lunes, 6 de julio de 2015

Carta abierta a Nadine


Querida Nadine:

En circunstancias aciagas es cuando se distinguen los apoyos convenidos de los desinteresados. El mío, desde luego, se encuentra en este último grupo y data desde  la primera vez que la vi en la escena pública. ¿Te puedo tutear no? ¿Al menos tuitear? ¿Tampoco? Bueno, volvamos al usted mejor.

¿Usted cree en el aprecio a primera vista? Pues eso es exactamente lo que me pasó cuando en el 2000 la vi, valiente y luchadora, declarando a la prensa y explicando que si su esposo, el entonces comandante Humala, se levantó en Locumba fue básicamente por qué había dormido ahí. Desde entonces pude deslumbrar que el destino le tenía reservado un lugar estelar en la política peruana. 


 
No recuerdo otra primera dama cuya voz y presencia hayan sido tan importante para el desarrollo de un país. Y por eso la han atacado injustamente desde el primer día. Afortunadamente, usted no ha perdido el tiempo en responder las injurias y, en cambio, con visión de estadista, se dedicó por completo a temas más importantes como lograr la inclusión social. Que la primera inclusión social en la que trabajó haya sido la suya no tiene que escandalizar a nadie.

Sin embargo, este año la oposición parece especialmente decidida a hacerle daño. Primero, un fiscal ha reabierto de manera sospechosa el caso del dinero enviado desde Venezuela, el mismo que ya había sido archivado por el Poder Judicial. Es cierto que la primera investigación se hizo mal, pero ¿acaso eso es relevante? Lo que el fiscal ignora –o quiere ignorar- es que en los tiempos que corren la tendencia moderna es buscar la integración, borrar las fronteras, ser, en buena cuenta, ciudadanos del mundo. En ese contexto, ¿qué puede tener de malo recibir dinero de un país hermano como Venezuela? En general, el trasiego de dividas entre  países no solo no debe ser criticado, sino, todo lo contrario, debería ser incentivado. Que la ley prohíba el financiamiento externo de las campañas presidenciales es solo una muestra de lo atrasado de nuestro sistema legislativo. Usted tranquila, Nadine.

El uso de una tarjeta extendida que tan desinteresadamente le ha dado su entrañable amiga ha sido otra excusa para atacarla. Ignorantes que la amistad sincera existe y puede ser tallada en roble, los opositores aseguran que algo extraño debe haber detrás de esta amistad crediticia. Sin embargo, a mí no me parece extraño que estas cosas ocurran. Ya lo ha dicho muy bien el presidente Humala: son cosas de señoras en las que nadie debe inmiscuirse. Que esta generosa amiga trabaje en Palacio de Gobierno no tiene desde luego ninguna importancia.

Otra forma que han buscado para dañar su imagen, querida Nadine, es el caso de Belaúnde Lossio. El primer golpe lo dio la comisión que investiga este tema al hacerla acudir al  Congreso de la República, sabiendo perfectamente que a usted, como es natural, le molesta interactuar con la plebe. El segundo golpe, ya planeado con antelación, fue que pase de la condición de testigo  a la de investigada. Me pregunto, ¿qué afán es ese de investigarla a usted cuando es bien sabido que Belaúnde Lossio –también bien sabido- no tiene nada que ver con usted?  Es cierto que una vez le pagó miles de dólares por una consultoría sobre la Palma Aceitera, pero ¿cuál es el problema con eso? Que usted sepa de Palma Aceitera tanto como su esposo sabe de ingeniería nuclear no tiene por qué generar sospechosas.

Finalmente, estimada Nadine, mi única intensión de escribirle esta carta es hacerle ver que no todos los peruanos de este país están en contra suya; también hay peruanos en el extranjero. Además, no le haga caso a esa encuestadora que dice que su aprobación es apenas del 11%, quizá sea menos todavía. Pero nada de estas cosas debe atormentarla, le aseguro que todavía hay muchas personas que, como yo, la tienen en la más alta estima y confían plenamente en usted.

De cualquier modo es posible que algún día el país ponga a usted y a su esposo en el lugar que les corresponde. Pero no se preocupe, no suele ocurrir.
 
Atentamente,

Cándido Torrejón.



Publicado en la revista Velaverde Nº122

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