lunes, 6 de octubre de 2014

Una cita con Luciana

A veces uno no sabe bien adónde va en la vida, incluso cuando uno está viajando en un taxi. Así de extraño me sentí cuando, hace dos semanas, conocí de forma sorpresiva a una persona que por estos días viene siendo muy cuestionada. El destino quiso ponerme de testigo también de los preparativos de su defensa. Esta es la historia.



A instancias de una amiga, llegué a un conocido restaurant para conocer a la desconocida que me estaría esperando. A ver, no era una desconocida del todo. Mi amiga me había dado algunas nociones generales sobre sus gustos, sus metas, sus ideales.

-¿Es bonita? –le pregunté.
-Sí, claro –me dijo.
-¿Y qué le has dicho de mí?
-No te preocupes – me dijo- Ella no es superficial.

Era mi primera cita a ciegas, si es que hay que llamarla de algún modo. Además, que quede constancia que solo estaba yendo por la increíble insistencia de mi amiga, lo que ya debió haber sido para mí un anuncio de que algo raro estaba pasando.

Ingresé al restaurant con unas ínfulas que no sé de dónde vinieron pero que, claramente, estaban inspiradas en aquello de que la primera impresión es lo que cuenta, o algo así. Recorrí entonces con la mirada el local. Pronto mi vista se detuvo en la única mesa ocupada por una sola persona. Era una chica, una chica bonita como había dicho mi amiga.  Entusiasmado e intrigado a la  vez, me acerqué a la mesa. Unos metros antes de llegar comprobé, no sin sorpresa, que la chica que estaba sentada era la blonda y aprista parlamentaria León.

-Hola soy Luciana –me dijo cuando terminé de acercarme.
-Hola yo soy  Yuri –le dije recuperando el aplomo.

Después del saludo me senté frente a ella. Varias dudas de pronto me vinieron a la mente mientras me acomodaba en mi lugar. ¿Luciana León en un cita a ciegas? ¿Por qué mi amiga nunca me dijo de quién se trataba? ¿Aquí podré pagar con mi tarjeta bonus?

-Te confieso que para mí es una sorpresa. No sabía que eras tú con quién me encontraría.
-¿Ah no? ¡Qué extraño! Yo sí sabía que me encontraría contigo.

Sonreí con una sonrisa del tipo acabo de hacerme una profilaxis. Achiné un poco los ojos porque alguna vez una chica me dijo que se me veía bastante bien cuando lo hacía. Mmm, ¿o lo había dicho de broma?

-¿Te pasa algo en los ojos?
-No, ¿por qué?
-Es que están medios chinos.
-Ah no –dije llevándome la mano a los ojos -. Creo que me ha entrado algo.

Ella se sonrió y yo igual. Entonces se me vino a la mente preguntarle cómo es que se le había ocurrido involucrarse en una cita a ciegas, pero no encontraba la forma adecuada de decírselo. Entonces apareció el mozo y, como dándome una señal,  puso las cartas sobre la mesa. Luego de hacer nuestros pedidos, me reacomodé en el asiento y la miré.

-¿Y cómo así te animaste? –le pregunté.
-¿A qué te refieres?
-Digo, a venir a una cita a ciegas.
-¿Cita a ciegas? –me preguntó y su rostro se agravó de pronto-. ¿Cuál cita a ciegas?

Yo abrí mis manos instintivamente y dibujé una sonrisa del tipo me acaban de hacer la profilaxis, pero yo venía por una endodoncia.

-Mi amiga me dijo que me ibas a ofrecer tus servicios de relacionista público.

Entonces abrí mis manos del todo y recordé enseguida que mi amiga era una bromista de lo peor, pero nunca pensé que llegara a tanto.

-Mira Luciana –le dije-. La verdad es que…

De pronto el celular de Luciana empezó a sonar y me hizo un gesto para que no siguiera hablando. El rostro de la congresista, mi ex cita a ciegas, se puso lívido. Escuchó la llamada unos segundos más y colgó.

-Vamos –me dijo.
-¿Vamos? ¿A dónde?

Entonces se puso de pie y se colgó la cartera al hombro.

-Vamos a mi casa.

Por un momento pensé que aquello de los ojos achinados había rendido sus frutos, pero no. Algo estaba ocurriendo y, sin saber cómo, yo me estaba involucrando en ello.

Llegamos a la casa de Luciana. En el camino  me contó que un semanario iba a publicar una denuncia en su contra. El medio afirmaba que había pagado en poco menos de dos años,  más de un millón de soles para amortizar una deuda inmobiliaria. Y, como se suponía que yo le iba a ofrecer mis servicios de relacionista público, era el momento justo para demostrar mis conocimientos, o para salir corriendo.

Entramos a la residencia y en la sala nos estaba esperando su padre, el mismísimo Rómulo León. Me saludó y nos dimos la mano.  Luego llamó a Luciana a un lado y claramente le reclamaba por mi presencia allí.  Sin embargo, Luciana lo convenció de que yo era un tipo experimentado y conocedor del tema. Creo que Luciana era más bromista que mi amiga.

-Bueno –dijo Rómulo- creo que tienes que salir a defenderte apenas se publique la nota.
-Claro papá.

Luego los dos me miraron, esperando que les dé el consejo del año, el tip genial.

-Hay que ganar la interpretación de los hechos –les dije.

Ambos se miraron entre sí y luego Rómulo me señaló.

-Exacto. Eso suena bien.
-¿Y si decimos que todo ese dinero lo he ahorrado porque cuando salgo nunca pago y todos me invitan?

Rómulo me miró y yo lo miré. Entonces comprendí que Luciana  no tenía idea de cómo defenderse y que las cejas de Rómulo son disparejas.

-No pues Lucianita –dijo Rómulo-. Si dices eso la gente se va a reír.

Luciana me miró esperando un apoyo de mi parte.

-Bueno, eso puede servir. Es decir no exactamente eso pero sí la idea de que eres alguien que ahorra mucho.

Por las expresiones de Luciana y Rómulo, parecían estar de acuerdo. Entonces se me ocurrió hacerles la pregunta que debí de haber hecho desde un inicio, la pregunta del millón.

-A todo esto Luciana –dije  y me puse la mano sobre el pecho-. ¿Todo ese dinero es tuyo o de tu padre? Quiero decir, ¿el más de un millón de soles que pagaste de pronto es dinero lícito?

En la calle, mientras me alejaba de la residencia de los León, me preguntaba por qué en lugar de responderme decidieron que era mucho mejor echarme. ¿Mi pregunta había sido una falta de respeto o había dado en el blanco?  Decidí volver a casa y tomé el primer taxi que encontré. Quería llegar lo antes posible para pensar bien en todo lo que había pasado y para almorzar de una buena vez.

A veces uno no sabe bien adónde va en la vida y, por las vueltas que está dando el taxista, parece qué él tampoco.

Publicado en la revista Velaverde Nº84

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