Llegué hasta el lugar
pactado –un café miraflorino- y a los pocos minutos el hombre misterioso llegó.
Se acercó a mi mesa, me hizo un rápido saludo y luego se sentó.
-¿Tú eres el de la
revista?
-Sí.
-¿10 mil dólares? Por
Dios, ¿de cuántos gigas es?
El hombre se
reacomodó en el asiento y dio una rápida mirada al interior del café. Luego me
miró con fastidio.
-Lo que te estoy
vendiendo es la información que está dentro.
-Pero ¿cómo hacemos?
No he traído mi laptop. Me lo llevo, lo copio y después te devuelvo el USB.
-No tienes que
devolverme nada, el USB no te lo voy a cobrar.
-¿Es gratis?
-Sí.
-¿Y viene con
garantía?
Entonces llegó el
mozo y le pedí una taza de café. Cuando
se fue, el hombre me miró con suma seriedad.
-Mira, la información
que tengo aquí puede tumbarse al gobierno. Eso sí, no puedo darte detalles.
-¿Y cómo te voy a
comprar algo a ciegas?
-Entonces, ¿estarías
dispuesto a comprármelo?
-Desde luego que sí.
-¿Tienes el dinero?
-Desde luego que no.
El hombre puso la
mano sobre el USB.
-Si no hay dinero no
hay trato.
-Pero dime de qué se
trata.
-No estoy para perder
el tiempo.
-Yo sí. Te escucho.
El hombre cogió el
USB, lo puso en el bolsillo de su saco y se puso de pie.
-Espera, siéntate. Dime
de qué se trata y veré qué puedo hacer.
-Está bien –me dijo-.
Aquí tengo las
transferencias a la primera dama entre el 2006 y 2009. El contrato de la Palma Aceitera.
Los gastos con la tarjeta de su amiga. La cuenta del Scotiabank y la de París.
-Pero todo eso ya se sabe.
El hombre se puso pálido y por unos segundos quedó en
silencio. Luego reaccionó.
-¿Y que la amiga de Nadine le estaría pagando el
alquiler de una casa de playa?
-También ya se sabe.
Movió la cabeza a los lados.
-¿Tú no ves noticias? –le pregunté.
-Solo deportes y espectáculos.
El mozo llegó y puso el café delante de mío. Entonces el
hombre metió la mano en su bolsillo y sacó el USB.
-¿Entonces esto no vale nada?
-Bueno –le dije-, vale lo que cuesta el USB.
-¿Y cuánto me darías por él?
-Nada. No necesito uno.
El hombre se puso de pie y se volvió a guardarlo.
-Dime y también ya salió a la luz el documento que
prueba que el dinero que llegó a las cuentas de Nadine era dinero sucio mandado
por Chávez.
Apreté el puño y parpadeé varias veces.
-Ah sí, claro –mentí- ese documento también ya salió.
-Me voy entonces. No tengo nada que ofrecerte.
-Espera, espera. Mira, solo para que no te vayas sin
nada, está bien, te compro el USB.
-¿A cuánto?
-Mira, esos están 40, 50 soles. Te doy 100 para que te
lleves algo al menos.
El hombre sacó el USB y lo puso sobre la mesa. Recibió
el dinero y lo guardó en su bolsillo.
-Muchas gracias –me dijo.
-De nada. Más bien tómalo como un gesto de
agradecimiento mío por leer mis columnas.
-Pero yo no leo tus columnas.
-¿No? Por teléfono me dijiste que las leías.
-Te lo dije para que me prestes atención nomás.
-Ah bueno –le dije.
-Ahora sí me voy.
-Antes que te vayas, dime, ¿el documento está en Word o
es una imagen en JPEG?
-¿Cuál documento?
-El que demuestra que el dinero era chavista.
-Ah no, ese documento no lo tengo.
-¿Cómo que no lo tienes? ¿No me acabas de preguntar?
-Sí, claro, pura curiosidad nomás. Ni siquiera sé si
ese documento existe.
-¿Entonces te pagué 100 soles solo por un USB de 8
gigas?
-Es de 4 nomás.
Terminó de decir aquello, arrimó la silla y salió del
local. El disgustó no tardó en adueñarse de mí. Le di un sorbo al café y, como
no podía ser de otra forma, estaba amargo. Entonces pagué la cuenta y salí.
Mientras caminaba por la calle, bajo la sombra de los
árboles miraflorinos, comprendí que la amargura de haber sido engañado no se me
quitaría fácilmente. En verdad le había creído que leía mis columnas. Belaúnde Lossio tiene razón, ya
no se puede confiar en nadie.
Publicado en la revista Velaverde Nº120
No hay comentarios:
Publicar un comentario