martes, 24 de diciembre de 2013

Crisis y bocaditos palaciegos

Abugattás y Otárola están sentados, alrededor de una mesa en un salón de Palacio de Gobierno. Ambos  se encuentran ansiosos, expectantes, esperando la llegada del presidente Humala, pero –sobre todo- de los famosos bocaditos palaciegos. Humala se sienta en la cabecera de la mesa y los mira fijamente.


-Señores, buenas tardes. He convocado a este gabinete de crisis porque…-se detiene y mira a alrededor- ¿Cómo? ¿ Marisol (Espinoza) todavía no llega?
-No –dijo Otárola- es más me dijo que de repente no venía porque estaba terminando un encargo.
-Pero qué le pasa, ¿qué puede ser más importante que una convocatoria del presidente?
-Bueno, es que está haciendo un informe para Malka Maya.
-Ah bueno.
-Hablando de eso, Presidente –dijo Otárola- ¿no le parece mal que esta chica gane 14 mil soles mensuales?
-Te recuerdo que ella tiene todo el respaldo de Nadine.
-Por eso digo, ¿no le parece mal que la pobre gane tan poco?

Humala dio un suspiro.

–Mejor concentrémonos en nuestra reunión -dijo Humala y luego siguió- Les decía que  estamos en una crisis total. Según las últimas encuestas, más del 60% desaprueba mi gestión. Quiero saber qué opinan y, sobre todo, qué podemos hacer.
-Es por el caso de López Meneses –dice Abugattás.
-Es posible, porque también dice que más del 60% piensa que yo sabía de la vigilancia a la casa. Entonces, ¿qué opinan?
-Bueno –dijo Abugattás, mirando a Otárola- nosotros pensamos lo mismo.
-No, me refiero a qué opinan de la desaprobación.
-Bueno –dijo Abugattás- yo creo que no solo es por el caso López Meneses, también tiene que haber influido el informe PISA, ese que pone al Perú último en comprensión lectora.
-Sí sé cuál es- dijo Humala- lo leí, pero la verdad no entendí mucho.

Abugattás alza los hombros.

-Aquí lo imporante –dijo Humala- es que habíamos quedado en que este gabinete de crisis debía actuar rápido y solucionar los principales problemas del gobierno, pero hemos fallado.
-Tiene razón, señor presidente-dijo Abugattás- ¿qué le parece si  formamos otro gabinete de crisis para afrontar el problema del gabinete de crisis?
-Olvídalo Daniel ¿Otra sugerencia?

Una pequeña mano se levanta con fruición.

-Sí,  Fredy, te escuchamos.
-Presidente, ¿por dónde estaba el baño?

Humala frunció el ceño y  le señaló un pasadizo.

-Pero vamos –dijo alzando las manos- acaso no podemos generar una sola buena idea.

Abugattás alza la mano y el Presidente asiente.

-Tengo que decirle que usted se ha equivocado Presidente.
-Vaya –dijo Humala- al fin alguien con valor.
-Así es, hasta donde recuerdo el baño está por el otro pasadizo.

Humala mueve la cabeza,  contrariado.

En ese momento, ingresa Nadine. Se acerca al sillón de Humala. En seguida el presidente se para, le da el asiento y se queda de pie junto a ella.

-¿Y cómo va la reunión? –preguntó Nadine.
-Mal, estamos discutiendo el tema de mi desaprobación y no sabemos cómo enfrentarla.
-Mira, no te preocupes. Te aseguro que la navidad y el año nuevo van a disipar todo.

Entonces Otárola regresa, saluda a la primera dama y se sienta.

- Bueno, me voy –dijo Nadine.
-¿Así tan rápido?  -dijo Humala, frunciendo el ceño- ¿a dónde vas?

Nadine miró a los congresistas y dibujó una sonrisa impostada. Luego volteó hacia Humala.

-Tengo una reunión con Ketin Porta.

