónde
está mi seguridad. Sí, general, no está. Sí, general, estoy seguro de que no está.
¿Cómo? ¿Que como son del 24x24 seguro que hoy les ha tocado su descanso? ¿A
todos juntos? Mire, general, esto no se va a quedar así. ¡Cómo me van a dejar
sin seguridad!¿Acaso usted no sabe lo peligrosa que está la calle? En seguida
me da de baja a todos esos policías y luego usted mismo se da de baja. ¿Entendido?
Luego Urresti y el reportero llegaron a la sede del Ministerio del Interior.
Ambos ingresaron y caminaron hasta el despacho ministerial.
-¿Ministro?
–dijo la secretaria.
-Claro que soy yo.
-¡Qué
sorpresa Ministro! Sabe, yo pensé que era más alto. Al menos en la tele se le
veía así.
-¿Cómo
en la tele? –dijo el reportero-. ¿El ministro no suele venir al ministerio?
-No
vengo mucho –respondió Urresti-. Yo soy un hombre de acción, no puedo estar
pegado a un escritorio. Eso escapa a mi manejo, no lo puedo evitar, es mi
naturaleza.
-¿Ah
sí? –dijo el reportero- ¿Pero usted no dijo que cuando estaba en Ayacucho, el día que mataron al periodista, usted estaba en el escritorio?
Urresti
le lanzó una mirada fría a Pérez. La secretaria, la asistente y un policía que
estaban en el lugar enmudecieron y concentraron su vista en el Ministro.
-A
ti no te ha enviado Rospigliosi, ¿no?
Minutos
después, Urresti y el reportero salieron en el vehículo oficial. Ambos viajaban
en el asiento trasero. Pérez sacó una libreta de notas y un lapiz.
-¿Y
tú no usas esas cosas que usan ahora para grabar?
-Sí,
claro –dijo Pérez- esto es solo para poner algunos comentarios.
Urresti
asiente y da una mirada afuera de la ventanilla.
-¿A
dónde estamos yendo Ministro?
-A
la debacle total. La delincuencia crece, la economía se enfría, el trabajo…
-No,
señor Ministro, no me refiero en general, sino en estos momentos, ¿a dónde
vamos?
-Ah
ya, bueno, primerito nos vamos a San Jacinto.
-Entiendo,
vamos a un nuevo operativo.
-No,
en realidad vamos a comprarle un repuesto al auto.
Pérez
mira extrañado a Urresti.
-No
irás a poner que vamos a San Jacinto para eso, ¿no?
Horas después, Urresti y Pérez se encuentran sentados en un restaurant.
Horas después, Urresti y Pérez se encuentran sentados en un restaurant.
-¿Y
cómo va esa nota? –pregunta Urresti mientras espera que los platos ordenados
lleguen.
-Bien,
Ministro.
-No
te noto muy convencido.
-Es
que tengo una pregunta que quiero hacerle.
-Dime.
-¿Por
qué es usted como es?
-¿Qué
pregunta es esa?
-¿Por
qué dice las cosas que dice? ¿Por qué se pelea con la prensa? ¿Por qué dice
esas frases tan extrañas?
-Extrañas
no, es que me sacan de contexto.
-Por
ejemplo eso que acaba de decir de los sicarios.
-Ya
mira, ese es un buen ejemplo de cómo me tergiversan. Yo dije bien clarito que
el sicariato debe preocuparles solo a los delincuentes.
-Eso
es pues.
-Pero
la prensa que es amiga de estos expertos que siempre me critican dijo que yo
había dicho que el sicariato debe preocuparles solo a los delincuentes.
-Pero
eso es lo que acaba de decir.
-¿Yo?
¿Cuándo?
-Ahorita
Ministro, lo acaba de decir.
-Lo
que he dicho es que el sicariato debe preocuparles solo a los delincuentes.
-Ya
ve, lo ha repetido.
-Tú
también pareces de esos periodistas que me inventan declaraciones.
-Usted
no se da cuenta de las cosas. ¿no?
-¿Darme
cuenta de qué?
En
la noche, en el vehículo oficial, Urresti conversa con Pérez mientras se alejan
de Mesa Redonda, lugar del último operativo del día.
-¿Y
aprendiz de periodista? ¿Cómo saldrá la nota?
-Bien,
se nota que ganas no le faltan a usted.
-Eso
sí.
-Lo
que le faltan son ideas.
-Lo
mismo dicen todos lo que me critican. Se la pasan diciendo que yo no tengo una
estrategia.
-¿Y
usted tiene una?
-No,
pero eso a ellos qué les importa. Yo sé cómo hago mi trabajo. Tú has sido testigo
que todo el día estoy tras los delincuentes.
-Pero
puros pirañitas y arrebatadores de celulares. ¿Esa es la labor de un ministro?
-Ya
ves. Uno te trata bien y me dices lo mismo que me dicen mis críticos.
-Es
sentido común nomás Ministro. Es lo mismo del caso de Ayacucho. Es difícil
pensar que usted no tuvo nada que ver.
Urresti
movió la cabeza a los lados.
-Hasta
aquí nomás. Terminemos de una vez con esto.
Luego
ordenó detener el auto al chofer.
-El
reportaje terminó. Puedes bajarte aquí.
Pérez
abrió la puerta y descendió del auto. Antes de cerrar miró a Urresti.
-De
todas maneras gracias por la entrevista.
-No
te la hubiera dado si no fuera porque la Premier me insistió. Y aunque te haya
mandado ella no me confío de nadie. Así que cuidadito con que en tu nota me
hagas ver como un si fuera cualquier improvisado.
-No
se preocupe, señor Ministro. Usted no es cualquiera.
Publicado en la revista Velaverde Nº86
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