martes, 17 de diciembre de 2013

Con dudas, pero sin murmuraciones

En el despacho central del Ministerio de Defensa, Pedro Cateriano se encuentra inmerso en la lectura de un libro: Disciplina militar. El sonido de la puerta lo distrae. Una asistente ingresa con un fólder en mano.



–Sr. Ministro, perdone, pero afuera sigue esperándolo la prensa.
–Que sigan afuera. No pienso declarar.
–Es que no están afuera afuera, están aquí junto, en la antesala.
Cateriano golpea el escritorio.
–Eso es imposible. La seguridad tiene orden de impedir su ingreso. No se atreverían a desobedecerme.
–Pero recuerde que son de la Marina.
El ministro se encoge de hombros y mueve la cabeza.
–¿Y entonces, Sr. Ministro? –preguntó la asistente–, quieren que declare sobre el caso López Meneses.
De pronto Cateriano pestañea, se pasa la mano por el rostro.
–No puedo. Ya vio lo que le pasó a Pedraza por hablar.
–Quizá pueda decir algo, ya va más de una semana en silencio.
–¿Y qué medios son? –preguntó.
–Están de todos los canales.
–¡Por Dios!
–De todas las radios.
–¡Esto es el fin!
–De todos los diarios.
–¡El apocalipsis!
Mientras tanto, en Palacio de Gobierno, tenía lugar una acalorada discusión entre el presidente Hu­mala y la primera dama; primero por el con­trol remoto, pero después por el escándalo López Meneses. “Debemos elegir ahora mismo al nuevo ministro del Interior”, dijo Nadine sujetando con fuerza el control en la mano.
Humala hizo una lista de nombres para reemplazar a Pedraza. Nadine tomó el papel y empezó a tachar.
–De todos estos nombres, solo hay uno que puede ser.
–¿Cuál?
–Walter Albán
–Pero ese no está en la lista.
Nadine escribió rápidamente al final del papel.
–Ahora ya está.
Pocos minutos después la estrategia final ya estaba definida.
En la sede del Ministerio de Defensa, la asistente de Cate­riano ingresa al despacho.
–Sr. Ministro, perdone la interrupción, pero lo llama el almirante.
Cateriano se reacomoda en el asiento.
–Páseme la llamada, pero antes dígame. ¿Ya hizo pública su renuncia?
–No, más bien dicen que no va a renunciar.
–¿Que no? –dibujando una sonrisa altiva–. Ya verá. Solo es cuestión de tiempo.
El timbre del anexo suena y Cateriano levanta el auricular. Apenas termina de hablar con Cueto, su asistente ingresa al despacho.
–¿Y qué pasó?
–¿No le dije que era cuestión de tiempo su salida?
–¡Qué bueno! –dijo la asistente–. ¿Entonces va a dejar el cargo?
–Sí, claro, de unos meses no pasa.
De pronto, el celular de Cateriano vibró. Miró la pequeña pantalla: “Vaya, por fin”, se dijo.
“Hola, sí… ¿que ya es hora que declare?… Listo… Claro, será como diga, que Villafuerte no tenía nada que ver, que de niño quise ser marino y que Cueto y yo somos íntimos… No hay problema, ahora mismo lo haré”.
Minutos después, un periodista de la radio más sintonizada se encuentra en el despacho ministerial. Cateriano, desde el otro lado del escritorio, lo observa, rígido.
–Lo que tengo que declarar Sr. Periodista es que, según se me ha informado, el que manda en el Sector Defensa soy yo.
–¿Y qué opina que Cueto se haya enfrentado a la Policía?
–Yo lo autoricé.
–Pero se sabe que le pidió a Cueto que renuncie y él no lo ha hecho.
–Yo lo autoricé a que no renuncie.
–Pero lo ha desautorizado.
–Yo lo autoricé a que me desautorice.
–¿Y no le incomoda quedar mal ante la opinión pública?
–Yo me he autorizado a no incomo­darme.
–Bueno –dijo el periodista–, entonces seguirá en el cargo.
–Desde luego.
–¿Está seguro de eso?
– Claro –dijo aferrándose a la silla mi­nisterial–, ya tengo luz verde.
Publicado en la revista Velaverde Nº39

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