Palacio de Gobierno. Medianoche. Humala sale de su habitación. Llega a la cocina, coge un vaso y presiona el botón del bidón. Cuando estaba a punto de beber, una visión lo deja inmóvil. Posa el vaso en la mesa, sin mirarlo. Pestañea varias veces hasta convencerse de que frente a él, junto a la refrigeradora y el pelapapas, estaba de pie, como en los años de su gobierno, Juan Velasco Alvarado.
-¡General!… pero… cómo es posible. ¿Esto es un sueño?
-Una pesadilla más bien –dijo con voz lastimera– ¡qué decepción!
-¿De qué habla, general?
-Así que la gran transformación, ¿no?
-Pero mi general…
-Qué vergüenza, Ollanta. Al final el único que se transformó fuiste tú.
- Pero, mi general, no es lo que parece.
-Ahora gobiernas con los ricos de la derecha.
-Bueno, sí, es lo que parece, pero todo ha sido por una buena causa.
-Tus programas sociales.
-La reelección más bien.
Velasco da un suspiro y niega con la cabeza.
-Mi general, déjeme hacerle una pregunta que siempre me he hecho. ¿Qué se siente estar muerto?
-En realidad, no estan malo como se cree. Lo que pasa es que la muerte tiene muy mala publicidad.
-¿En serio?
-Claro, mírame a mí, hace años que no pago ni luz, ni agua, ni teléfono. Además, con esto de poder aparecer en cualquier lado, ni te imaginas cuánto se ahorra uno en pasajes.
-Bueno, no suena mal.
-Incluso, se te permite asustar a tus antiguos y malos jefes, eso sí, solo de lunes a viernes y en horario de oficina. Y así te das la gran vida… digo, la gran muerte.
-Pero algo malo habrá, ¿no?
-Digamos que tus posibilidades de volver a cumplir años se reducen considerablemente. Pero bueno, Ollanta, no me cambies la conversación. Te decía lo decepcionado que estoy por tu cambio.
-Pero vamos, mi general, es normal cambiar o corregir el rumbo. Usted, por ejemplo, ¿no se arrepiente de la reforma agraria?
Velasco le da una mirada severa.
-Pero qué dices, si eso es de lo que más me enorgullezco.
-¿En serio? –dijo Humala–, ¿acaso no se enteró que terminó siendo un desastre para el país?
-Eso es una patraña imperialista. Al contrario, logramos que el patrón ya no coma más del sudor del campesino. Claro que el campesino tampoco volvió a comer, pero eso es otro tema.
-Si usted lo dice, mi general.
-Aquí lo decepcionante es que te habías anunciado como mi heredero. No sabes lo entusiasmado que estaba yo viéndote hablar de mí.
-¿Me miraba desde el cielo?
-No me vuelvas a cambiar de tema. Y al final me traicionaste.
-Escúcheme, mi general. Todo es una estrategia muy bien pensada.
-¿Por ti?
-No, por Nadine.
-Ah, bueno, ¿y entonces?
- ¿Ha escuchado sobre la concentración de medios?
-Algo de eso.
-Bueno, según me ha dicho Nadine, nosotros estamos en contra de eso.
-En mis tiempos no había concentración de medios. Ni medios para concentrarse tampoco.
-Bueno, mi general, a tanto no se puede llegar ahora.
-Era solo el simple ejercicio de nuestra libertad: los dueños de los medios eran libres de expresarse y yo era libre de cerrar sus negocios.
-Pero bueno, mi general, lo cierto es que le va a gustar lo que estamos planeando. Ya va a ver cómo lentamente regresa “la gran transformación”.
-Está bien, Ollanta, voy a volver a confiar en ti.
-Gracias, mi general.
De pronto, la figura de Velasco se esfumó. Humala se adelantó y quedó impávido. Entonces había vida después de la muerte, pensó. De pronto, su rostro maravillado se tornó en angustia creciente cuando comprendió la naturaleza del nuevo problema que se le imponía: si lo que nos esperaba era la eternidad, entonces, más o menos, cuántas mudas de ropa había que llevar.
Publicado en la revista Velaverde N°45
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