Pedro
Cateriano ingresó a Palacio de Gobierno, mientras era saludado por la guardia
presidencial apostada en la puerta. Un edecán lo llevó hasta uno de los salones
donde el presidente Humala y otra persona que no conocía lo estaban esperando.
-¿Cómo
estás, Pedro?
Cateriano
se contuvo y miró al extraño.
-No,
te preocupes Pedro, dime nomás. Él es de confianza.
El
Premier asintió.
-¿Que
cómo estoy? Estoy y no estoy. Me he desdoblado tanto que ya no sé ni quién soy.
Me he visto a mí mismo como si yo fuera otro, me he escuchado pidiendo diálogo,
demandando conciliación, ¡Sabe lo extraño que es eso!, lo peor de todo, me he
visto saludando a Keiko, ¡Se imagina!, dándole la mano a Alan, ¡Por Dios!, hasta
me he visto sonriéndole a Mulder. ¡Y me pregunta cómo estoy!
-Calma
Pedro, calma-dijo Humala-. Más bien, recuéstate aquí.
-¿En
ese diván?
-Sí.
-Ya
solo falta que me traiga un loquero.
El
hombre desconocido se levantó de su asiento y
estiró la mano hacia el Premier.
-No
soy loquero, pero soy psicoanalista.
Cateriano,
casi sin pensar, le dio un apretón de manos.
-Este
el doctor Medina. –dijo Humala.
-He
escuchado mucho de usted.
-No
hagas caso –dijo Humala-. Tú sabes Pedro que la gente envidiosa siempre cuenta
chismes.
-Al
contrario, he oído cosas buenas de usted doctor –dijo Cateriano-. Me dicen que
es una eminencia.
-Pedro,
te agradecería que dejemos los insultos de lado.
Cateriano
y el doctor Medina se miraron, desconcertados.
-Mira,
Pedro –dijo Humala-. Nadine y yo sabíamos que todo este cambio de actitud, este
de contenerse ante las cámaras, esto de no poder insultar a los fujimoristas y
apristas te iba a resultar muy complicado.
Por eso hemos pensado en el doctor Medina.
-¿Él
se va a encargar de insultarlos ahora?
-No
–dijo Humala.
-Usted
dígame nomás doctor –dijo Cateriano-. Tengo una larga lista de insultos todavía
inéditos.
-Vamos
Pedro, te estoy diciendo que no.
El
doctor Media dio una respiración profunda.
-Señor
presidente –dijo el psicoanalista-. Todo está bien. No se preocupe. Déjenos
solos nomás.
Humala
asintió. Se despidió de ambos y salió de la oficina. El doctor Medina le señaló
el diván a Cateriano y este, resignado, se recostó sobre él.
-Muy
bien, señor Cateriano.
-Vamos
doctor, qué es eso de ‘señor Cateriano’. Dígame señor Premier nomás.
-Muy bien, señor Premier. Entiendo que está
teniendo problemas para cumplir su papel a cabalidad.
-Es
muy difícil. El otro día estaba hablando con Keiko y mientras ella me decía
cosas, yo veía que sus labios se movían, pero le juro que no podía escucharla. Solo
veía su rostro y en él aparecía el de Fujimori y después el de Montesinos. Fue
horrible, siempre me ha perturbado el peinado de Montesinos.
-¿Y
con Alan fue igual?
-Creo
que peor. Necesité realmente todas mis fuerzas para controlarme y no reclamarle
por el daño que le hizo al país. Encima se puso a leer en voz alta los nueve
volúmenes completos de su última obra. Fue insoportable, sobre todo porque yo
ya la había leído.
-Pues
confundido. A veces pienso que estoy yendo contra mis principios, a veces
pienso que mis principios están yendo contra mí.
-Pero
usted lo está haciendo por el bien de la democracia.
-Ah
sí, claro, seguro que sí. No vaya a creer que lo hago solo para ser Premier.
Tengo mis límites.
En
ese momento ingresa Humala.
-Perdón
que los interrumpa, pero esto es urgente.
-¿Qué
pasa? –dijo Cateriano, reincorporándose del diván.
-Ha
llamado Keiko a decirnos que van a votar para darte la confianza, pero con una
condición.
-¿Con
una condición? Pero, ¡qué se habrá creído!
-Pero
si no le haces caso tendremos que buscar otro Premier.
Cateriano movió la cabeza de un lado a otro.
-¿Y
qué es lo que quiere? -dijo.
-Que
te grabes moviéndote al ritmo del “Baile del Chino”.
-¡Qué
cosa!
-Y
que subas el video a Youtube.
-Ah
no, te juro que eso sí no lo voy a hacer.
-¿Por
dignidad?
-No,
nunca aprendí a subir videos.
Publicado en la revista Velaverde Nº110
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