Llegué
hasta la lujosa casa de César Acuña, ubicada en Las Casuarinas. Pese a su
recargadísima agenda, el candidato aceptó que lo entreviste en su propio hogar.
Toqué el intercomunicador y pregunté por él.
-¿Usted
es de la prensa? –me preguntó la voz metálica que salía del aparato.
-Sí.
-Si
usted es de la prensa tengo que decirle que aquí no vive el señor.
-Pero
esta es la dirección que me dieron.
-Lo
siento señor, tengo órdenes de decirle que aquí no vive.
-¿Y
quién te dio esas órdenes?
-El
señor Acuña.
-Pero
es que no me entiendes –le dije al intercomunidador-. El señor Acuña me ha
citado para una entrevista.
-¿El
señor Acuña lo va a entrevistar a usted? Entonces está buscando trabajo.
-No,
yo lo voy a entrevistar a él.
-¿A
quién?
-¿Me
estás preguntando en serio? A quién va a ser pues. Vengo a entrevistar a Acuña.
-Entonces
debes ir a su nueva casa en San Juan de Lurigancho.
-¿Ahora
vive allá?
-Solo
te puedo decir que las entrevistas las está dando allá.
Un
poco incómodo por la situación, decidí emprender camino hasta la dirección que
me dictó la voz metálica. El traslado duró varios minutos. Luego, tras una
larga caminata, llegué por fin al lugar. Le di un par de golpes a la puerta y
esta era tan frágil que parecía que iba a caerse si la volvía a tocar.
Un
hombre vestido de terno negro abrió la puerta; llevaba un notorio revolver en
el cinto y usaba gafas oscuras. Luego de identificarme me hizo entrar.
Atravesamos lo que más parecía un local que una casa y entonces, por fin,
apareció sonriente el candidato Acuña. Nos saludamos y nos sentamos en un mueble bastante cómodo
que contrastaba con todo lo que nos rodeaba.
-Señor
Acuña, esta no era mi primera pregunta, pero ¿qué hacemos aquí? Mejor dicho,
¿qué hace usted aquí?
-Esta
es mi casa, mi nueva casa.
-¿Y
la casa de Las Casuarinas?
-Bueno,
esa también es mi casa.
-Entonces
tiene casas como cancha.
La
sonrisa impostada de Acuña se desdibujó por un momento.
-Mire
–me dijo-. Lo que tengo lo he logrado gracias a mi esfuerzo. Son años de
trabajo y tengo derecho a comprar lo que yo quiera.
-¿Votos
también?
-Claro,
votos tam…no, no, pero qué está diciendo.
-Bueno,
señor Acuña, hemos visto un video donde usted…
-Ese
famoso video me tiene cansado –dijo, dejando de lado ya la sonrisa electorera-.
Además usted me dijo que lo que buscaba era hacerme un perfil.
-
Es que todo ayuda para hacer un perfil. Pero bueno, empecemos de nuevo
entonces. Dígame, ¿cómo se definiría usted ideológicamente?
-Bueno,
yo me defino como alguien que tiene muchas ideas.
-No
le entiendo.
-Yo
menos.
-Le
estoy preguntando por sus inclinaciones.
-Qué
te pasa. Yo soy bien hombre.
-No,
señor Acuña. Lo que quiero saber es si usted
es un hombre de derecha o de izquierda.
-Bueno,
yo te diría que soy de derecha, la izquierda casi ni la uso.
Me
tomé un respiro antes de seguir.
-Creo
que no me entiende. A ver, ¿usted cree que el Estado debe intervenir en el
mercado?
-Depende.
Por aquí hay un mercado que muy limpio no lo veo. Ahí sí yo creo que debe de intervenir.
-Es
que yo me refiero al mercado como concepto económico. ¿Me entiende? Por
ejemplo, ¿el Estado debe regular?
-Sí, debe regular.
-Ah
bueno, ya nos vamos entendiendo.
-Le
debe a los fonavistas, a los que tienen los bonos de Velazco, a los…
-No,
señor Acuña. Caramba, nos hemos vuelto a enredar. Mejor hablemos de otro tema.
Usted ha dicho que no le gusta leer, pero se presenta como el abanderado de la
educación. ¿No es eso una contradicción?
-En
lo absoluto, pero puede ser.
-¿Cómo
dijo?
-Le
digo que leer no es requisito para ser alguien en la vida, basta con un DNI.
Acuña
lo dijo con total convencimiento.
-Mejor
hablemos de su exesposa.
-Mejor
no.
-Según
ella, una noche usted la arrojó por las escaleras solo porque lo descubrió con
su amante.
-Es
falso. Es increíble todo lo que se puede decir para hacer daño.
-¿Entonces ella no lo encontró con su amante?
-Bueno,
eso sí.
-Ya
pero entonces, ¿usted no la arrojó por las escaleras?
-Sí,
claro, yo la arrojé.
-¿Entonces
por qué dice que miente?
-Es
que no fue de noche, fue en la tarde. Tremenda mentirosa.
-A
ver, señor Acuña, hablemos de su dinero.
-¿Cuánto
quieres?
-No,
yo no quiero nada.
-¿En
serio? ¿No quieres plata? ¿Te sientes bien?
En
ese momento, el hombre de terno que me había dejado ingresar, se acercó a nosotros
y le recordó a Acuña que debía cortar la
entrevista porque tenía una reunión en el partido.
-Caramba
–le dije-. No hemos hablado casi nada.
-Le
prometo que la próxima tendremos más tiempo.
-¿La
próxima semana?
-No,
la próxima elección.
-Antes
de irme –le dije-. Solo una última cosa.
-Dime.
-¿No
le molesta que la mayoría de gente no sepa el origen de su fortuna?
-No,
todo lo contrario.
Publicado en la revista Velaverde Nº148
¡Genial!
ResponderEliminarMuy bueno, agudo y ameno.
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