viernes, 26 de diciembre de 2014

Chuponeo S.A. (Maduro - Castro)


Nicolás Maduro: Aló Raúl.

Raúl Castro: Hola Nicolás, ¿cómo tú estás?

NM: Pero coño, ¿cómo tú quieres que esté?  Me han dicho que ahora tú y Obama son amigos.

RC: Sí, pero solo en el facebook.

NM: No lo puedo creer, coño. Yo creyéndote mi camarada y tú estabas amistando con los yanquis.

RC: ¿Y quién te lo dijo?

NM: Un pajarito.

RC: ¿Algún informante?

NM: No, de verdad un pajarito.

RC: Pero chico. No me digas que sigues creyendo que las aves hablan en nombre de Chávez.

NM: Todas no, pero esta sí. Y hoy me dijo que habías traicionado a la revolución.

RC: Vamos, Nicolás. ¡Take it easy!

NM: Entonces es cierto. Te has vuelto aliado de mi enemigo mortal. ¿Tú sabes qué hago con los que son aliados  de mi enemigos?

RC: ¿Los bloqueas en el twitter?

NM: No, bueno sí, pero aparte de eso. ¿Sabes qué les hago?

RC: ¿Los troleas?

NM: No, bueno sí también, pero yo me refiero a que les declaro la guerra total.

RC: Vamos chico, esto del poder es como la evolución. Si no nos adaptamos, nos extinguimos.

NM: Hablando de extinción, ¿cómo está Fidel?

RC: Bien, tiene 88 pero parece de 80. Igual ya no quiere saber nada de política.

NM: Pero cónchale Raúl, ¿has pensado bien las cosas?  ¿Cuál será ahora tu destino? ¿La deshonra?

RC: No, Miami.

Publicado en El Otorongo (Peru21 - 26.12.2014)

martes, 23 de diciembre de 2014

El pajarillo, Maduro y los yanquis

En uno de los jardines del Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro contemplaba con ávido interés a un pajarillo. De pecho negro y cuerpo amarillo, el ave volaba de un lado a otro de la gran jaula sin decidirse a posarse en un lugar y, en apariencia, sin ganas de trinar. Maduro no se amilanó, se cargó de paciencia y continuó mirándolo por varios minutos más.
-Vamos, Comandante, silbe, dígame algo. Mire que el país se nos derrumba, coño.



Desde la primera vez que Maduro había escuchado, en el dulce silbido de aquella ave, las sabias palabras del ex presidente revolucionario y bolivariano Hugo Chávez, se obsesionó con ubicarla, capturar y conservarla. “Cónchale, ¿se imaginan tener el consejo de nuestro comandante todos los días?
En el más estricto secreto, se ordenó un enorme operativo para ubicar el ave en cuestión. Maduro había ofrecido una jugosa recompensa entre sus fuerzas del orden a quien le llevé al ave. Pronto Palacio de Miraflores se vio lleno de agentes quienes, aves en mano, afirmaban sin duda alguna que el pajarillo que llevaban era el mismísimo Chávez. Luego de largas y tediosas audiciones, en las que Maduro tuvo que escuchar el silbido de decenas de aves, por fin, el mandatario dio por terminada la búsqueda.

-Pero Comandante, ¿dónde se había metido? –le dijo al ave que silbaba frente a él- Usted no se preocupe que desde ahora vivirá aquí en Palacio y se le rendirá los honores correspondientes.

Desde entonces, sobre todo en tiempos difíciles, Maduro solía salir al jardín y buscar algún consejo del ave chavista.

Esa tarde, Maduro llevaba ya casi una hora esperando que el ave se digne en silbar, pero  nada. Entonces, un asistente del presidente llegó y se detuvo juntó a él.

-Presidente –dijo y de pronto su voz pareció rasgarse- tengo que darle una noticia.

Maduro, que ni siquiera había volteado a verlo, alzó su mano.

