En la última mesa de
un chifa cuyo nombre prefiero no mencionar –me negaron el canje-, nos
hallábamos unos amigos de mi promoción del colegio y yo. En el fragor de la
cena, entre wantanes y chaufas humeantes, debatíamos con igual pasión los más diversos
e improbables temas: la caída de Trump en los sondeos, las bondades del streaming, la diferencia entre el
brevete A1 y A2, entre otros asuntos medulares. Luego, como era de esperarse,
nos enfrascamos en el lúdico e interminable ejercicio de recordar caras,
apellidos, sobrenombres e historias de un mundo que el tiempo ya dejó atrás; pero que nosotros, tercos, preservamos.
Apenas nos trajeron
la cuenta, notamos que tres hombres en terno irrumpieron en el lugar. En el
cinto de sus pantalones se notaban con claridad las armas.
-Maldición –dijo uno
de mis amigos-. Nos van a robar. Justo ahora que tengo celular nuevo.
-Pucha –dijo otro-. Hubiéramos
pagado la cuenta antes.
-Yo les dije –dijo
uno de la promoción que había llegado casi al final-. Mejor nos hubiéramos ido
de frente a tomar unas chelas.
En ese momento,
ingresó el mismísimo Pedro Pablo Kuczynski. Todos quedamos sorprendidos de ver
al flamante Presidente de la República en persona; aunque nada comparado con el alborozo y la algarabía del dueño del local.
-Señor presidente –le
dijo-, pase por favor, estaremos encantados de atenderlo.
-Gracias, pero solo
quiero que me preste sus servicios. Es que no llego a Palacio.
El dueño, ya menos
entusiasmado, le señaló el camino. Mientras tanto, la seguridad presidencial miraba a todos los
rincones del local.
Cuando Kuczynski
salió dos de mis amigos le gritaron: “¡Sube, sube PPK!". Kuczynski volteó a vernos.
Se sonrió, nos hizo su famoso bailecito y se fue junto con los policías de
civil que lo cuidaban.
-¡Qué bacán Kuczynski! –dijo uno de mis amigos-. Yo creo que sí va a hacer bien las cosas.
Y la verdad es que los
demás compartíamos, en menor o mayor medida, esa esperanza. No sé si alguno de mis amigos era
fujimorista o no, pero nadie dijo lo contrario. Se instaló claramente entonces un ambiente positivo, de compañerismo y unión; y así estuvimos hasta que ocurrió algo que nos separó, quizá, para siempre: nos trajeron la cuenta.
Esa noche, en casa, soñé que mis amigos y yo estábamos en nuestro colegio y Kuczynski estaba a punto de juramentarnos como ministros en el patio central. Sin duda seríamos un gabinete de lujo, sobre todo porque nos subiríamos los sueldos. De pronto, la campanilla que anunciaba el recreo me despertó. Lástima, estábamos tan cerca.
Esa noche, en casa, soñé que mis amigos y yo estábamos en nuestro colegio y Kuczynski estaba a punto de juramentarnos como ministros en el patio central. Sin duda seríamos un gabinete de lujo, sobre todo porque nos subiríamos los sueldos. De pronto, la campanilla que anunciaba el recreo me despertó. Lástima, estábamos tan cerca.
Fuente: Revista Velaverde Nº177
jajaja, muy buena Yuri, seguro fue el cabezon que sigue con su nokia, quien se preocupo por su celular jajajajj
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