La primera dama se despide rápidamente y camina rumbo a la puerta del salón. Humala sale detrás de ella: “¿Y ese asesor es nuevo?...Nadine…escúchame, Nadine”.

Abugattás y Otárola se quedan solos en el salón. Abugattás mira entristecido la marcha de Humala.

-Qué lástima –dijo y luego miró a Otárola- ¿no te parece una pena todo esto?
-Sí pues,  Daniel –dijo Otárola, resignado- nos volvimos a quedar sin bocaditos. 

Publicado en la revista Velaverde Nº43

lunes, 23 de diciembre de 2013

Villancicos y Joropos en Caracas

Domingo en la mañana. El Dr. Medina estaba de­cidiendo entre preparar su clase del lunes sobre Freud o preparar esos tamales verdes que tan bien le salían, cuando el teléfono sonó. Dos horas des­pués, Medina volaba rumbo a Caracas.



Apenas llegó, un trabajador del aeropuerto pasó junto a él y Medina no pudo contenerse:

-Dígame, ¿cómo van las cosas con Maduro?

-No nos podemos quejar.

-Qué bueno.

-No –dijo bajando la voz–, en verdad no nos podemos quejar. Hay espías por todas partes.

Luego, unos hombres llevaron a Medina a un vehículo oficial. Ahí, mientras se dirigían a la sede del Gobierno, un funcionario le estrechó la mano.

-Doctor, mucho gusto. El presidente lo verá ahora. Antes solo le pido que firme estos documentos como simple formalidad.

-¿Qué son?

-El primero es un acuerdo de confidencialidad sobre lo que vaya a conversar con el presidente.

-Bueno.

-Y el segundo es la indemnización en caso rompa el acuerdo.

-¿Como una nota de embargo?

-Como una nota de suicidio más bien.

Llegaron a Palacio de Miraflores y lo llevaron hasta una pequeña sala, domi­nada por un retrato de Chávez. Entonces, Nicolás Maduro ingresó, se saludaron y se sentaron uno frente al otro.

-Doctor –dijo Maduro–. Tengo dudas sobre mi salud mental.

-Antes que nada debo decirle que, por ética personal, solo puedo atenderlo si me demuestra que no es un dictador.

-Cónchale, ¿y qué hago ahora con los 20 mil dólares que íbamos a pagarle?

-Bueno, creo que podría hacer una excepción.

-¿En nombre de la ciencia?

-Exacto, pero el cheque a nombre mío, por favor.

Maduro asiente.

-Lo escucho –dijo Medina–.

-Todo comenzó cuando un pajarito vino y me silbó un me­rengue, y sentí clarito que era el mismísimo comandante Chávez. Pero claro, en seguida noté que algo andaba mal, porque el comandante más bien prefería los joropos. Se lo conté al país y todos me aplaudieron. Después vi la cara del comadante en una piedra. Cónchale, me dije, esto ya es peor. Y también lo conté, pero lejos de criticarme, el pueblo revolucionario me apoyó.

-Entiendo.

-Después lancé el Viceministerio de la Felicidad. Yo dije, bueno, ahora sí me detendrán, pero nada, todos mis ayu­dantes encontraron mi idea genial, salvo uno que después fue encontrado bajo tierra. Entonces pensé: o mi pueblo está peor que yo, o yo soy el venezolano más cuerdo. Así que decidí hacer la prueba final y declaré Navidad en pleno noviembre. Y nadie reclamó. Solo un par de sacerdotes se negaron a admitir que el niño Jesús iba a ser ochomesino. Los padres aparecieron muertos, pero la Policía determinó que se habían suicidado a golpes con un bate de béisbol.

-Pero quién va a creer eso. En una verdadera democracia no existe la tortura.
- No diga esa maldita palabra.

-¿Tortura?

-No, democracia.

Medina lo contempló. Había concluido ya que las probabili­dades de que Maduro apruebe un examen mental eran tan grandes como las que tenía de entrar parado en una combi.

-Seré sincero.

-Dígame doctor.