-Espera, espera –dijo- ya se posó. Nuestro Comandante parece que ya va a hablar.

En efecto, el ave silbó; era una melodía alegre, lúdica, de súbitos quiebres.

-¿Y qué dice el Comandante?

Maduró se agachó, se pegó más a la jaula y se concentró en escuchar. Luego se volvió a enderezar.

-Dice que quiere alpiste.

Maduro volteó, dándole la espalda a la jaula.

-Vaya inmediatamente y traiga alpiste para el Comandante.
-Pero Presidente –dijo- antes de eso déjeme contarle qué ha pasado.
-Oiga, ¿usted me está desobedeciendo? ¿Quiere que el Comandante muera de hambre?
-Pero el Comandate ya está…no, no quiero el Comandante muera de hambre.
-Entonces vaya y haga lo que le digo.

El asistente miró a Maduro y luego suspiró.

-EE.UU. y Cuba han anunciado el reinicio de sus relaciones diplomáticas –dijo de golpe.
-¿Y tú crees que eso es más importante que la vida de…?

De pronto Maduro enmudeció. Sus ojos se abrieron más y durante unos segundos quedó así, con el rostro paralizado, como suspendido.

-Presidente. ¿Está bien?

Entonces Maduro reaccionó.

-Pero cónchale, ¿que tú me estás diciendo?
-Lo que oyó, Presidente. Obama lo acaba de anunciar.
-Pero debe ser un error. Tiene que serlo, coño. Cuba no puede rendirse ante el imperialismo yanqui.

Maduro volteó y miró al ave, que otra vez estaba revoloteando.

-Comandante, ¿ha escuchado eso? ¿Qué vamos a hacer ahora? Necesito su consejo.

Como obedeciendo, el ave se volvió a posar y empezó a silbar.

-¿Y ahora qué dice? –dijo el asistente.
-Dice que, por favor, también le cambien el agua.

El asistente asintió.

-Bueno, parece que el Comandante no está de humor de hablar. Tendré que enfrentar este problema solo por ahora.
-¿Qué quiere que haga Presidente?
-Convoque a una junta de emergencia con todos mis consejeros.
-Pero usted no tiene consejeros.
-¿Cómo de que no?
-Usted los despidió a todos porque dijo que ahora el que le daba consejos era el pajarito.
-No es un pajarito, es el Comandante Hugo Chávez.
-Claro, eso mismo.
-Entonces convoque a una junta de ministros.
-Tampoco se va a poder.
-¿Cómo de que no?
-Nunca se ha podido. Acuérdese que tiene 27 ministros y nunca hemos podido encontrar una mesa tan grande.

Maduro se pasó la mano por el rostro.

-¿Y entonces con quién me reúno?
-¿Qué le parece con su vicepresidente y con el Ministro de Relaciones Exteriores?
-De acuerdo, vaya entonces. Pero antes que nada, no se olvide: alpiste y agua para el Comandante.

En un salón de Palacio de Miraflores, Maduro preside la mesa. A su lado derecho, está el vicepresidente y, en el otro, el Ministro de Relaciones Exteriores.




-Bueno –dijo Maduro- En estos momentos estoy abierto a las sugerencias de ustedes.

Ambos funcionarios asintieron.

-Pero cónchale, dígame –dijo dirigiéndose al Ministro- ¿Qué me aconseja que haga?
-Camine todos los días. Esa vida sedentaria lo va a matar.
-¿Pero qué dice de Cuba?
-Creo que es una buena opción. Con 10 minutos diarios que camine por el malecón, suficiente.

Maduro movió la cabeza y luego miró al vicepresidente.

-¿Y tú qué opinas?
-Creo que 15 minutos sería mejor.
-Pero será posible que no me puedan dar algunas ideas sensatas, coño. Les pido consejo sobre los yanquis y los cubanos, no sobre mi salud. Esto ya parece una casa de locos. 

Lástima que le faltó alpiste al Comandante si no ya nos hubiera silbado lo que teníamos que hacer.

