miércoles, 8 de enero de 2014

Humala y el eterno retorno

Palacio de Gobierno. Medianoche. Humala sale de su habitación. Llega a la cocina, coge un vaso y presiona el botón del bidón. Cuando estaba a punto de beber, una visión lo deja inmóvil. Posa el vaso en la mesa, sin mirarlo. Pestañea varias veces hasta convencerse de que frente a él, junto a la refrigeradora y el pelapapas, estaba de pie, como en los años de su go­bierno, Juan Velasco Alvarado.



-¡General!… pero… cómo es posible. ¿Esto es un sueño?
-Una pesadilla más bien –dijo con voz lastimera– ¡qué de­cepción!
-¿De qué habla, general?
-Así que la gran transformación, ¿no?
-Pero mi general…
-Qué vergüenza, Ollanta. Al final el único que se transfor­mó fuiste tú.
- Pero, mi general, no es lo que parece.
-Ahora gobiernas con los ricos de la derecha.
-Bueno, sí, es lo que parece, pero todo ha sido por una buena causa.
-Tus programas sociales.
-La reelección más bien.
Velasco da un suspiro y niega con la cabeza.
-Mi general, déjeme hacerle una pregunta que siempre me he hecho. ¿Qué se siente estar muerto?
-En realidad, no estan malo como se cree. Lo que pasa es que la muerte tiene muy mala publicidad.
-¿En serio?
-Claro, mírame a mí, hace años que no pago ni luz, ni agua, ni teléfono. Además, con esto de poder aparecer en cual­quier lado, ni te imaginas cuánto se ahorra uno en pasajes.
-Bueno, no suena mal.
-Incluso, se te permite asustar a tus antiguos y malos je­fes, eso sí, solo de lunes a viernes y en horario de oficina. Y así te das la gran vida… digo, la gran muerte.
-Pero algo malo habrá, ¿no?
-Digamos que tus posibilidades de volver a cumplir años se reducen considerablemente. Pero bueno, Ollanta, no me cambies la conversación. Te decía lo decepcionado que estoy por tu cambio.
-Pero vamos, mi general, es normal cambiar o corregir el rumbo. Usted, por ejemplo, ¿no se arrepiente de la reforma agraria?
Velasco le da una mirada severa.
-Pero qué dices, si eso es de lo que más me enorgullezco.
-¿En serio? –dijo Humala–, ¿acaso no se enteró que ter­minó siendo un desastre para el país?
-Eso es una patraña imperialista. Al contrario, logramos que el patrón ya no coma más del sudor del campesino. Claro que el campesino tampoco volvió a comer, pero eso es otro tema.
-Si usted lo dice, mi general.
-Aquí lo decepcionante es que te habías anunciado como mi heredero. No sabes lo entusiasmado que esta­ba yo viéndote hablar de mí.
-¿Me miraba desde el cielo?
-No me vuelvas a cambiar de tema. Y al final me traicio­naste.
-Escúcheme, mi general. Todo es una estrategia muy bien pensada.
-¿Por ti?
-No, por Nadine.
-Ah, bueno, ¿y entonces?
- ¿Ha escuchado sobre la concentración de medios?
-Algo de eso.
-Bueno, según me ha dicho Nadine, nosotros estamos en contra de eso.
-En mis tiempos no había concentración de medios. Ni medios para concentrarse tampoco.
-Bueno, mi general, a tanto no se puede llegar ahora.
-Era solo el simple ejercicio de nuestra libertad: los due­ños de los medios eran libres de expresarse y yo era libre de cerrar sus negocios.
-Pero bueno, mi general, lo cierto es que le va a gustar lo que estamos planeando. Ya va a ver cómo lentamente regresa “la gran transformación”.
-Está bien, Ollanta, voy a volver a confiar en ti.
-Gracias, mi general.
De pronto, la figura de Velasco se esfumó. Humala se adelantó y quedó impávido. Entonces había vida después de la muerte, pensó. De pron­to, su rostro maravillado se tornó en angustia cre­ciente cuando comprendió la na­turaleza del nuevo problema que se le imponía: si lo que nos esperaba era la eternidad, entonces, más o menos, cuántas mudas de ropa había que llevar.
Publicado en la revista Velaverde N°45

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