Luego de una
frenética semana de trabajo, decidí desconectarme un par de días para recuperar
fuerzas.
El viernes por la
noche llegué hasta Churín para disfrutar de sus famosos baños termales. Al
llegar me dirigí a un modesto hospedaje que me habían recomendado. En la
recepción me saludó un hombre de mediana edad. Llevaba largas patillas, camisa
de mangas cortas y una cadena de plata alrededor del cuello.
-Buenas –me dijo-.
¿Por cuánto tiempo se queda?
-Hasta el domingo.
-¿Quiere la
habitación económica o la de lujo? La económica cuesta 30 soles y la de lujo 50.
-¿Y cuál es la
diferencia? Y no me diga que la diferencia es 20 soles.
-No, no le iba a
decir eso. Las de lujo tienen un pequeño televisor.
-No –le dije-. Yo
quiero desconectarme de todo.
-¿Está seguro?
Siempre es bueno ver al menos las noticias.
-No, señor, estoy
seguro.
En ese momento, pude
ver que un hombre entró con premura y siguió rumbo a las habitaciones. Llevaba
puesta una gorra y, no sé por qué, se me hacía conocido.
-Dígame –le dije al señor-
esa persona que acaba de entrar es un huésped, ¿no?
-Sí, claro.
-¿Tiene mucho tiempo
aquí?
-La verdad yo
prefiero no hablar de mis clientes. Usted sabe, política de la empresa.
- ¿Y si le pido la
habitación de lujo?
-Bueno en ese caso la
política de la empresa es otra. Ese señor tiene dos semanas aquí, pero es una
persona extraña. Casi no sale y habla
poco. Cojea levemente de la pierna derecha, pero solo fueron los primeros días.
Ahora ya no. Me dijo que se llamaba Alberto Pérez pero estoy seguro que no es
su nombre real, porque una vez lo llamé Alberto y nunca volteó. A veces parece
tímido, a veces no, debe ser Acuario.
-¿Y alguna otra
curiosidad?
-Bueno, me dijo que
por favor no quería que entremos a limpiar su habitación.
-Ya veo. Eso es raro
también.
-Sí, sobre todo
porque nosotros no limpiamos las habitaciones.
-Y entonces usted
diría que se está escondiendo.
-Pues no sé. ¿Por qué
pregunta? ¿Lo conoce?
-No, no. Creo que no.
Dejé mis cosas en
la habitación y luego salí para cenar. Solo
llevaba mi libreta de notas y el lapicero que siempre llevo conmigo. Cuando
llegué al comedor volví a ver la misteriosa persona. Desde mi mesa, pude ver
que sí era quien pensaba. Caminé el par de pasos que me separaba de su mesa y
lo encaré.
-Tú eres Martín Belaúnde,
¿no?
Vi que de golpe su
rostro se descomponía. Luego dio rápido vistazo a los alrededores y volvió a
mirarme.
-¿Ya perdí? –me
preguntó, con voz casi apagada.
Su evidente temor me
dio la tranquilidad de sentarme y enfrentarlo.
-No soy de la
Policía, si a eso te refieres.
-Ya decía yo –me
dijo-. Los policías suelen ser más atléticos.
Ahora el rostro que
se descomponía era el mío.
-No creo que estés en
situación de hacer bromas.
-Lo sé, son los
nervios. Pero no entiendo, si no eres policía qué eres, ¿por qué has venido a
buscarme?
-Yo no he venido a buscarte,
lo que pasa es que...
-¿Eres periodista?
-Escribo una columna
semanal en una revista.
-Ah ya, entonces
tampoco eres periodista. ¿No serás un emisario de Palacio?
-Estás admitiendo que
tienes una relación con Palacio de Gobierno.
-Eso nunca lo he
negado, ni lo he afirmado tampoco.
-¿Tú sabes que nada
me cuesta llamar a la Policía para que te capture?
-Eso depende, ¿qué
tienes? ¿RPC o RPM?
-No entiendo –le
dije-. Te asustó pensar que yo era policía y ahora bromeas cuando te digo que
voy a llamar para que te capturen.