En ese momento ingresa el asistente sosteniendo un celular.

-Perdone Presidente que interrumpa.
-¿Qué pasa?
-Fidel está en la línea.
-¡Vaya! Mi hermano Fidel me llamó.
-En realidad, yo conseguí la llamada.
-Bien pensado muchacho.

El asistente esbozó una sonrisa de satisfacción y le dio el celular a Maduro. El mandatario se levantó de la mesa y empezó a caminar por el salón.

“Hermano Fidel, hermano bolivariano ¿qué pasó con ustedes? ¿Cómo han podido negociar con estos traidores yanquis imperialistas?...¿Aló? ¿Aló Fidel?”

-Háblele fuerte que no escucha bien. –dijo el asistente.

Maduro carraspeó y elevó la voz.

“Fidel, hermano, ¿me escuchas? Fidel, coño, ¿me estás escuchando?”.

-Toma –le dijo al asistente, alcanzándole el teléfono- es inútil. Este viejo ya ni escucha. Solo queda una cosa por hacer.

Minutos después, en el jardín, Maduro, el vicepresidente, el ministro y el asistente se encuentran reunidos frente a la gran jaula del pajarillo.

-Vamos Comandante. Ya le trajimos el alpiste y ya le cambiamos el agua. Tiene que silbar, coño. Tiene que decirnos qué hacer.


El ave revoloteaba con más ímpetu. Y, tras un par de minutos, finalmente se posó sobre un maderita. Maduro y los demás se acercaron más a la jaula. Todas sus miradas estaban puestas en el pico del pajarillo.

-Sílbenos Comandante-dijo Maduro-. Sílbenos el camino a seguir.

El ave movió su cuerpo y  sacudió sus alas. Entonces finalmente silbó; silbó con bríos. Fue una melodía larga, cadenciosa y feliz. 

Cuando el ave calló, Maduro se apartó de la jaula; los demás también.

-¿Y qué dijo el Comandante? –preguntó el asistente.

-Nada – dijo Maduro decepcionado- Justo hoy le dio por cantar. 

Publicado en  la revista Velaverde N°95

viernes, 19 de diciembre de 2014

Chuponeo S.A. (Figallo - Roy Gates)



Eduardo Roy Gates: Aló ¿Daniel?

Daniel Figallo: Sí, Eduardo. Te llamaba para saber cómo van las cosas.

ERG: Bien, Daniel, todo bien. El suelo está parejo.

DF: Pero cómo dices eso. En el Congreso siguen presionando por mi salida y hasta los que me creen dicen que debo irme.

ERG: Ah no, yo decía por mí. Tú estás fregado.

DF: ¿Y qué dice el presidente?

ERG: Dice que no me preocupe, que seguiré de consejero.

DF: ¿Pero qué dice de mí?

ERG: Ah ya, nada malo. Es decir, me ha pedido propuestas para reemplazarte, pero de ti no dice nada malo.

DF: Entiendo. Igual hay otras cosas por qué preocuparse. ¿Ya sabes cuál es la comisión de Belaúnde Lossio?

ERG: Sí, el 10%

DF: No.

ERG: Ah ya, ¿tú te refieres con IGV?

DF: No, yo me refiero a la comisión que va a investigar el caso.

ERG: La verdad no me preocupa.

DF: ¿No te preocupa la verdad? ¿En serio?

ERG: Daniel, tú tranquilo. Como dice el presidente, las investigaciones del Congreso son un mamarracho.

DF: ¿Como la de la Megacomisión?

ERG: Exacto. Más bien dime Daniel, ¿cuándo nos reunimos con el nuevo procurador Segura?

DF: ¡Madre Mía! ¿Otra reunión?

ERG: Claro.

DF: Pero Eduardo, ¿no te preocupa tu imagen?

ERG: A ver. He defendido a  Cataño, a Los Sánchez Paredes y a Rómulo León. ¿Tú qué crees?