-Tiene un serio problema de desbalance químico mental.

-O sea…

-Usted está loco. Digamos que algunas de sus neuronas están de vacaciones y las otras en huelga indefinida.

Maduro enmudeció.

-Pero tranquilícese. Le voy a recetar algunos medicamentos y estará mejor.

Un mes después. Lunes por la mañana. Medina se dirige a la universidad. De pronto, en la radio se anuncia que Maduro ha responsabilizado al Hombre Araña de la inseguridad en Venezuela, que ha dicho multiplicación de “penes” en lugar de “panes” y que, además, ha decretado la reducción total de los precios. Hay saqueos y la Policía tiene orden de detener a quienes intenten pagar por los productos. Medina se inquietó, dio un suspiro y comprendió que debía volver cuanto antes a Caracas. ¿Cuántos televisores me podré traer?, pensó.


Publicado en la revista Velaverde Nº42

Dilemas de un Premierizo

En la oficina central de Palacio de Gobierno, el presi­dente Humala empieza a llenar un crucigrama. Cinco minutos después, el sonido del anexo lo despierta.



–Dígame señorita.
–Lo está buscando el premier.
–¿El premier?
–Villanueva, señor presidente.
–Ah claro, Cesitar.
–En realidad vino a buscar a la primera dama, pero como está de viaje entonces…
–¿Nadine está de viaje?
–Sí, ¿cómo? ¿no lo sabía?
–Sí, sí, claro, cómo no voy a saber. Es un viaje que coordi­namos hace tiempo.
–Pero ha sido un viaje de emergencia.
–Sí, claro, hace tiempo que habíamos previsto esa emergen­cia, por eso se ha ido a… aquí nomás a…
–A Pekín.
–Eso, eso, a Pekín.
–Entonces, señor presidente, ¿hago pasar al premier?
–Claro, que pase.

Villanueva ingresa, saluda al presidente y se sienta.

–Cesitar, ¡qué gusto! Hace tiempo que no te veo. ¿Qué no­vedades? ¿Cómo andan por casa? ¿To
Humala se incorpora, levanta un cofre lleno de caramelos y se los ofrece.
–¿Un caramelito?
–No, gracias.
–Vamos, Cesitar, anímate, tenemos sabores.
Villanueva asiente, escoge uno de limón y se lo lleva a la boca.
–Ahora sí –dijo Humala– de qué quieres hablar.
–Señor presidente, contésteme algo. ¿Acaso no soy el pre­sidente del Consejo de Ministros, su máximo representante?
–Claro, Cesitar.
–Y entonces, ¿por qué todos me ignoran? Por ejemplo, usted no me ha pedido que lo ayude en el caso de López Meneses.
–No te preocupes, eso lo está viendo Fredy (Otárola).
–Pero entonces, déjeme intervenir en los temas sociales.
–No, Cesitar, ya Anita Jara está viendo esas cosas.
–¿Y la economía? Tengo algunas propuestas para repartir mejor el canon.
–Tú sabes que para eso nadie mejor que Castilla.
–¿Y los temas de seguridad?
–Eso lo ve Villafuerte. Y, quién sabe, Albán puede ayudar también.
–¿Villafuerte? ¿Pero no lo había sacado del Gobierno?
–Ay Cesitar, tienes unas ocurrencias. Villafuerte sigue con nosotros.
–Bueno, señor presidente –dijo con voz lacónica–, está claro que no tengo nada más que hacer aquí.
–Claro, Cesitar, tú anda nomás que aquí tenemos todo bajo control.
–Pero señor presidente, ¿no comprende? Le estoy diciendo que no me verá más.
–Vamos, no exageres, tú como premier y yo como presidente nos encontraremos en algunas ceremonias.
–Usted no ha entendido –dijo con rostro adusto–. Estoy re­nunciando.
Humala queda mudo por unos segundos.
–Pero Cesitar, si tú eres casi de nuestra total confianza.
–Lo siento, pero no puedo seguir así. Cuando Nadine me con­vocó me prometió que podría hacer cambios en el Gabinete.
–Y tienes toda la libertad de hacerlos.
–¿En serio?
–Por supuesto. Siempre y cuando Nadine, Villafuerte, Vega, mi secretaria y yo estemos de acuerdo. Después de eso, tú eres el que mandas.
–Ah bueno, si es así ya me quedo más tranquilo. Una cosa más. ¿Mencionó usted también a Vega? ¿Acaso él tampoco salió del Gobierno?
–Ay Cesitar, no hay nada que hacer, hoy has venido con toda la chispa. Pero si aca­bo de nombrarlo viceministro de Defensa.
–Bueno, señor presidente estando todo aclarado, me regreso a la oficina.
–Anda nomás Cesitar, y no te pierdas pues, date una vuelta cuando quieras. ¿No quieres otro caramelito?
–No gracias, señor presidente –dijo tocán­dose el estómago–, creo que me ha caído mal. ¿Qué son? ¿De Ambrosoli?
–No, de Qali Warma.

