La
primera vez que vi a Milagros Leiva en una pantalla debió ser hace años, si mal no
recuerdo, en un microprograma en Canal N donde entrevistaba a diversos
personajes en apenas cinco minutos. ¡Qué tiempos aquellos! Leiva en pantalla
solo cinco minutos.
Acabo
de ver la entrevista –digámosle así- que Leiva hizo a Luis D’Angelo,
representante de los motociclistas. Si bien D’Angelo tenía la moto, la que
atropelló fue Leiva. Más allá de las opiniones a favor o en contra de si se
debe prohibir o no que dos personas viajen en moto, la forma en que Leiva
defendía su posición era tan cerrada e intransigente que, casi de inmediato,
por pura empatía –y antipatía- uno se ponía de lado de D’Angelo. Pero, ¿qué
pasó con Leiva? ¿Acaso siempre fue así?
Cuando
Leiva logró tener su primer programa llevaba sus entrevistas con cierto
desenfado y soltura que no caían mal. Poco a poco, los políticos empezaron a
llegar y no a pocos Leiva puso en aprietos. Pero ya desde entonces Leiva tenía
sus exabruptos, muestras claras de su incomparable capacidad de sorprenderse
por cosas tan inesperadas como que, digamos, el sol se oculte en el mar.
De
esta manera, si, por ejemplo, un hombre denunciaba que había corrupción en el
municipio de su distrito, Leiva se sacaba los lentes, fruncía el ceño y decía:
“¿Corrupción? ¡Dios mío! Pero, ¡qué me está diciendo!” Hasta ahí su labor en
pantalla era, con sus pros y contras, aceptable.
Pero
en el 2015 ocurrió lo inesperado. Leiva le pagó 30 mil dólares a Martín
Belaúnde Lossio, ex asesor presidencial y, a la sazón, prófugo de la justicia, por
unos documentos que harían caer al gobierno de Humala. Ironías de la vida, la
que cayó fue ella junto con su programa. Leiva renunció antes de que la saquen
de Canal N y se fue a sus cuarteles de invierno, no sin antes asegurar que no
había pagado en vano y que las pruebas –desconocidas hasta hoy- sí eran
decisivas.
Luego
de un tiempo regresó a la televisión de cable, y después dio el salto a ATV. Ya
no tiene cinco minutos en el cable, ahora tiene 15 horas semanales en señal
abierta. Prisionera del rating, Leiva tiende a hacer del populismo y del
maniqueísmo su norte. Y así, mientras genera involuntariamente memes, embiste
al invitado que le hayan puesto en su camino, salvo, claro, que el interlocutor
tenga la dicha y la sabiduría de estar de acuerdo con ella.
Si,
en cambio, el invitado tiene otra opinión, o no sabe con quién está tratando o,
mucho peor, no comprende que debe sentirse agradecido a la vida si Leiva le
dice “querido”, entonces, ni modo, no queda otra que sacarlo del aire lo antes
posible. Y, claro, qué se habrá creído ese sujeto. Qué majaderías son esas de
ir por la vida pensando distinto que la conductora estrella de las mañanas.
Y,
bueno, sé que muchos tienen una opinión clara y demoledora de Leiva. Para mí, pese
a lo dicho, no deja de ser un misterio. La he visto más de una vez pasear
plácidamente con sus gemelos y con su esposo por el malecón de Miraflores, y,
por más que intento, no puedo calzar ambas imágenes: la que arroja el televisor
a miles de hogares con la de la señora que mira con tranquilidad y sin
sobresaltos, cómo, efectivamente, el sol se oculta en el mar.
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