Publicado en El Otorongo (Perú21 - 19.12.2014)


miércoles, 17 de diciembre de 2014

Figallo, Roy Gates y Vilcatoma: la reunión

¿Puede Belaúnde Lossio ser un colaborador eficaz? ¿Puede Figallo ser ministro y eficaz? ¿Procuró Roy Gates presionar a la procuradora? Estas y otras preguntas  mucho más inteligentes deberán ser resueltas en las próximas semanas –y quizá meses- por la flamante Comisión Investigadora del Congreso.

Esta columna, a fin de colaborar con el esclarecimiento de los hechos y en busca de la siempre escurridiza verdad, ha reconstruido fielmente la reunión ocurrida el 15 de mayo pasado entre la procuradora Vilcatoma, el ministro Figallo y el consejero Roy Gates.

A continuación, los hechos:


Vilcatoma ingresó al despacho ministerial. Saludó al Ministro y en seguida notó que casi en un rincón se encontraba un hombre calvo, de mirada altiva y vestido de impecable terno.

-Yeni –dijo Figallo-. Te presento a Roy Gates.
-Usted fue el abogado de los Sánchez Paredes, ¿no?

Roy Gates la miró sin decir nada.

-Bueno –dijo Figallo-, pero él…
-Y también defendió a Cataño y luego a Rómulo León, ¿no?
-Sí –intervino el Ministro-, pero él ha venido por otro cosa, por el tema de la colaboración eficaz.
-Ah qué bueno –dijo Vilcatoma-. Entonces ha venido a entregarse.

Roy Gates miró al Ministro y este le devolvió la mirada. Luego Figallo volteó hacia Vilcatoma.

-¿A entregarse? Pero claro que no. Este hombre no ha cometido ningún delito…bueno, al menos que yo sepa.
-Podemos ir al punto por favor –dijo Roy Gates-. Tengo otros asuntos que tratar por encargo del Presidente.
-Está bien –dijo Figallo-. Aquí el doctor Roy Gates es el consejero presidencial en temas legales.
-Pero no entiendo –dijo Vilcatoma-. La ley dice que el asesor legal es el Ministro de Justicia, es decir, usted.
-¿Eso dice? –dijo Figallo.
-Sí.
-¿Estás segura?
-Sí, claro.

Roy Gates se levantó e hizo el ademán de salir de la oficina.

 -Bueno ministro, le digo al presidente que usted me va a ayudar, ¿sí o no?
-Sí, claro.   

El consejero presidencial se volvió  a sentar.

-Bueno, Yeni, entonces ¿cómo va el caso de Belaúnde Lossio?
-Lo estamos manejando bien y, como corresponde, con la debida discreción.
-Ya, pero dime, ¿puede acogerse a la figura del colaborador eficaz?
-No, no puede.
-Pero vamos, ¿alguna manera habrá?
-No, ninguna. Recuerde que es un cabecilla. Más bien parece que usted está muy interesado en que Belaúnde Lossio sea colaborador eficaz.
-No, para nada –dijo Figallo-.
-Entonces el interesado es aquí el doctor Roy Gates.
-Sí, él es el…no, no, tampoco.
-Entonces es el presidente.
-Exacto, el sí está sumamente…no, no, el presidente menos. Vamos, Yeni, no me hagas confundir.

Figallo miró de soslayo a Roy Gates.

-Mire doctora –dijo Roy Gates, inclinándose hacia adelante-. A usted no le interesa si alguien está o no interesado en Belaúnde Lossio.
-Señor ministro, el doctor Roy Gates no debería estar aquí.

Roy Gates se puso de pie.