De regreso a la sede de la PCM, tras tomar una pastilla aliviadora, el premier se dejó caer sobre el sillón. Luego decidió relajarse mi­rando su film preferido de los her­manos Coen. “Caracho, no sé por qué pero cada vez se me hace más familiar esta película”, se dijo mientras empezaba a ver El hombre que nunca estuvo ahí

Publicado en la revista Velaverde Nª41.

Revelaciones de campaña entre tostadas y café

Estaba en el restaurante, con el desayuno america­no servido y dispuesto a levantar mi taza de café y comer las tostadas, cuando un desconocido se sentó en mi mesa. “Esto les puede interesar a tus amigos en la prensa. Es del 2006”, me dijo. Luego me puso unos audífonos y escuché lo siguiente:

ollanta humala

OL: ¿Aló? Por aquí Óscar, ¿por allá?
OH: No, por acá no.
OL: Ah, entiendo, no quiere decir su nombre. Es usted sagaz.
OH: No, yo soy Ollanta.
OL: Me refiero a que… olvídese. Lo importante es que Ponce le entregó los celulares que le envié.
OH: Sí, le agradezco, pero no me dijo si vienen con plan de datos o si elroaming está incluido. ¿Sabes si tienen RPM?
OL: No, no sé, pero olvídese de eso. Ponce me ha pedido que lo ayude a organizar la campaña presidencial.
OH: Pero, ¿tú sabes de estas cosas? Porque antes de ir a prisión te desempeñabas como odontólogo y chupo­neador.
OL: Eso siempre me han dicho y no es cierto. Yo nunca terminé Odontología.
OH: Bueno, pero si tampoco chuponeas desde ahí, ¿cómo nos puedes ayudar?
OL: Pero comandante, también soy experto en realidad nacional y marketing político.
OH: Qué bueno, ¿y dónde has aprendido todo eso? ¿En ESAN?
OL: No, en el SIN. ‘El Doc’ daba unas charlas buenísimas. Así que estoy más que capacitado para dirigir su campaña.
OH: Qué bueno porque, para serte sincero, Daniel (Abugattás) es empeñoso, pero hay cosas que no ha podido controlar.
OL: Como la campaña.
OH: Como a él mismo más bien. Eso de bajarse los pantalo­nes delante de una reportera no le ha gustado a la prensa, menos a la esposa de Daniel.
OL: Entiendo, pero no se preocupe. Yo sé cómo manejar estas cosas.
OH: Excelente, aunque tú sabes que en problemas mari­tales uno nunca…
OL: No, comandante, me refiero a la prensa.
OH: Oh, entiendo. Mira, el problema es que solo faltan dos meses para las elecciones y estamos rezagados en las encuestas.
OL: Lo sé, pero quédese tranquilo. Hemos hecho ya varios focus groups y encontramos que hay una persona del na­cionalismo que le impide subir en las encuestas.
OH: ¡¿Quién es ese traidor?!
OL: Usted.
OH: ¿Yo?
OL: Me refiero a que usted arrastra el tema de Hugo Chávez y de Madre Mía y eso no lo deja avanzar.
OH: ¿Y esa información es seria?
OL: Claro, ha sido un trabajo de campo en el que yo mismo he participado.
OH: ¿Pero no estás en la cárcel?
OL: Sí, pero logré poner mis salidas bajo el rubro “activi­dades al aire libre”. Además, debe saber que ese estudio fue financiado por M&M.
OH: ¿Por la marca de golosinas?
OL: No, por M & M, la consultora de Malca y Mantilla.
OH: Bueno, ¿y algún consejo?
OL: Sí, nunca mezcle Vodka con Red Bull.
OH: No, yo me refería a la campaña. Quizá no lo entiendas, pero esta campaña me trasciende. El nacionalismo está primero. En estos momentos el país requiere de sus mejores hombres.
OL: Ah bueno, si no quiere contar con nosotros solo dígalo y…
Después el audio se cortó. Yo estaba tan sorprendido que seguía con la taza de café suspendida.
-¿Y el resto? –le pregunté, quitándome los audífonos.
-Eso es todavía más comprometedor, pero tiene precio –dijo, y me dio una cifra astronómica.
-Es mucho dinero. Además tengo la política personal de…
-¿De no dar dinero a infor­mantes?
-No, de no dar dinero en general.
-¿Y si me pagas en cómodas cuotas mensuales?
Le dije que no. Luego se paró de golpe y se fue sin decir nada. Yo estaba indignado. Ni siquiera tuve tiempo de reprocharle por qué se iba de esa manera y por qué se había llevado mis tostadas.
Publicado en la revista Velaverde Nº40

