Sin
duda la captura de Rodolfo Orellana en Colombia es una buena noticia para el
país, aunque quizá no tan buena para Heriberto Benítez. Es, además, un respiro
para este gobierno que injustamente está siendo objeto de sospechas por el solo
hecho de actuar de modo sospechoso.
Pero,
¿cómo ocurrió la captura? ¿Cuáles son los detalles que se dieron alrededor de
ella? ¿Por qué la DEA intervino en la operación? ¿Por qué Juan Manuel Santos
felicitó solo a la policía colombiana? ¿Por qué Urresti se felicitó a sí mismo?
El
siguiente relato de los hechos busca resolver estas y otras cuestiones, aunque,
desde luego, no resuelve nada.
Cansados
de que Orellana se siga burlando de la justicia, decidimos establecer nuestra
propia búsqueda. Para ello recurrimos a una conocida técnica. Esta consiste en
hacer un listado con todas las personas conocidas del prófugo, luego conseguir
todos sus números de teléfonos fijos y celulares y revisar con cuidado los
lugares a los que se haya llamado con más frecuencia. Sin embargo, cuando mi
propio nombre apareció en la lista de sospechosos, decidí detener la búsqueda
porque, después de todo, no teníamos por qué afanarnos tanto.
Quiso
el destino que, esa misma tarde, una persona llamara a la revista para solicitar
una suscripción y, además, para ofrecernos información sobre Orellana. Según
nuestro informante, Orellana se encontraba en un departamento en Cali (Colombia).
Incluso nos dijo que en ese momento el
prófugo –que se encontraba solo-, vestía un short negro, polo blanco y estaba
jugando jenga. Pero había algo en la información que no nos terminaba de
convencer: por lo general el jenga no se
juega solo.
Entonces
le preguntamos a nuestro informante cómo sabía esa información, pero no quiso
responder. Tampoco nos quiso dar su nombre, pese a que ello lo dejaba sin
posibilidad alguna de suscribirse. Pero, pese a todas sus reticencias, al final
aceptó reunirse con nosotros en un desconocido café de Miraflores.
Luego
de cinco minutos de lo acordado llegó.
-Hola
–le dije.
-Hola
–me dijo, sentándose en la mesa- perdona la demora, pero no encontraba este
café. Bueno, me llamo Inocencio Torrejón.
-Entiendo,
no quieres decirme tu verdadero nombre por seguridad.
-No,
ese es mi verdadero nombre.
-Entiendo,
me dices que ese es tu verdadero nombre por seguridad.
-No
–me dijo, apenas alterado- así me llamo. Inocencio Torrejón.
-Ah
bueno, lo siento mucho, pero vayamos a lo importante. ¿Cómo sabes el paradero
de Orellana?
Torrejón
agachó entonces la cabeza y se pasó la mano por la frente.
-Yo
trabajé para su revista Juez Justo.
-¿Entonces
tú eras parte de la mafia?
-No,
te aseguro que nunca aproveché mi cercanía a Orellana. Yo hago honor a mi
nombre.
-Lo
dices por lo de Inocencio.
-Más
bien por lo de Torrejón.
El
mozo llegó y pedimos un par de cafés.
-Está
bien, trabajaste para la revista, pero cómo sabes dónde está ahora.
Torrejón
miró a ambos lados del local, como asegurándose que nadie tenía los ojos
puestos en él.
-Es
que yo lo ayudé a salir del país. Fuimos primero a Chimbote, después a Piura y
luego cruzamos la frontera.
-¿Y
por qué lo hiciste?
-Es
que le tenía aprecio.
-¿Pero
acaso no te pagó nada?
-Claro,
por eso le tenía aprecio.
-Por
eso te digo, lo ayudaste por dinero.
Torrejón
se reacomodó en la silla.
-Mira,
yo nunca le pedí nada y él insistió. Y la verdad justo tenía que hacer unos
pagos, pero ahora quiero hacer las cosas bien.
Entonces
sacó de su bolsillo un papel, lo puso sobre la mesa y lo empujó hacia mí.
A la
mañana siguiente, muy temprano, llegué a Cali después de tres horas de vuelo.
