Apenas
se conoció que Daniel Urresti iba a dejar el cargo de Ministro del Interior,
todos sus críticos –gente negativa que tiene la mala costumbre de pensar- se mostraron satisfechos. Por fin, dijeron,
el presidente Humala había comprendido que la permanencia de este funcionario
era dañina para el país.
Pero
¿acaso Urresti es tan malo como lo pintan? ¿Acaso es peor? ¿Acaso en verdad lo
pintan? Ajeno al vaivén de la mecedora mediática, lejos de quienes lo
consideran como nefasto e impresentable, yo, aun a riesgo de quedar afónico,
levanto mi voz de protesta y digo que no, que Urresti es en realidad un
incomprendido, un visionario, un hombre de luces aunque él mismo crea que al
serlo pueda electrocutarse.
Desde
el primer día que Urresti asumió el cargo quedó en evidencia que no sería un
ministro más; para otros, en cambio, quedó claro que no sería más ministro.
Recuerdo
que cuando fue presentado por su antecesor, Walter Albán, Urresti dio un
paso hacia adelante y golpeó el suelo con su zapato. Luego gritó a todo pulmón:
¡Policía! No pocos desenfundaron sus armas pensando que se trataba en realidad
de un grito de auxilio. ¿Lo estarán asaltando?, se preguntaron algunos. Pasada
la incertidumbre, los efectivos policiales reunidos ahí comprendieron que aquel
grito tribal se trataba en verdad de una arenga. De pronto, se pusieron felices.
Al fin un ministro los apoyaría en verdad, aunque sea como jefe de barra en los campeonatos
interministeriales de fines de año.
Recuerdo
también que ese mismo día, en sus primeras declaraciones a la prensa, Urresti
mostró su real naturaleza. A diferencia de aquellos ministros timoratos que
procuran seguir con lo hecho por su antecesor, o pretenden actuar en el marco
de los lineamientos del gobierno, Urresti, con una valentía y una humildad
pocas veces vista, dijo claramente que con él se iniciaba la lucha contra la
seguridad ciudadana. Era, pues, el líder
que necesitábamos. Detrás de él iban a estar la Policía y los ciudadanos, y
detrás de todos nosotros los delincuentes apuntándonos. En este contexto, había
la certeza de que la fama de Urresti pronto cruzaría las fronteras, pero el
primero en cruzarlas fue Belaúnde Lossio.
Que,
según las estadísticas de Urresti, la Policía ya haya detenido a todos los
delincuentes del país no debería llenarnos de dudas sino de tranquilidad. Que
Urresti, asimismo, haya transformado la droga en yeso no debería ser motivo de
investigación policial, sino científica. Después de todo, podríamos estar
frente a nuestro primer Nobel de Química. Que haya encontrado fascinación en el
envío de tuits solo muestra que Urresti es un hombre abierto a las nuevas
tecnologías y no, como dicen los malintencionados, que su léxico no excede los
140 caracteres.
También
es cierto que su capacidad para el cargo
ha sido inversamente proporcional a su talante autoritario, pero ello no
es un demérito. Todo lo contrario. El
país necesita una persona de las condiciones de Urresti; alguien que sepa
imponer sus ideas, aunque no se sepa si las tiene.
Como
se puede ver, todo este tiempo Urresti ha sido víctima de una siniestra campaña
destinada a desacreditarlo y dañar su imagen, aunque algunos dudan si en verdad esta hiciera falta. Los instrumentos
de este ataque sistemático han sido los medios de comunicación. De esta forma,
los dioses del periodismo se han empeñado en presentar denuncias fundamentadas sobre
la gestión de Urresti. No hay derecho para tal ensañamiento.
Por
ello desde aquí, es decir, frente a la computadora, me solidarizo con él. Puedo
vislumbrar con claridad que Urresti tendrá un futuro político; aunque la
verdad, de ser así, prefiero no imaginar cuál sería el nuestro.
Publicado en la revista Velaverde Nº103
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