viernes, 20 de diciembre de 2013

De Messi, Saturno y el Queso Parmesano

Es posible que no me crean. Total, si yo mismo no hubiese visto las cosas que vi, tampoco lo creería.



Todo empezó con el Big Bang, pero ese es otro tema. Mi historia ocurrió hace dos años, tres meses y cinco días. Estaba viendo el clásico Barcelona - Real Madrid, mientras Martha, mi entonces enamorada, preparaba un plato hecho de pastas, o algo así.

"Amor, me olvidé del queso parmesano", dijo como si no me estuviera pidiendo nada, pero claro yo sabía que era todo lo contrario. "No te preocupes, amor, yo voy", le dije en seguida porque soy todo un caballero, según mis amigas y un mongazo según mis amigos. Pero como el Real parecía estar a punto de empatar al Barza y como yo había apostado a favor del Barza pensé que el queso parmesano, caballero, podía esperar. Sin embargo, Martha no pensó lo mismo y me dijo: "Gracias, amor, pero apúrate amor que tengo que usarlo ahorita, ¿ya amor?". "Ya", le dije y así, abrumado por tanto amor, me fui caballerosamente a comprar.

Salí del depa y calculé que regresaría en unos cinco minutos como máximo. Crucé la pista, caminé una cuadra y llegué a la bodega del chino de la esquina, cuya peculiaridad era que no estaba en la esquina, sino unos metros antes. El chino me preguntó qué marca quería, pero yo andaba pensando más en la marca que el Real entero le hacía a Messi, así que le pedí cualquiera. Pagué y salí con lo comprado. Entonces sucedió.

Empezaba a alejarme de la bodega cuando sentí que una sombra me rodeó y que era elevado a gran velocidad. Entonces, miré hacia arriba y vi que estaba yendo hacia un agujero en medio de una especie de masa, segundos después supe que se trataba de la entrada a una nave espacial, sobre todo cuando vi el letrero que decía: "Entrada a la nave espacial".  Vi luego a un ser que no parecía humano, lo cual no me asustó del todo considerando que tengo un par de amigos subtes. Antes de que pudiera reaccionar, mi cuerpo empezó a perder peso (cosa que no me disgustó). Floté y avancé hasta descender sobre una camilla. De la nada, unas correas pequeñas surgieron y me aseguraron brazos y piernas.