Torrejón me había dado la dirección exacta donde se estaba ocultando Orellana.
Primero tomé un taxi y dejé mis cosas en un hotel ubicado en el centro de la
ciudad. El mismo taxista me llevó luego al lugar que indicaba la dirección.
En
el trayecto, diseñé claramente mi plan y enumeré mis objetivos: encontrar a
Urresti, entrevistar a la Policía y avisar a Orellana. Bueno, más o menos la
idea era esa.
Me
bajé del auto y me detuve a contemplar la casa. De pronto, lo vi. Orellana
salía a comprar pan como un caleño más. Yo lo seguí, entré a la panadería y me
puse en la fila detrás de él. Compró tres panes, 100 gramos de jamón y un tarro
de leche. Luego regresó raudo hasta su departamento.
No
había ninguna duda de la identidad de Orellana. Era el momento de actuar. Caminé
hasta la puerta principal del edificio. Tenía pensado ya que le diría al
portero para que me deje entrar, pero no pude ni tocar el timbre. Un hombre
apareció no sé de dónde y me dijo en voz baja: “somos de la Policía, por favor
retírese”.
-¿Somos?
–le dije- Pero usted está solo.
El
policía hizo un gesto de fastidio.
-¿Tú
eres peruano? –me dijo, con rostro adusto- ¿A quién venías a ver?
No
sé por qué en ese momento no se me ocurrió decir la verdad, quizá haya sido la
falta de costumbre. Lo cierto es que dudé y en seguida aparecieron otros dos
policías que me detuvieron y me metieron en un patrullero que estaba escondido
a pocos metros de ahí. En el interior del vehículo, además del policía que iba
al volante había un efectivo más y una persona tenía una casaca grabada con las
letras: DEA. Recién entonces me decidí a contarles todo desde el principio. Unos
minutos después, el agente de la DEA me dijo que no era necesario que cuente
toda mi vida. “Who cares your prom dance”, me dijo.
Entonces
se hizo un alboroto, las sirenas sonaron y más policías aparecieron. De pronto,
abrieron la puerta del patrullero y vi cómo hicieron ingresar a Orellana hasta dejarlo
sentado junto a mí. Esposado, con varios kilos menos, no se parecía en nada a
la imagen del empresario poderoso y mafioso que se había ganado en el Perú.
-Sr.
Orellana.
-¿Quién
eres tú?
-Escribo
en una revista.
-¿En
Juez Justo? ¿Vienes por los sueldos atrasados? Mira, apenas pueda voy a
regularizar ese tema.
Entonces
uno de los policías nos pidió que nos callemos y así estuvimos durante todo el
trayecto hasta llegar a una sede judicial.
Minutos
después, en Roma, el presidente Ollanta Humala fue informado que se había
capturado a uno de los más buscados prófugos de la justicia. De golpe, sufrió
una baja de presión, pero luego se recuperó cuando le informaron que no se
trataba de Belaúnde Lossio.
En
Lima, el ministro del Interior, Daniel Urresti, felicitó a la Policía, al
gobierno colombiano y a sí mismo. Urresti también aprovechó la oportunidad para
quejarse, con toda razón, de quienes
critican a la Policía y la desmoralizan. Sin embargo, no quedó claro si se refería
a él mismo cuando, hace un par de semanas, llamó la atención en público a un
efectivo policial.
Finalmente,
me trajeron de regreso al país en el mismo avión que Orellana. Recién en el
viaje de Cali a Lima pude explicar todo al propio Urresti, quien había viajado
a Colombia para ver el tema del traslado. Urresti me creyó y me dijo que leía
las columnas que escribo y en las que a veces lo menciono. Para mí sorpresa,
mostró gran tolerancia y me dijo que ya no estaba detenido; sin embargo, pese a
su reiterada y vehemente insistencia, preferí mantenerme en el avión. Pasado el
susto, la verdad era que estaba emocionado: había obtenido una primicia,
regresaba gratis a Lima y, sobre todo, con ese viaje seguía acumulando kilómetros
LANPASS. ¿O no?
Publicado en la revista Velaverde Nº90
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