martes, 5 de mayo de 2015

Castañeda: surfeando sobre un diván

El consultorio del doctor Medina funciona en su residencia, para ser más exactos, en su estudio. Entre libros, antigüedades y cuadros no figurativos, el afamado psicoanalista ha visto y -sobre todo- escuchado los secretos más inconfesables de las numerosas personalidades que se han recostado en su imponente diván.

Atormentado por la coyuntura y por Patricia Juárez, el alcalde Castañeda acudió la cita.  


 
-Doctor, siento que nadie me quiere –dijo apenas se recostó en el diván.
-Vamos, señor Castañeda, no exagere. Estoy seguro que su familia todavía le guarda cariño.
-Yo me refiero a los limeños en general, doctor. No sé quién les ha metido ideas en la cabeza que ahora me critican por todo.
-Dicen que usted no escucha a nadie, ¿eso es cierto?
-Y a mí me molesta mucho que me quieran hacer un cargamontón. Yo solo quiero lo mejor para mi gente.
-¿Para los limeños?
-No, para mi familia.

El doctor Medina asintió y escribió algo en su libreta de apuntes.

-A ver, a ver, señor Castañeda. Vamos a hacer un ejercicio hipnótico.

El doctor Medina se levantó y caminó hasta sentarse al borde del diván.

-Va a sentirse relajado, muy relajado. Siéntase libre de todo peso, de toda carga, como si no tuviera ninguna responsabilidad de nada.
-Eso es fácil.
-Ahora los ojos le pesan, le pesan una enormidad y siente que todos sus músculos se relajan. Le está dando mucho sueño, mucho sueño.

Castañeda, con sus manos entrelazadas descansado sobre su pecho, quedó en silencio por unos segundos. El doctor Medina lo contempló hasta cerciorarse que la hipnosis había dado resultado.

-Muy bien, señor Castañeda. Dígame, ¿qué ve?
-Nada, tengo los ojos cerrados.
-Lo sé, pero me refiero a su mente. ¿Qué ve en su mente?
-Nada.
-¿Cómo que nada? Algo tendrá que ver.
-Pues no, nada.

El doctor Medina se reacomodó en el borde del diván.

-Vayamos por otro camino. Señor Castañeda vamos a hacer una regresión. Retrocedamos en el tiempo. Ahora es usted un niño. ¿Qué ve?
-Veo la playa de Pimentel.
-Eso es. ¿Qué más ve? –preguntó el doctor.
-Hay mucho sol, mucho calor. Estoy caminando en la arena y ahora estoy al borde de la orilla del mar.
-Siga, siga.
-Pero si sigo me mojo.
-Siga diciéndome qué ve.
-Veo a unos niños jugando, chapoteando en el mar. Yo también quiero meterme.
-Métase entonces.
-Ya, ya estoy en el mar. Estoy jugando con los niños. Me tiran agua en la cara y yo a ellos.

Castañeda, con los ojos cerrados, sonreía mientras hablaba. Sus manos, antes quietas y reposadas, ahora se movían, como apartando el agua de su rostro.

-Parece que está contento –dijo el doctor.
-Sí, estoy muy contento. El mar es tranquilo, parece una piscina. Hasta tibia está el agua.

De pronto, el rostro de Castañeda se agrava.

-¿Pasa algo? –preguntó el doctor.
-Sí, unos hombres de amarillo están poniendo rocas enormes en la playa.
-¿Rocas enormes?
-Sí,  los más grandes están protestando por las rocas y está llegando la Policía con varas. No. No. Les están pegando a los bañistas. Los niños también corren para que no les pase nada. Yo también corro. No. Se están llevando a los bañistas, como si fueran delincuentes. Dicen que es culpa del alcalde, dice que es un prepotente y que no respeta a nadie.
-Interesante.
-No. Parece mentira, pero ya no se ve el sol. Una de las enormes rocas lo está tapando. Ya parece de noche. Ahora todo está oscuro. Muy oscuro.

El doctor Medina dio una fuerte palmada y Castañeda, que ya tenía el temor dibujado en su rostro, se despertó. Pestañeó numerosas veces, como adecuándose a la luz del estudio.

-¿Qué pasó doctor? No recuerdo nada.
-Por ser la primera vez lo dejaremos aquí.
-¿Me va a dejar aquí en el diván?
-No, vamos a dejar la sesión aquí nomás.

Castañeda se levantó trabajosamente y quedó de pie.

-Sabe  doctor, lo felicito. Me siento mucho mejor ahora.
-Gracias.
-Qué bien que se descansa en ese diván. 


Publicado en la revista Velaverde Nº113

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