martes, 23 de diciembre de 2014

El pajarillo, Maduro y los yanquis

En uno de los jardines del Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro contemplaba con ávido interés a un pajarillo. De pecho negro y cuerpo amarillo, el ave volaba de un lado a otro de la gran jaula sin decidirse a posarse en un lugar y, en apariencia, sin ganas de trinar. Maduro no se amilanó, se cargó de paciencia y continuó mirándolo por varios minutos más.
-Vamos, Comandante, silbe, dígame algo. Mire que el país se nos derrumba, coño.



Desde la primera vez que Maduro había escuchado, en el dulce silbido de aquella ave, las sabias palabras del ex presidente revolucionario y bolivariano Hugo Chávez, se obsesionó con ubicarla, capturar y conservarla. “Cónchale, ¿se imaginan tener el consejo de nuestro comandante todos los días?
En el más estricto secreto, se ordenó un enorme operativo para ubicar el ave en cuestión. Maduro había ofrecido una jugosa recompensa entre sus fuerzas del orden a quien le llevé al ave. Pronto Palacio de Miraflores se vio lleno de agentes quienes, aves en mano, afirmaban sin duda alguna que el pajarillo que llevaban era el mismísimo Chávez. Luego de largas y tediosas audiciones, en las que Maduro tuvo que escuchar el silbido de decenas de aves, por fin, el mandatario dio por terminada la búsqueda.

-Pero Comandante, ¿dónde se había metido? –le dijo al ave que silbaba frente a él- Usted no se preocupe que desde ahora vivirá aquí en Palacio y se le rendirá los honores correspondientes.

Desde entonces, sobre todo en tiempos difíciles, Maduro solía salir al jardín y buscar algún consejo del ave chavista.

Esa tarde, Maduro llevaba ya casi una hora esperando que el ave se digne en silbar, pero  nada. Entonces, un asistente del presidente llegó y se detuvo juntó a él.

-Presidente –dijo y de pronto su voz pareció rasgarse- tengo que darle una noticia.

Maduro, que ni siquiera había volteado a verlo, alzó su mano.

-Espera, espera –dijo- ya se posó. Nuestro Comandante parece que ya va a hablar.

En efecto, el ave silbó; era una melodía alegre, lúdica, de súbitos quiebres.

-¿Y qué dice el Comandante?

Maduró se agachó, se pegó más a la jaula y se concentró en escuchar. Luego se volvió a enderezar.

-Dice que quiere alpiste.

Maduro volteó, dándole la espalda a la jaula.

-Vaya inmediatamente y traiga alpiste para el Comandante.
-Pero Presidente –dijo- antes de eso déjeme contarle qué ha pasado.
-Oiga, ¿usted me está desobedeciendo? ¿Quiere que el Comandante muera de hambre?
-Pero el Comandate ya está…no, no quiero el Comandante muera de hambre.
-Entonces vaya y haga lo que le digo.

El asistente miró a Maduro y luego suspiró.

-EE.UU. y Cuba han anunciado el reinicio de sus relaciones diplomáticas –dijo de golpe.
-¿Y tú crees que eso es más importante que la vida de…?

De pronto Maduro enmudeció. Sus ojos se abrieron más y durante unos segundos quedó así, con el rostro paralizado, como suspendido.

-Presidente. ¿Está bien?

Entonces Maduro reaccionó.

-Pero cónchale, ¿que tú me estás diciendo?
-Lo que oyó, Presidente. Obama lo acaba de anunciar.
-Pero debe ser un error. Tiene que serlo, coño. Cuba no puede rendirse ante el imperialismo yanqui.

Maduro volteó y miró al ave, que otra vez estaba revoloteando.

-Comandante, ¿ha escuchado eso? ¿Qué vamos a hacer ahora? Necesito su consejo.

Como obedeciendo, el ave se volvió a posar y empezó a silbar.

-¿Y ahora qué dice? –dijo el asistente.
-Dice que, por favor, también le cambien el agua.

El asistente asintió.

