La
historia está llena de casos de ilustres personajes, cuya extravagancia y
particular forma de ser, impidieron ser valorados en su real dimensión;
personas ninguneadas, vilipendiadas, pero finalmente destinadas a trascender y dejar
un legado para la posteridad. Este, sin duda, es el caso de Daniel Urresti.
Afortunadamente, el ilustre
historiador Dr. Jones, de la Universidad de Indiana, por lo general dedicado al
hallazgo de grandes tesoros arqueológicos, también tiene entre sus intereses la
biografía de personajes históricos wanna be; de esta manera ha sabido ver
–nadie sabe cómo- las infinitas virtudes que concurren en la persona de nuestro
Ministro del Interior.
En
el libro –titulado “Urresti 2016”- el autor nos muestra a Urresti desde su más
tierna infancia. Según un amigo de Urresti, este mostró desde su niñez un
carácter explosivo.
-Le
gustaba mucho reventar cohetecillos.
-¿En
navidad?
-No,
en la cara.
De
joven, Urresti ingresó a la escuela de oficiales del Ejército. Su desempeño fue ejemplar, según recuerda un antiguo compañero.
-Su
nombre estuvo en el cuadro de honor.
-¿Por
mucho tiempo?
-Sí,
hasta que descubrieron que él mismo lo ponía.
Como
se ve, Urresti era un alumno esforzado. Sin embargo, tuvo muchas dificultades
para egresar debido a los problemas que tuvo con el curso de estadística: tenía
un ímpetu casi irrefrenable de inflar todas las cifras; y con el de química: la
composición del yeso lo confundía mucho.
En
el retiro, fue convocado por el gobierno de Humala para ser el Alto Comisionado
en Asuntos de Formalización de la Minería. Urresti se mostró reacio al inicio.
-Pero
no sé nada de formalización, ni de minería. Además ni alto soy.
-Vas
a poder reventar maquinarias.
-¿Cuándo
empiezo?
Una
tarde fue convocado a Palacio de Gobierno. El mismo presidente Humala lo
recibió y le propuso ser el nuevo Ministro del Interior.
-¿Y
qué puedo reventar ahí?
El
libro cuenta como, algunas personas malintencionadas, denunciaron que Urresti se encontraba
procesado por presuntamente ser el autor mediato del homicidio de un periodista.
Los defensores de los derechos humanos demandaron su salida y exigieron
justicia. Desde luego, todo eso no tenía sentido, después de todo, ¿cuándo
había habido justicia en nuestro país? Afortunadamente el presidente Humala considera que los derechos humanos es una suerte de asociación de hombres diestros y, con mucho criterio y algo de desfachatez, no se dio por aludido.
Con
el apoyo presidencial, Urresti mostró pronto que se trataba de un ministro distinto.
Atrás quedaron las aburridas estrategias y los tediosos análisis para combatir
la delincuencia. Ponerse a pensar ya era cosa del pasado, ¿planificar?, por
favor, pongámonos serios. Urresti
apuesta por un ministro que esté, literalmente, en la calle y, de preferencia,
frente a las cámaras. Si la gente me ve todos los días, va a pensar que se está
haciendo algo, dice. Que parezca que se está luchando contra la delincuencia ya
es algo importante, ¿acaso, además, vamos a querer que esa lucha sea de verdad?
El
pueblo –la voz de Dios- es sabio y por eso le da su respaldo; Urresti se ha
convertido en la figura más importante del gobierno. Que se trate del mismo
pueblo que puso a Kenyi como el congresista más votado, es, desde luego, un
hecho sin importancia.
Debido
a esta popularidad, según sus críticos, Humala no podría sacar a Urresti del cargo
aunque quisiera. Por tanto, además de gran ministro, Urresti es un talentoso
cazador; capturó a Orellana, a Benedicto Jiménez y ahora a Ollanta Humala.
Para terminar, como nos
recuerda el Dr. Jones en la introducción del libro, solo la historia pondrá en
su verdadero lugar a Urresti. Bueno, al menos alguna vez alguien lo pondrá en
su sitio.
Publicado en la revista Velaverde Nº96
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