-Es que una cosa es
que un policía me encuentre y quiera chantajearme, y otra cosa es que la
Policía en verdad quiera capturarme.
-¿Estás diciendo que
Urresti no quiere capturarte?
Belaúnde levantó el
rostro y, con la mano, alzó la visera de su gorra.
-¿Qué quieres?
¿Chantajearme? ¿Con 10 mil dólares compraré tu silencio? ¿Para eso has venido?
- No, claro que no.
¿Cuánto dijiste?
En ese momento llegó
el señor de recepción. Por uno segundos enmudeció, sorprendido de vernos
sentados en la misma mesa.
-Tenemos patasca.
¿Dos platos?
Ambos asentimos y el
señor se fue. Como se entenderá, en ese momento yo no estaba pensando en la
comida, bueno, sí, un poco; pero en realidad lo importante era que se me había presentado
la oportunidad de sacarle declaraciones exclusivas a un prófugo de la justicia.
Después de todo, Belaúnde es uno de los
personajes más buscados del país, o al menos eso es lo que nos dicen.
-¿Sabes a cuánto está
el plato de patasca? –me preguntó.
-Sí vi cuánto estaba,
pero no recuerdo –le respondí sorprendido por la pregunta.
-Ahora que lo pienso
–me dijo-. ¿No habrás venido a buscarme porque han dado una recompensa por mí?
¿Eso es? ¿Cuánto están dando por mí?
-10 soles.
-¡Cómo dices!
-El plato, ya me
acordé. Está 10 soles.
Belaúnde me miro fijo
y achinó los ojos.
-Dime, ¿te puedo
entrevistar?
Belaúnde sonrió.
-¿Y acaso no has
venido para eso?
-No, yo no vine para
eso, lo que ocurre es que…
-¿Me vas a
entrevistar o no?
Abrí entonces mi
cuaderno de notas y empecé a escribir: “Churín. 07.11.2014. Belaúnde. Patasca”.
-Te acepto la
entrevista solo porque no me gusta comer solo y llevo días sin hablar con nadie.
-Dime, ¿Humala dice
que no tiene ninguna relación contigo?
-Mira, yo he apoyado por
lo menos con 300 mil soles en la campaña de Humala del 2006; también lo apoyé
en algunos mítines en la última campaña. Una de las empresas que tenía con mi
padre le pagó 50 mil dólares a Nadine por un estudio sobre la palma aceitera.
¿Puedes creerlo? ¿Quién es experto en palma aceitera?
-Espera, espera –le
dije- hablas muy rápido.
Belaúnde tamborileaba
la mesa con sus dedos, mientras iba escribiendo.
-Aceitada de 50 mil
dólares dijiste, ¿no?
De pronto, los dedos
de Belaúnde se detuvieron. Se inclinó hacia adelante, se volvió a acomodar la
gorra y carraspeó.
-¿Dónde dices que se va
a publicar esto? ¿No decías que solo escribes columnas?
-Sí, pero no también
escribo otras cosas. Mira, te cuento, desde muy niño siempre me han gustado las…
-Lo he pensado mejor
y prefiero no decirte nada más.
-Pero ¿por qué?
-Creo que no es el
mejor momento para hablar. Estoy bastante fastidiado. Acabo de ver en el
televisor que ahora en el gobierno nadie parece conocerme.
-Por eso mismo, te
conviene hablar. Además, mi columna es de ficción. Nadie va a creer que es
cierto.
-Olvídalo, pero igual
gracias por venir hasta aquí para entrevistarme.
-Pero yo no he venido
para eso. Como te digo…
-Es el colmo en
verdad que ahora me quieran ignorar –dijo, como hablándole al aire-. Pero se
fregaron, si me hundo yo, todos se van a hundir conmigo. Conmigo no van a
jugar.
En ese momento, llegó
el señor con los platos humeantes y los pone en la mesa.
-Dime una cosa –le
dije a Belaúnde, mientras lo veía limpiar la cuchara con una servilleta-. ¿Acaso no es verdad que has
estado traficando influencias desde que Humala llegó al poder?
-Perdona, pero no voy
a decir nada más. Además, yo no hablo de negocios cuando estoy comiendo.
Publicado en la revista Velaverde Nº89
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