Querido diario:
A ver te cuento que,
como en cada Semana Santa, me había hundido cómodamente en mi sillón para ver a
Charlton Heston haciendo de Moisés y
luego de Ben Hur -o sea, mucho antes que empezara a repartir rifles y
municiones por todo Estados Unidos, y muchísimo antes que al pobre, después de
haber leído tantos guiones, le diera Alzheimer-, cuando recibí una llamada de
mi comadre Keiko. “Oto”, me dijo, “te espero a almorzar”.
Una hora después, ya en
el comedor de su casa, mientras almorzábamos con su familia, Keiko me dijo que
su bancada tenía muchos problemas. “Olvídate de tu bancada”, le dije, “hablemos
mejor de tu problema”. “¿Mi problema?”,
me dijo, “¿y cuál es?”. “Tu bancada”.
En la sala, después de
comer, Keiko me dio más detalles de su situación. “Cada semana sale un nuevo escándalo
de mis congresistas”. “No”, le dije, “la semana pasado salieron dos: el de
Aramayo y el de Albrecht”. Mi comadre movió la cabeza a los lados y luego me
miró con el rostro preocupado. “¿Habré elegido mal a mis congresistas?”, me
preguntó. “No te culpes, Keiko”, le dije, “el que ha elegido mal es el pueblo”.
Mi comadre asintió, pareció estar tranquila por un momento, pero luego volvió a
mostrarse incierta. “¿Qué me aconsejas?”, me dijo. “¿Te suena la palabra
‘disolver’?, le respondí.
Hubiéramos seguido
hablando, pero me empecé a sentir un poco mal y, cuando mi estómago comenzaba a
quejarse, salí de la casa. Entonces, como una revelación, comprendí qué pasaba.
Si el fujimorismo sigue siendo el mismo de siempre, ¡cómo se me ocurre ir a la
casa de los Fujimori a comer bacalao! Bien dicen que quién no conoce la
historia está condenado a la buscapina.
Ya está. No sigo más,
es hora de comer, dormir e hincar como ninguno.
Fuente: El Otorongo (Peru21-21.04.17)
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