Domingo en la mañana. El Dr. Medina estaba decidiendo entre
preparar su clase del lunes sobre Freud o preparar esos tamales verdes que tan
bien le salían, cuando el teléfono sonó. Dos horas después, Medina volaba
rumbo a Caracas.
Apenas llegó, un trabajador del aeropuerto pasó junto a él y
Medina no pudo contenerse:
-Dígame, ¿cómo van las cosas con Maduro?
-No nos podemos quejar.
-Qué bueno.
-No –dijo bajando la voz–, en verdad no nos podemos quejar. Hay
espías por todas partes.
Luego, unos hombres llevaron a Medina a un vehículo oficial. Ahí,
mientras se dirigían a la sede del Gobierno, un funcionario le estrechó la
mano.
-Doctor, mucho gusto. El presidente lo verá ahora. Antes solo le
pido que firme estos documentos como simple formalidad.
-¿Qué son?
-El primero es un acuerdo de confidencialidad sobre lo que vaya a
conversar con el presidente.
-Bueno.
-Y el segundo es la indemnización en caso rompa el acuerdo.
-¿Como una nota de embargo?
-Como una nota de suicidio más bien.
Llegaron a Palacio de Miraflores y lo llevaron hasta una pequeña
sala, dominada por un retrato de Chávez. Entonces, Nicolás Maduro ingresó, se
saludaron y se sentaron uno frente al otro.
-Doctor –dijo Maduro–. Tengo dudas sobre mi salud mental.
-Antes que nada debo decirle que, por ética personal, solo puedo
atenderlo si me demuestra que no es un dictador.
-Cónchale, ¿y qué hago ahora con los 20 mil dólares que íbamos a
pagarle?
-Bueno, creo que podría hacer una excepción.
-¿En nombre de la ciencia?
-Exacto, pero el cheque a nombre mío, por favor.
Maduro asiente.
-Lo escucho –dijo Medina–.
-Todo comenzó cuando un pajarito vino y me silbó un merengue, y
sentí clarito que era el mismísimo comandante Chávez. Pero claro, en seguida
noté que algo andaba mal, porque el comandante más bien prefería los joropos.
Se lo conté al país y todos me aplaudieron. Después vi la cara del comadante en
una piedra. Cónchale, me dije, esto ya es peor. Y también lo conté, pero lejos
de criticarme, el pueblo revolucionario me apoyó.
-Entiendo.
-Después lancé el Viceministerio de la Felicidad. Yo dije, bueno,
ahora sí me detendrán, pero nada, todos mis ayudantes encontraron mi idea
genial, salvo uno que después fue encontrado bajo tierra. Entonces pensé: o mi
pueblo está peor que yo, o yo soy el venezolano más cuerdo. Así que decidí
hacer la prueba final y declaré Navidad en pleno noviembre. Y nadie reclamó.
Solo un par de sacerdotes se negaron a admitir que el niño Jesús iba a ser
ochomesino. Los padres aparecieron muertos, pero la Policía determinó que se
habían suicidado a golpes con un bate de béisbol.
-Pero quién va a creer eso. En una verdadera democracia no existe
la tortura.
- No diga esa maldita palabra.
-¿Tortura?
-No, democracia.
Medina lo contempló. Había concluido ya que las probabilidades de
que Maduro apruebe un examen mental eran tan grandes como las que tenía de
entrar parado en una combi.
-Seré sincero.
-Dígame doctor.
-Tiene un serio problema de desbalance químico mental.
-O sea…
-Usted está loco. Digamos que algunas de sus neuronas están de
vacaciones y las otras en huelga indefinida.
Maduro enmudeció.
-Pero tranquilícese. Le voy a recetar algunos medicamentos y
estará mejor.
Un mes después. Lunes por la mañana. Medina se dirige a la
universidad. De pronto, en la radio se anuncia que Maduro ha responsabilizado
al Hombre Araña de la inseguridad en Venezuela, que ha dicho multiplicación de
“penes” en lugar de “panes” y que, además, ha decretado la reducción total de
los precios. Hay saqueos y la Policía tiene orden de detener a quienes intenten
pagar por los productos. Medina se inquietó, dio un suspiro y comprendió que
debía volver cuanto antes a Caracas. ¿Cuántos televisores me podré traer?,
pensó.
Publicado
en la revista Velaverde Nº42
No hay comentarios:
Publicar un comentario