Era un momento particularmente dramático e incierto. Sabía que cualquier cosa podría estar a punto de pasar. "¿Empatará el Real?", fue lo primero que pensé en ese instante.

De pronto, sentí que volvía a flotar, pero esta vez me iba desvaneciendo. Entonces, me empecé a elevar y, en ese momento, fue cuando mirando hacia abajo me vi a mí mismo echado sobre la camilla. Ahí estaba yo. Aterrado, después de ver todo mi cuerpo comprendí que me había desdoblado y que, en verdad, debía empezar una dieta cuanto antes.

Pero entonces empezó el viaje. Noté que el ser no humano que había visto al llegar a la nave ahora flotaba junto a mí, o al menos sentí su presencia. Fue increíble, primero me asusté pero después perdí el miedo. Tuve que amoldarme a no tener cuerpo, a ser solo una especie de alma. Al principio no fue fácil, sobre todo cuando traté, en vano, de rascarme la cabeza. Pero cuando superé eso, todo fue más sencillo.

Segundos después ya estaba viajando en medio del universo. Empecé a viajar por el sistema solar mientras la voz del ser no humano me iba hablando, haciendo de guía, que no te acerques mucho que éste es el Sol, que igual ten cuidado con Mercurio, fíjate que Marte es el planeta que más se parece a la Tierra, perdón me equivoqué, ésa es la Tierra. Así me fue indicando todos los planetas. El único planeta que reconocí fue a Saturno, por los anillos.

El viaje me pareció fascinante, lástima que no vendieran souvenirs, hubiera traído unos llaveros alucinantes. En un momento dado, la voz me anunció que el tiempo del viaje había concluido y, en tono confidente, agregó: es más, nos pasamos cinco minutos.

Entonces volvimos a la nave y sentí que nuevamente me incorporaba en mi cuerpo. Las correas se soltaron y quedé de pie. La voz del ser no humano me dijo que habían analizado mi cuerpo y que me agradecían por mi colaboración. Yo les dije que no había problema, pero que me devuelvan el queso parmesano. Así lo hizo y luego me dijo que nos volveríamos a ver pues era probable que otro día necesiten hacerme otros análisis.

Yo iba a responder, pero no pude. En menos de un segundo me encontraba otra vez, al frente de la bodega del chino de la esquina. Apreté en mi mano el queso parmesano y, aún conmocionado, regresé al depa. Sentí que había pasado horas, pero al ver que el partido continuaba comprendí que no había sido así. El tiempo del partido en el televisor me dio a entender que había pasado unos pocos minutos en realidad.

Martha salió de la cocina. Me sonrió y se llevó el queso parmesano. Yo me detuve a pensar un momento en lo que me había ocurrido, en la vastedad del universo, en el destino de la raza humana y la relatividad del tiempo terrestre, pero detuve mis pensamientos cuando comprendí, anonadado, lo que había ocurrido.

No lo podía creer. El Real había empatado.

martes, 17 de diciembre de 2013

Con dudas, pero sin murmuraciones

En el despacho central del Ministerio de Defensa, Pedro Cateriano se encuentra inmerso en la lectura de un libro: Disciplina militar. El sonido de la puerta lo distrae. Una asistente ingresa con un fólder en mano.



