De lejos Alejandro
Toledo parece un peruano más; de cerca también. Pero no hay que dejarse engañar:
su esmirriada figura, su rostro sufrido y sus gestos lacónicos esconden al
hombre que lideró la lucha contra la dictadura fujimorista. La cumbre de esa gesta fue la Marcha de los Cuatro
Suyos, donde tirios, troyanos y algunos peruanos se movilizaron para
demostrarle a Fujimori y a sus secuaces que “aquí y allá el miedo se acabó”.
Y en efecto el miedo se acabó y, videíto
mediante, el fujimorato también se acabó. Tras ello, Toledo logró ser
presidente del Perú y, según cierto consenso, su gobierno tuvo más luces que
sombras, sobre todo de día.
Luego, en las
elecciones del 2011, durante el gobierno de García, Toledo volvió a postular a
la presidencia. Sin embargo, los peruanos, desmemoriados y poco agradecidos,
preferimos sufrir entre el mal menor (Humala) y el mal peor (Keiko).
Un aciago día del
2013, se publicó una denuncia -a todas
luces amañada- contra Toledo. Aquella acusación indicaba la increíble versión de
que este había creado en Costa Rica una
empresa llamada ECOTEVA, la misma que habría utilizado para comprar propiedades
que no aparecieran a su nombre, sino a nombre de esta empresa y de su suegra,
la entrañable madre de Eliane.
Pese a lo burdo de la
denuncia, Toledo se tomó la molestia de regresar al país -estaba en Costa Rica- y convocar a
una conferencia de prensa para aclarar los hechos. Diáfano como él solo,
explicó que su suegra había comprado un inmueble con el dinero ahorrado durante
toda una vida –o quizá dos, pues sabe que la señora cree en la reencarnación-.
Días después, otro
medio denunció que la madre de Eliane no había tenido una vida de negocios que
pudiera sustentar fortuna alguna. Toledo tuvo que regresar otra vez al país y
rebatió una a una todas las mentiras. De esta forma, Toledo explicó que su
suegra, como víctima del Holocausto, había recibido una compensación económica
tan suculenta que a nadie debería sorprenderle verla pronto en la portada de
Forbes.
Pese a que la verdad
brillaba como sol de mediodía, la prensa, empecinada en atacar al líder de Perú
Posible, no se daba por enterada. Al contrario, descubrió que la compensación
económica recibida por la suegra era bastante modesta, tanto así que, en comparación,
los cobros fonavistas calificaban como signos exteriores de riqueza.
Toledo se vio
entonces en una encrucijada. A cada denuncia había tenido que regresar al país
a poner el pecho y dar la cara, pero ahora la noticia lo había sorprendido en
el país, entonces ¿cómo habría de regresar a donde ya estaba?
Superado el absurdo
dilema, Toledo volvió a convocar a la prensa. Esta vez dijo que el dinero
utilizado había provenido de un préstamo que su amigo Maiman le había hecho a la
madre de Eliane. Que el préstamo sea por
20 años y que la suegra de Toledo sea ya una octogenaria tampoco habría de
extrañar a nadie. Antaño llegar a los
100 años podría parecer una utopía, pero hoy, con los avances de la medicina,
esto se ha simplificado a un único y sabio consejo: cuídese mucho a los 99.
Ahora, dos años
después, el caso sigue sin resolverse en el Poder Judicial y Toledo pide con
justísima razón que sea archivado. Para recordarle al
país y a sí mismo el apoyo multitudinario que todavía posee, el hombre de
Cabana ha anunciado que convocará a una nueva
Marcha de los Cuatro Suyos (o con cuatro de los suyos).
Desde esta modesta
columna, nos sumamos entusiastas a la convocatoria de esta movilización que busca
apoyar al líder chakano. Se trata, en realidad, de estricta justicia histórica.
Toledo nos libró de la pena de vivir bajo la dictadura fujimorista; nos toca
ahora librarlo de una pena.
Es más, deberíamos ir más
allá y apuntalar la ya anunciada candidatura presidencial de Toledo. Puedo
vislumbrar ya el triunfo chakano, los millones de corazones peruposibilistas
latiendo al unísono. Puedo ver a Toledo saludando a la multitud y, claro,
también puedo ver a Maiman detrás de él. ¿Me parece o se está frotando las
manos?
Publicado en la revista Velaverde Nº114
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