-Mire doctorcita, yo soy el consejero presidencial y tengo el mandato del presidente, así que usted no puede decirme a donde puedo ir o no.
-Señor ministro –dijo Vilcatoma, como ignorando lo dicho por Roy Gates-. Usted sabe que este caso podría llegar en algún momento a relacionarse con Palacio. ¿No le parece irregular que hablemos del caso con el abogado del presidente?
-Yo no soy su abogado. Soy su consejero.
-Pues entonces aconséjele que no trate de direccionar la investigación de la Procuraduría.
-Nadie quiere direccionar nada –dijo Roy Gates.
-Claro que no –dijo Figallo-. Solo queremos asegurarnos que vaya en la dirección correcta. Queremos que…

De pronto el rostro de Figallo se agravó. Alargó el brazo y señaló hacia la procuradora.

-¿Qué es eso?

Vilcatoma se inclinó levemente hacia atrás en la silla.

-¿Qué cosa?
-¿Nos estás grabando?

Roy Gates se pone de pie de golpe y también se acerca.

-Claro que no –dijo Vilcatoma.
-¿Y ese aparato?
-Mi celular.
-¿Y esos números que avanzan?
-Son los segundos del reloj.
-¿Y esa luz roja? –intervino Roy Gates.
-Es que mi batería está baja.
-¿Y eso que dice “REC”? –dijo Figallo
-Esa es la marca de mi celular. ¿Por qué hacen tantas preguntas?
-Solo quería cerciorarme que no nos estás grabando. 

Vilcatoma se levantó y camino hacia la puerta.

-Señor ministro, me retiro. Y no se olvide: Belaúnde Lossio no puede ser colaborador eficaz.

Vilcatoma abrió la puerta, salió y la cerró tras de sí. Roy Gates y Figallo se quedaron mirando en silencio.

-Bueno  –dijo Roy Gates levantándose- yo también me voy. Espero que la haga entrar en razón. No vaya a ser que nos haga problemas y salga a hablar a la prensa.
-No creo –dijo Figallo-. Además, ¿quién le va a creer?

Publicado en la revista Velaverde Nº93


viernes, 12 de diciembre de 2014

Chuponeo S.A. (Figallo - Vilcatoma)




Daniel Figallo: Aló Yeni.

Yeni Vilcatoma: ¿Señor ministro?

DF: Sí, en tu calidad de procuradora, quería hacerte una consulta sobre Martín, digo sobre el caso Belaúnde Lossio.

YV: Ah ya, espere, no hable todavía que tengo que apretar este botón.

DF: ¿Cuál botón?

YV: No es nada, usted no se preocupe. Ya, ahora sí. Lo escucho. Y hable fuerte y claro por favor.

DF: Bueno, yo quería saber si Belaúnde Lossio califica como colaborador eficaz.

YV: Según la normativa vigente, califica más bien como prófugo eficaz.

DF: ¿Entonces no?

YV: No.

DF: ¿Ni un poquito?

YV: No, señor ministro.

DF: ¿Estás segura? No es que el tema me interese, pero, ¿no hay ninguna posibilidad?  ¿No hay nada que se pueda hacer?

YV: No, recuerde que se trata de un cabecilla.

DF: ¿Cabecilla? ¿No estarás siendo muy estricta con el pobre hombre? Fíjate que va a ser un duro golpe para sus seres queridos.

YV: ¿Para su familia?

DF: No, para Nadine y Ollanta.

YV: Entonces el presidente y la primera dama están nerviosos por lo que pueda pasar con Belaúnde Lossio.

DF: Eso es totalmente falso.

YV: ¿Seguro?

DF: Claro, solo están nerviosos por lo que pueda pasar con ellos.


Publicado en El Otorongo (Peru21 - 12.12.2014)

lunes, 8 de diciembre de 2014

El prófugo eficaz

Después de un par horas de viaje, el hombre, vestido de impecable terno y cargando un maletín de cuero, descendió de la camioneta de lunas polarizadas. Observó a su alrededor: pequeñas casas se repartían en forma desordenada por las laderas de un cerro. Ante un gesto, los miembros de su seguridad permanecieron en el interior del vehículo.