–Sr. Ministro, perdone, pero afuera sigue esperándolo la prensa.
–Que sigan afuera. No pienso declarar.
–Es que no están afuera afuera, están aquí junto, en la antesala.
Cateriano golpea el escritorio.
–Eso es imposible. La seguridad tiene orden de impedir su ingreso. No se atreverían a desobedecerme.
–Pero recuerde que son de la Marina.
El ministro se encoge de hombros y mueve la cabeza.
–¿Y entonces, Sr. Ministro? –preguntó la asistente–, quieren que declare sobre el caso López Meneses.
De pronto Cateriano pestañea, se pasa la mano por el rostro.
–No puedo. Ya vio lo que le pasó a Pedraza por hablar.
–Quizá pueda decir algo, ya va más de una semana en silencio.
–¿Y qué medios son? –preguntó.
–Están de todos los canales.
–¡Por Dios!
–De todas las radios.
–¡Esto es el fin!
–De todos los diarios.
–¡El apocalipsis!
Mientras tanto, en Palacio de Gobierno, tenía lugar una acalorada discusión entre el presidente Hu­mala y la primera dama; primero por el con­trol remoto, pero después por el escándalo López Meneses. “Debemos elegir ahora mismo al nuevo ministro del Interior”, dijo Nadine sujetando con fuerza el control en la mano.
Humala hizo una lista de nombres para reemplazar a Pedraza. Nadine tomó el papel y empezó a tachar.
–De todos estos nombres, solo hay uno que puede ser.
–¿Cuál?
–Walter Albán
–Pero ese no está en la lista.
Nadine escribió rápidamente al final del papel.
–Ahora ya está.
Pocos minutos después la estrategia final ya estaba definida.
En la sede del Ministerio de Defensa, la asistente de Cate­riano ingresa al despacho.
–Sr. Ministro, perdone la interrupción, pero lo llama el almirante.
Cateriano se reacomoda en el asiento.
–Páseme la llamada, pero antes dígame. ¿Ya hizo pública su renuncia?
–No, más bien dicen que no va a renunciar.
–¿Que no? –dibujando una sonrisa altiva–. Ya verá. Solo es cuestión de tiempo.
El timbre del anexo suena y Cateriano levanta el auricular. Apenas termina de hablar con Cueto, su asistente ingresa al despacho.
–¿Y qué pasó?
–¿No le dije que era cuestión de tiempo su salida?
–¡Qué bueno! –dijo la asistente–. ¿Entonces va a dejar el cargo?
–Sí, claro, de unos meses no pasa.
De pronto, el celular de Cateriano vibró. Miró la pequeña pantalla: “Vaya, por fin”, se dijo.
“Hola, sí… ¿que ya es hora que declare?… Listo… Claro, será como diga, que Villafuerte no tenía nada que ver, que de niño quise ser marino y que Cueto y yo somos íntimos… No hay problema, ahora mismo lo haré”.
Minutos después, un periodista de la radio más sintonizada se encuentra en el despacho ministerial. Cateriano, desde el otro lado del escritorio, lo observa, rígido.
–Lo que tengo que declarar Sr. Periodista es que, según se me ha informado, el que manda en el Sector Defensa soy yo.
–¿Y qué opina que Cueto se haya enfrentado a la Policía?
–Yo lo autoricé.
–Pero se sabe que le pidió a Cueto que renuncie y él no lo ha hecho.
–Yo lo autoricé a que no renuncie.
–Pero lo ha desautorizado.
–Yo lo autoricé a que me desautorice.
–¿Y no le incomoda quedar mal ante la opinión pública?
–Yo me he autorizado a no incomo­darme.
–Bueno –dijo el periodista–, entonces seguirá en el cargo.
–Desde luego.
–¿Está seguro de eso?
– Claro –dijo aferrándose a la silla mi­nisterial–, ya tengo luz verde.
Publicado en la revista Velaverde Nº39

La última percepción de Pedraza

Luego de una intensa jornada laboral, el ministro del Interior, Wilfredo Pedraza, enrumba al medio­día hacia su hogar a bordo de su moderno Merce­des Benz. Sentado, en la parte posterior, mira en su tablet los últimos tuits. De pronto, el auto se detiene.



