Érase una vez un comandante del Ejército.
Érase una vez una comunicadora social.
Érase una vez un comandante y una comunicadora que
se casaron y formaron un hogar. Él se esforzaba lo más posible por avanzar en
el Ejército; ella por avanzar.
Érase una vez un comandante que decidió levantarse
en Locumba contra el gobierno de Fujimori, el mismo día, causalidades de la
vida, en el que el asesor Montesinos se embarcaba en sinuosa y oportuna fuga marina.
Érase una vez un comandante que tenía un díscolo e
impredecible hermano. Este hermano, que
también era militar, atacó a una comisaría pidiendo la renuncia del entonces
presidente Toledo. El comandante había sido quien preparó el ataque, aun
cuando, detalle menor, en ese momento se
desempeñaba como agregado militar del gobierno del propio Toledo. Cuando
la asonada fracasó, el comandante no tuvo inconveniente en negar su
participación y, por el contrario,
condenar lo ocurrido.
Érase una vez un comandante y una comunicadora que
formaron un partido al que llamaron nacionalista. Henchidos de nacionalismo
recibieron la contribución de un conocido gobernante extranjero. Este ilustre
hijo de Bolívar les enviaba miles de
dólares para fortalecer el partido y para los gastos de la campaña electoral.
La comunicadora le comunicó a su esposo, el comandante, que primero había que fortalecer el patrimonio
de la familia, de la familia de ella.
Érase una vez unas elecciones en las que, en la
primera vuelta, un comandante prometió a los más necesitados que haría la
revolución si llegaba al poder. En la segunda vuelta, el comandante aseguró al
gran público que ya no haría la revolución, pero al mismo tiempo le decía a sus
primeros votantes que la revolución iba de todas formas.
Érase una vez un comandante del Ejército que llegó
a ser Presidente de la República. Cuando estuvo en campaña, había criticado con
dureza los delitos cometidos por Montesinos, al mismo tiempo que uno de sus
principales ayudantes era un militar montesinista. Ya instalado en Palacio de
Gobierno, le pareció conveniente para el
país nombrarlo asesor presidencial.
Érase una vez en un presidente que había sido
comandante. En campaña, el mandatario
había dicho que lucharía contra el narcotráfico. Repitió el discurso por calles
y plazas, sin importarle haber llevado al Congreso a al menos una persona
relacionada con el tema. Tampoco tuvo reparo alguno en contratar como abogado al
defensor de una familia vinculada al narcotráfico. Siendo presidente, consideró
imprescindible que tan ilustre personaje se convierta en su asesor jurídico.
Érase una vez una comunicadora que era la esposa
de un presidente. La comunicadora había entendido que si la campaña la había
hecho junto con su esposo, el gobierno debía tener el mismo tenor. Primero se
convenció de ello a sí misma, después al presidente y luego a los demás. Así
pues, desde los albores del gobierno, la esposa el presidente cogobernaba. Ante
cualquier asomo de crítica a su injerencia, la comunicadora zanjaba el tema asegurando
que ella no era quien gobernaba en Palacio y, eso mismo, ya era una orden.
Érase una vez una comunicadora que también era presidenta
de un partido llamado nacionalista. La dirigente política criticaba duramente a
sus oponentes, con justa razón. Les decía que no debían esconderse tras una
serie de enredaderas legales solo para no afrontar la justicia. Eso se llama
impunidad decía la mujer, levantando la voz y alzando el brazo.
Érase una vez que esta misma comunicadora y esposa
del presidente obtuvo tarjetas milagrosas y perdió agendas imperdibles y,
debido a ello, protagonizó sin querer varios informes periodísticos. Y,
entonces, cuando los indicios se multiplicaban y las denuncias arreciaban, esta
misma mujer, otrora combatiente
incansable de la corrupción, decidió utilizar todas las argucias legales posibles
solo para no afrontar la justicia. Pero entonces eso ya no se llamaba impunidad
sino derecho a la defensa.
Érase una vez un comandante y una comunicadora que soñaron con cambiar al Perú y su economía, y, lamentablemente, lo consiguieron.
Publicado en la revista Velaverde Nº132
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