El hombre, apretando el asa del maletín entre sus dedos, caminó unos pocos metros y luego dobló a la izquierda. Parecía seguir un mapa mental cuidadosamente estudiado. Volvió a doblar a la izquierda y entonces se acercó a un poblador que, sentado frente a su casa, trataba de dormir.

-Señor, disculpe, ¿conoce la casa de Belaúnde Lossio?
-Ah sí, el prófugo –dijo el poblador-. Mire, ¿ve esa casita pintada de marrón con rosado?
-Sí. ¿Esa es?
-No, no, pero ¿puede usted creer que alguien la haya pintado así?



El hombre del maletín se pasó la mano por el cabello. Luego se agachó para acercarse más al poblador.

-¿Me puede decir cuál es la casa?
-Sí, mire, ¿ve esa casa de rojo que está en la esquina?
-Sí, esa es entonces.
-Tampoco, pero de ahí doblando la esquina hay una que tiene pintada una equis en la fachada.

El hombre se incorporó y agradeció.

-Señor –dijo el poblador- sabe, yo tengo una tiendecita adentro de mi casa y el señor Martín me tiene una cuentita. Dígale que no se olvides pues.

El hombre del maletín asintió y luego enrumbó a la esquina. Cuando estuvo frente a la casa, golpeó la puerta: toc-toc-toc y luego de un par de segundos: toc-toc.

-¿Quién es? –preguntaron desde dentro de la casa.
-Vengo de parte de ya sabes quién.
-¿Y la clave de la puerta?
-Ya la hice.
-Esa no es, te faltó un toc.
-¿Puedes abrirme por favor?

La puerta se abrió y el hombre ingresó a la pequeña sala, amoblada apenas por un sillón personal y uno para tres. En medio de ella, la figura de Belaúnde Lossio se imponía.

-Siéntate por favor- le dijo.
-Gracias –dijo y se sentó en el sillón más pequeño.
-Te digo la verdad –dijo Belaúnde Lossio- me sorprende que hayas venido tú mismo.
-Es que el asunto ya se está poniendo demasiado peligroso, como bien debes saber.
-Sí, entiendo, pero ¿no es más peligroso que se sepa que el propio Ministro de Justicia haya venido a verme?

El ministro Figallo sonrió.

-Más peligroso sería que se sepa que sabemos dónde estás.
-En todo caso más peligroso sería que yo empiece a hablar.

Figallo alzó el maletín y lo puso sobre sus piernas.

-Justamente eso queremos evitar.

Belaúnde Lossio miró el maletín.

-¿Qué traes ahí?
-Ahora vas a ver.
-Espera, espera. Dime, ¿no hubiera sido mejor que vengas con una ropa más casual?
-Bueno, es que de aquí tengo una reunión y…
-¿No me digas que has venido hasta aquí con toda tu seguridad?
-No, como crees, se quedaron en la camioneta en la otra cuadra.

Belaúnde Lossio se cubrió la cara con las palmas de sus manos y movió la cabeza.

-No te preocupes.
-Bueno, ya, dime, ¿qué hay en el maletín?

Figallo pone su dedo sobre la rueda de metal y hace girar los pequeños rodillos hasta dar con la clave. Luego abre el maletín y saca de él un sobre.

-Toma. Te lo envía ya sabes quién.
-¿Ollanta?
-Yo no te puedo decir, pero sí.



Belaúnde Lossio abrió el sobre y antes de leerlo, miró a Figallo.

-Dime ¿y no pudiste traer este sobre en tu saco nomás?

El Ministro alzó los hombros.

-Vamos –dijo- léela de una vez.

Belaúnde Lossio extrajo el papel y empezó a leer. Mientras sus ojos recorrían la nota, sus facciones se iban suavizando. Cuando terminó, con el alivio dibujado en su rostro, volvió a mirar al Ministro.