- ¿Qué pasa? –le pregunta al chofer.
- Parece que un portatropas se ha descompuesto, Sr. Ministro.
- ¿Un portatropas? ¿De esos que portan tropas?
- Exactamente.
- ¿Y qué hace aquí?
- No sé.
Pedraza bajó del auto. Su seguridad personal lo rodeó inmediatamente, pero él les pidió que mantengan su dis­tancia. En seguida, un comandante de la PNP que estaba frente al portatropas se acerca a Pedraza.
- Sr. Ministro –lo saluda marcialmente.
- Comandante, dígame, ¿qué es todo esto?
- Esto es un portatropas señor. Creí que lo sabía.
Pedraza frunció el ceño.
- Quiero saber qué hace este portatropas aquí.
- Es parte de la vigilancia asignada a la casa de Cueto.
-¿Cueto? ¿El futbolista?
- No, Sr. Ministro. Cueto, el jefe del Comando Conjunto.
Pedraza asiente. Luego cambia de expresión.
- Pero que yo sepa, Cueto no vive por aquí.
- Que yo sepa, tampoco. Pero tenemos una orden fir­mada por el general Praeli.
Pedraza se aparta unos metros, vigilado muy de cerca por su seguridad personal. Saca su celular.
“General… sí, soy el ministro… el ministro del Interior… No ge­neral, sigo estando en el cargo… ¿Puede ex­plicarme qué hace un portatropas frente a la casa de Cueto?… No, ese no, me refiero al jefe del Comando Con­junto… Pero esta no es la casa de Cueto… Ya, ya… ¿Órdenes?… Pero, ¿de quién?… Ah ya, ¿Villafuerte?… Pero, general, ¿por qué no se me informan estas cosas?… ¿Qué les cuesta contar­me?… Eso sí le digo, el tal Villafuerte me va a escuchar…, ¿cómo?, ¿que ya me está escuchando?… Bueno, bueno, él sabrá lo que hace, no hay que desconfiar de una persona tan respetable”.
Luego de colgar el celular, Pedraza se acerca nueva­mente al comandante.
-Comandante, dejémonos de cosas, dígame quién vive aquí.
El oficial lo observa por un momento.
-Es la casa de López Meneses.
Un gesto de asombro se dibuja en el rostro de Pedraza.
-¿La casa de López Meneses?, ¿el que era uno de los principales operadores de Montesinos?
-El mismo.
Pedraza da un paso adelante y eleva la vista, tratando de observar más allá.
-Pero comandante, detrás del portatropas hay más de cien policías. Veo también cinco patrulleros inteligentes, un rompemanifestaciones, tres motocicletas, dos caballos, un monociclo y dos perros policías. ¿Cómo explica esto?
-Lo que pasa, Sr. Ministro, es que hoy es viernes y siem­pre bajamos la seguridad por el fin de semana.
Abrumado, decide retomar la ruta hacia su hogar. En el trayecto vuelve a revisar su tablet. Sus ojos se abren más cuando ve que uno de los tuits anuncia una bomba perio­dística relacionada con la Policía. En ese instante su celular empieza a sonar.
“Sí, Sr. Presidente, ya sé que en la noche habrá una re­velación periodística… ¿Cómo? ¿Que nos adelantemos? ¿Usted quiere que demos la noticia primero?… ¿No?, ah ya, claro, entiendo… Hay que actuar como si no supiéramos nada… Entiendo, pero la verdad es que yo no sabía nada… No… Recién me enteré hoy y de casualidad, y luego me dijeron lo de Cueto… No, el futbolista no, el almirante… De acuerdo, Sr. Presidente. Se hará lo que usted diga… O lo que diga Nadine… O lo que diga Villafuerte… Sí, Sr. Pre­sidente… Quedamos así, entonces. Espero instrucciones para saber qué debo hacer”.
Mientras el Mercedes Benz sigue rumbo a su hogar, Pedraza vio en su tablet el más reciente tuit: Ministro del Interior destituye generales. “Caramba”, se dijo: “¿A quié­nes habré botado?”. Luego un tuit más apareció: Pedraza renuncia irrevocablemente. “Por Dios, tantas novedades y todavía no me dicen qué debo hacer”, pensó.
Publicado en la revista Velaverde Nº38