En el despacho de Alejandro
Toledo, el expresidente acababa de recibir a los congresistas León y Mora.
Toledo se había enterado que se pondría a votación el informe sobre el caso
Ecoteva.
-A ver, muchachos. José, Daniel.
Gracias por venir.
León y Mora asintieron.
-Que lleguen los demás y
empezamos.
León y Mora se miraron
extrañados.
-Alejandro –dijo León- nadie más
va a venir.
-¿Cómo que nadie más? ¿Sheput?
-No –dijo Mora-. Ha tomado
distancia de nosotros.
-¿Y Carmen?
-Ella menos –dijo León- desde que
es Ministra ya ni se aparece por las reuniones del partido.
Toledo alzó las cejas. Caminó de
un lado a otro y mientras mueve los ojos, de un lado a otro. De pronto se
detiene.
-¿Entonces solo ustedes están
conmigo?
-No te preocupes Alejandro –dijo
León- seremos pocos, pero…
-¿Pero qué?
-Pero nada, solo te digo que
seremos pocos.
Toledo se sentó, derrotado. Mora
y León hicieron lo mismo.
-Bueno, José –dijo Toledo-. Ponme
al tanto. ¿Cómo vamos con los votos?
-Hemos avanzado con las conversaciones
–dijo León-.Por lo menos ya contamos con el apoyo de una bancada.
-¿Solidaridad Nacional? ¿Acción
Popular?
-No, Perú Posible.
-Pero no puede ser que nadie me
quiera apoyar. ¿Y los nacionalistas?
-Dicen que como Carmen está en el
gabinete ya no nos deben nada –dijo Mora.
-Felizmente que hablé con la
Presidenta del Congreso –dijo León.
-¿Y qué pasó?
-Nada, solo te digo que
felizmente hablé con ella.
Toledo movió la cabeza. Entonces Mora
se puso de pie y se acercó al barcito
que había en el despacho.
-¿Puedo servirme un poco de agua?
–preguntó Mora.
-Claro –dijo Toledo-. ¿Me puedes
servir de paso un whisky?
-¿En las rocas?
-No, aquí nomás.
Minutos después, Toledo, Mora y
León están en silencio.
-Alejandro –dijo León-. Tengo una
idea, pero antes debes decirme con total franqueza: ¿es verdad que utilizaste a
tu suegra alemana como testaferra y te aprovechaste de su edad para comprar propiedades?
-Es una vil mentira -dijo Toledo-. Ella es
belga.
Mora se puso de pie. Miró la hora
y se excusa.
-Me disculpan, tengo que ir al
Congreso. Tengo que seguir luchando para que se apruebe la ley universitaria.
-Pero Daniel –dijo León- la ley
ya se aprobó.
-¿En serio?
-Sí, ya hace semanas.
Mora se sentó y dio un suspiro.
-¿Y entonces? Si ya la aprobaron,
¿ahora qué voy a hacer? ¿a qué me voy a dedicar? ¿Ustedes creen que alguna
universidad me quiera contratar?
-Por favor, Daniel –dijo Toledo-
concentrémonos en lo importante. Es decir, en mí.
-Escúchame Alejandro, tengo la
solución –dijo León-.
-Dime.
-Mira, los fujimoristas te odian,
te quieren ver preso, quisieran verte encerrado en la Base Naval, quisieran…
-Ya, ya entendí. ¿Qué más?
-También quisieran verte en la
ruina y que tu familia…
-No, José, te pregunto qué más.
Me decías que tenías la solución.
-Ah sí, a ver, te decía que los
fujimoristas te odian así que con ellos no podemos contar. Con los apristas
tampoco porque te odian igual. Si vemos que los nacionalistas no te quieren
apoyar, nos quedan los de Acción Popular, los de Solidaridad Nacional y los ex
nacionalistas.
-¿Y tú crees que me quieran
apoyar?
-No, ni hablar.
-¿Y entonces? ¿Cuál es la
solución?
-¿La solución de qué?
Toledo dio un suspiro.
-¿Y se supone que tú eres mi gran
defensor? –preguntó Toledo y luego miró a Mora -¿Y tú Daniel? ¿Qué dices? ¿Se
te ocurre algo?
-Bueno, quizá ahora pueda
dedicarme a hacer una ley para los institutos.
-Pero de qué me hablas. ¿Acaso no
entienden que si me hundo, a ustedes nadie los va a elegir para las próximas
elecciones?
-Tómalo con calma.
-Tienes razón –dijo Toledo-.
Daniel, prepárame otro whisky por favor.
-Lo siento Alejandro. No me quiero complicar más. –dijo Mora,
poniéndose de pie-. Mejor me retiro. Gracias por todo.
Mora salió de la oficina. Toledo
lo vio irse.
-No me esperaba que Daniel fuera
capaz de hacerme algo así –dijo cabizbajo, mirando a León-. ¿Qué le costaba
servirme otra copita?
-Tranquilo Alejandro. Te aseguro
que moveré todas mis influencias para que salgas bien librado.
-Ojalá José.
-Te veo muy tenso Alejandro.
Mira, este fin de semana me voy a Huanchaco. Ahí tengo una casa que le estoy
alquilando a un mexicano. Si te animas me avisas porque el mexicano es un gran
anfitrión.
-Gracias.
-Nada que agradecer Alejandro. Tú
tranquilo. En el Congreso me he ganado un respeto.
Hablaré con todos los
congresistas si es necesario para tener los votos que te salven.
-¿Tú crees que lo logres?
-Claro que sí. Mi prestigio será tu salvación.
-Te agradezco José.
-Bueno, entonces me avisas si te
animas a ir a Huanchaco.
-Te aviso entonces. Más bien
dime, ese mexicano. ¿A qué se dedica?
-Es un empresario. Creo que vende
yeso.
-Ah ya, ¿y es bueno?
-Sí –dijo León- es todo un capo.
Publicado en la revista Velaverde Nº80
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