-Vaya, muchas gracias. Es decir, dile que muchas gracias.
-¿Le digo que gracias?
-Claro, mira, después que dije eso que no me iba a ir gratis a la cárcel, pensé que Ollanta y Nadine estarían furiosos conmigo, pero me alegra que entiendan mi posición.
-Pero ellos están furiosos contigo.
-Eso no dice la carta. Si hasta me han prometido una manta.
-¿De qué hablas? ¿Has leído bien?
-Claro, es decir, no tengo mis lentes para leer, pero igual distingo bien. Así que por favor agradécele a Ollanta de mi parte y, claro, a Nadine también.
-A ver, léeme la carta, quiero ver por qué estás tan agradecido.
-Mira –dijo Belaúnde Lossio, sosteniendo la carta de modo que los dos la veían-. Aquí dice: “No te olvides, estimado, que te tomen la presión”.
-No –dijo Figallo- ahí dice: “No te olvides que es tu miedo que te metan a prisión”.

Belaúnde Lossio movió su cabeza hacia atrás.

-Pero debe ser un error. Mira, aquí dice después: “Cuando todo termine, verás cómo se te espera, con fiestas y mujeres”.
-No –dijo Figallo- ahí dice: “Cuando lodo me tires, verás lo que te espera: confiesas y mueres”.

Belaúnde Lossio empezó a pestañear repetidas veces. Se reacomodó en el sillón grande.

-Y aquí, mira, aquí dice: “La manta que Nadine te mandará es para el frío”
-No –dijo Figallo- ahí dice: “Lamento que nadie te sacará de este gran lío”.

Belaúnde Lossio se puso de pie. Con el rostro agravado, caminó de un lado a otro por la pequeña sala.

-Pero esto no puede ser –dijo mientras no dejaba de caminar- ¿entonces no hay manta?
-No –dijo el Ministro-. Pero qué querías también. Te la has pasado amenazando a todos. Tú has buscado esta reacción. Pero, claro, queda una posibilidad para ti.
-Sí, claro, que hable y hunda a todos.
-Pero te hundirías también tú. No dejes que tus impulsos te traicionen. Vamos, siéntate.

Belaúnde Lossio se detuvo y se sentó.

-Podemos hacer que te acojas a la figura del colaborador eficaz.
-Pero eso implicaría aceptar que he cometido delito.
-Ya pues Martín –dijo Figallo- dejémonos de cosas. Pese a que está molesto contigo, Ollanta está de acuerdo en que te ofrezcamos que seas colaborador eficaz. Así podrás llevar el proceso en comparecencia restringida y, con suerte, luego podrás salir del país como protegido.
-Pero igual voy a tener que hablar.
-Sí, claro, pero lo que digas ya puede ser direccionado y no tienes que decir todo tampoco.
-No está mal la idea, pero no califico para eso. Lo sé porque he estado leyendo todo lo que hay que saber sobre leyes.
-A ver ¿cuáles son las leyes de Newton?
-Vamos te hablo en serio. Yo no califico como colaborador eficaz.
-¿Lo dices por lo de eficaz?

Belaúnde Lossio quedó en silencio mirando al Ministro.

-Mira –dijo Figallo- no te preocupes por eso. Yo me encargo de allanarte el camino. Déjame todo a mí.
-Bueno, voy a confiar en ti entonces. Ten cuidado nomás que todo se descubra.
-Por favor Martín, ¿quién soy yo?
-Figallo.
-¿Con quién estás?
-Con Figallo.
-Entonces pues, tú tranquilo.

El Ministro se levantó y caminó  a la salida. Belaúnde Lossio lo alcanzó y  abrió la puerta. Ambos se dieron un apretón de manos.

-Antes que me olvide –dijo Figallo-. Un vecino tuyo me dijo que le tenías una cuenta.
-Ah sí, no le hagas caso. En verdad no es mi vecino. Es uno del grupo Terna que Urresti me ha mandado para que cuide la zona. Tú sabes, en estas fechas todos los delincuentes salen a las calles.
-Bueno –dijo Figallo mirándolo-. Todos no.

Publicado en la revista Velaverde N°93