Sentado
en su amplio sillón municipal, Castañeda revisa en su computadora las cuentas
del municipio. El
sonido del teléfono lo sacó de sus cavilaciones.
-Señor
alcalde, lo busca la señora Juárez –dijo la voz a través del hilo telefónico.
La
teniente alcaldesa ingresa y, de pronto, Castañeda la nota extraña. Del andar
seguro y altivo quedaba poco y ahora la veía atravesar la oficina con pasos
casi arrastrados, como si le pesara los pies. Su rostro, además, parecía
apagado.
-Lucho,
¿cómo estás? –dijo mientras se sentaba.
-Bien,
bien, más bien dime qué te ocurre. No me gusta tu aspecto.
-Bueno,
Lucho, tú tampoco eres un adonis.
-Vamos,
Patricia, yo me refiero a tu semblante. Parece como si algo te preocupara.
Juárez
carraspea. Se pasa la manó por su frente, como peinando un cerquillo
inexistente.
-Mejor
dime primero para qué me mandaste llamar –dijo.
Castañeda
se reacomoda en su asiento y da un suspiro.
-A
ver, Patricia, mira, he estado viendo las cuentas del municipio. Yo creo que podemos hacer varios negociados.
-¿Negociados?
Querrás decir negocios.
-Claro,
eso quiero decir: negocios. Y fíjate que aquí tenemos para dos o tres periodos
más. La verdad prefiero asegurarme aquí en lugar de lanzarme a la presidencia. Aquí sin que nadie
nos moleste podemos dedicarnos a desfalcar…
-¿A desfalcar?
Querrás decir a gobernar.
-Eso
mismo: gobernar. Tú sabes que a veces me confundo con las palabras.
Juárez
se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro de la oficina.
-¿Qué
pasa Patricia?
-Lucho,
tengo que darte una mala noticia.
-A
ver, dime.
La
teniente alcaldesa se detuvo de pronto en medio del lugar y desde ahí miró a
Castañeda.
-Lucho,
esta mañana se puso a votación una norma que prohíbe la reelección de los
alcaldes.
-¿De
los alcaldes?
-Sí
–dijo volviendo a sentarse-. Felizmente nuestros congresistas estuvieron en la
votación.
-¡Qué
bueno! Entonces lograron que la ley no se apruebe.
-No,
la ley se aprobó.
-¿Y
entonces por qué me dices que felizmente estuvieron en la votación?
-Porque
si no hubieran estado le habrían puesto falta.
Uno,
dos, tres segundos de silencio y de pronto, furibundo, Castañeda golpea el
escritorio. La madera de roble resuena y Juárez casi se cae del asiento del
susto.
-No
sé por qué pero creo que Susana está detrás de esto.
-Pero
esto es decisión del Congreso.
-Lo
sé, pero es igual. Esto tiene que ser culpa de ella.
-Estás
obsesionado con ella.
-¿Yo?
¿Obsesionado con ella? Estás completamente equivocada Susana.
Juárez
alza las cejas y el alcalde refunfuña. Achina los ojos, se encorva y cierra los
puños.
-Tenemos
que vengarnos. Despide a todos los miles que trabajaron con ella.
-Eso
ya lo hicimos Lucho.
-¿Ah
sí? Entonces hay que parar la reforma del transporte y que regrese Orión y los
correteos.
-Eso
también ya lo hicimos.
-Caramba,
¿y entonces qué más podemos hacer?
-No
se me ocurre.
Entonces
una sonrisa siniestra se dibuja en el rostro del alcalde.
-Dime,
¿has visto esos murales que hay por el centro?
-Sí,
claro. Están bien bonitos, llenos de colores, con diseños modernos y bien
pensados.
-No
me gustan para nada.
-En
realidad son de lo peor.
-Qué
bueno que coincidas conmigo. Vamos a borrar toda huella de la gestión de
Susana.
-¿Otra
vez con Susana?
-Escúchame.
Vamos a borrar todos los murales. Eso les va a doler a Susana y su gente.
-Pero
Lucho, ¿no estarás exagerando?
-No,
diles a los de asesoría legal que me den una excusa para borrar todos los
murales.
-Dicen
que uno de los que los pintó es simpatizante del Movadef.
-Excelente.
Voy a decir que los murales no quedan con la ciudad y…
-¿Qué
los murales no quedan con la ciudad? ¿Eso qué significa?
-No
sé, diles a los de la dirección de Cultura que le encuentren significado.
También voy a decir que Susana le pagó a uno del Movadef para que haga apología
del terrorismo.
-¿Y
tú crees que la gente se crea todo eso?
-Claro,
aquí la gente se cree todo.
-Pero
Lucho, algunos de esos murales están muy bien hechos. En uno de ellos incluso
está Chabuca Granda.
-No
me importa. Nunca me gustó mucho “La Flor de la Canela”. Todos serán destruidos
y los pintamos de amarillo.
-Lucho,
cálmate y escúchame. Es mejor no meterse con Chabuca.
Castañeda juga con sus dedos sobre el escritorio.
-Está
bien, dejémosle a Chabuca. Todo lo demás hay que pintarlo de amarillo.
-¿No
es mucho ya Lucho? El amarillo es el color de nuestro partido.
-
Vaya, qué feliz coincidencia.
-¿Estás
más tranquilo ya?
-Lo
estaré cuando todo esté pintado.
-¿Y
después Lucho? ¿Después ya empezaremos a trabajar?
-Claro,
Patricia, ahora hay que esforzarse más. Solo tenemos cuatro años para asaltar
la ciudad.
-¿Para
asaltar? Querrás decir para administrar.
-Claro,
claro, Patricia, para eso.
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