-Bueno, parece que el Comandante no está de humor de hablar. Tendré que enfrentar este problema solo por ahora.
-¿Qué quiere que haga Presidente?
-Convoque a una junta de emergencia con todos mis consejeros.
-Pero usted no tiene consejeros.
-¿Cómo de que no?
-Usted los despidió a todos porque dijo que ahora el que le daba consejos era el pajarito.
-No es un pajarito, es el Comandante Hugo Chávez.
-Claro, eso mismo.
-Entonces convoque a una junta de ministros.
-Tampoco se va a poder.
-¿Cómo de que no?
-Nunca se ha podido. Acuérdese que tiene 27 ministros y nunca hemos podido encontrar una mesa tan grande.

Maduro se pasó la mano por el rostro.

-¿Y entonces con quién me reúno?
-¿Qué le parece con su vicepresidente y con el Ministro de Relaciones Exteriores?
-De acuerdo, vaya entonces. Pero antes que nada, no se olvide: alpiste y agua para el Comandante.

En un salón de Palacio de Miraflores, Maduro preside la mesa. A su lado derecho, está el vicepresidente y, en el otro, el Ministro de Relaciones Exteriores.




-Bueno –dijo Maduro- En estos momentos estoy abierto a las sugerencias de ustedes.

Ambos funcionarios asintieron.

-Pero cónchale, dígame –dijo dirigiéndose al Ministro- ¿Qué me aconseja que haga?
-Camine todos los días. Esa vida sedentaria lo va a matar.
-¿Pero qué dice de Cuba?
-Creo que es una buena opción. Con 10 minutos diarios que camine por el malecón, suficiente.

Maduro movió la cabeza y luego miró al vicepresidente.

-¿Y tú qué opinas?
-Creo que 15 minutos sería mejor.
-Pero será posible que no me puedan dar algunas ideas sensatas, coño. Les pido consejo sobre los yanquis y los cubanos, no sobre mi salud. Esto ya parece una casa de locos. 

Lástima que le faltó alpiste al Comandante si no ya nos hubiera silbado lo que teníamos que hacer.

En ese momento ingresa el asistente sosteniendo un celular.

-Perdone Presidente que interrumpa.
-¿Qué pasa?
-Fidel está en la línea.
-¡Vaya! Mi hermano Fidel me llamó.
-En realidad, yo conseguí la llamada.
-Bien pensado muchacho.

El asistente esbozó una sonrisa de satisfacción y le dio el celular a Maduro. El mandatario se levantó de la mesa y empezó a caminar por el salón.

“Hermano Fidel, hermano bolivariano ¿qué pasó con ustedes? ¿Cómo han podido negociar con estos traidores yanquis imperialistas?...¿Aló? ¿Aló Fidel?”

-Háblele fuerte que no escucha bien. –dijo el asistente.

Maduro carraspeó y elevó la voz.

“Fidel, hermano, ¿me escuchas? Fidel, coño, ¿me estás escuchando?”.

-Toma –le dijo al asistente, alcanzándole el teléfono- es inútil. Este viejo ya ni escucha. Solo queda una cosa por hacer.

Minutos después, en el jardín, Maduro, el vicepresidente, el ministro y el asistente se encuentran reunidos frente a la gran jaula del pajarillo.

-Vamos Comandante. Ya le trajimos el alpiste y ya le cambiamos el agua. Tiene que silbar, coño. Tiene que decirnos qué hacer.


El ave revoloteaba con más ímpetu. Y, tras un par de minutos, finalmente se posó sobre un maderita. Maduro y los demás se acercaron más a la jaula. Todas sus miradas estaban puestas en el pico del pajarillo.

-Sílbenos Comandante-dijo Maduro-. Sílbenos el camino a seguir.

El ave movió su cuerpo y  sacudió sus alas. Entonces finalmente silbó; silbó con bríos. Fue una melodía larga, cadenciosa y feliz. 

Cuando el ave calló, Maduro se apartó de la jaula; los demás también.

-¿Y qué dijo el Comandante? –preguntó el asistente.

-Nada – dijo Maduro decepcionado- Justo hoy le dio por cantar. 

Publicado en  la revista Velaverde N°95

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