lunes, 19 de octubre de 2015

De agendas, cebiches y habeas corpus

Sentado en el tercer nivel de un cebichería que tiene una excelente vista al mar, me reacomodé el saco y me ajusté la corbata. Debo admitir que sentía algo de nervios, pero pude seguir concentrado en mi papel. Iba a darle una última mirada a la grabadora que llevaba escondida, pero entonces la persona que esperaba llegó. Eduardo Roy Gates arribó hasta mi mesa, nos estrechamos las manos y se sentó. El mozo se dispuso a tomar nuestros pedidos.





-¿Qué le parece si pido una Ensalada Caprese de Trucha Ahumada? –me dijo Gates.
-Claro, está bien.
-¿Y para beber? –preguntó el mozo.
-¿Cerveza? –me dijo Roy Gates y yo asentí. Luego miró al mozo- . Un par de cervezas heladas que es lo mejor con lo que se puede acompañar esto.
-Claro, claro.
-Bueno, usted dirá, por teléfono me dijo que quería contratar mis servicios. En circunstancias normales no aceptaría más casos del que estoy viendo ahora.
-Entiendo.
-Usted sabe –me dijo, con una cara de amplia satisfacción y pronunciando con entusiasmo cada sílaba- soy el abogado de Nadine Heredia.
-Claro, cómo no saberlo. Usted sale todos los días en las noticias.
-Sí, pues. Gajes del oficio, pero no quiero aburrirlo con cosas de política. Cuénteme de su caso. Por teléfono me dijo que se trataba de un litigio millonario.
-No sé mucho de política –le dije-.Pero tampoco es que no me interese del todo. Es más, le confieso que soy admirador del presidente y de la primera dama.

El mozo regresó con las cervezas y los vasos. Roy Gates bebió uno hasta la mitad.

-Mire –me dijo- lo que le están haciendo a la pareja presidencial, en especial a Nadine es un cargamontón sin nombre.
-Lo dice por las cuentas –le dije mientras apuraba mi vaso.
-Por eso también –me dijo y luego bajó un poco la voz-. Pero lo verdaderamente preocupante son las agendas.
-¿Preocupante por qué? Hasta donde sé las agendas no son de Nadine.

Roy Gates se inclinó hacia atrás, miró a los lados y frunció el ceño.

-Creo que estoy hablando demás. Me disculpa, pero prefiero ya no tocar el tema. Después de todo, ¿qué va a pensar usted? ¿Que hablo de mis clientes con cualquier persona?

Aproveché el desliz, enderecé mi espalda y abrí los ojos un poco más.

-¿Le parezco cualquier persona?

El abogado palaciego puso entonces los brazos en el borde de la mesa.

-Claro que no, me disculpa –me dijo.- No lo dije con esa intención.
-Vamos, no se preocupe –le dije sonriendo-. Le estoy haciendo una pequeña broma.

Roy Gates sonrió.

-Yo creo que el gobierno de Humala ha hecho mucho más que otros gobiernos –le dije tratando de no morderme la lengua-. Pero en este país la gente es malagradecida.
-Caramba, señor Rodríguez. Tiene usted toda la razón. Me alegra que vea las cosas con tanta claridad.
-Pero es la única forma de verlas.

Roy Gates iba a decirme algo, pero calló al ver que el mozo llegaba con la ensalada.

-Y eso de las agendas es lo mismo –dije yo, tratando de no ser demasiado obvio-. Si Nadine ya dijo que no son de ellas, ¿para qué se va  someter a una prueba?

Roy Gates bebió otra vez del vaso de cerveza.

-Mire amigo –me dijo, bajando ligeramente la voz otra vez-. Nadine no tiene miedo de ir a un peritaje grafotécnico.
-Yo sé que no tiene miedo, pero ¿por qué darles el gusto a los malpensados?
-La verdad es que antes había algo de temor, pero ahora ya todas las piezas están en su lugar. Nadine puede ir al peritaje sin temor alguno.
-No lo entiendo.
-Perdóneme otra vez, pero lo que tiene que entender es que yo hago todo lo necesario para que mis clientes salgan bien librados. No se olvide de eso.
-¿O sea que Nadine va a salir bien librada? Qué gusto me da. Por fin podrá demostrar que las agendas no son de ella.

Por primera vez en la conversación, Roy Gates pareció mirarme distinto. De pronto, una sombra de sospecha parecía haberse instalado en él.

-Le interesa mucho el tema de las agendas, ¿no?
-¿A mí? No, usted las mencionó.
-Las agendas y la letra que están en ella son de Nadine –me dijo de golpe y luego se me quedó viendo, sopesándome, estudiando mi reacción.

Yo asentí y lo miré fijamente. Luego miré hacia un lado y me tomé el resto del vaso de cerveza.

-¿En serio?

Roy Gates me miró un momento más y luego pareció distenderse, bajar la guardia.

-Vamos señor Rodríguez, eso lo saben todos. Pero a quién le interesa la verdad. A mí no y esa es una cosa que también debería saber si voy a trabajar para usted. La única verdad es la de mi cliente.
-Qué bueno escuchar eso.
-Igual está demás que le diga que lo que le dije es reservado. Tómelo como una muestra de confianza.
-No se preocupe doctor, usted no ha dicho nada.
-Sabe señor Rodríguez, por un momento pensé que usted….
-¿Que yo qué?
-Nada, se me ocurrió que quería sacarme información o algo así.

Sonreí entonces abiertamente.

-Claro -le dije-, ¿no ve que lo estoy grabando?

Roy Gates sonrío también, aunque su rostro no terminaba por relajarse del todo.

-Bueno, señor Rodríguez, hablemos de su caso entones.
-Desde luego, doctor.

En ese momento sonó mi celular, tal como lo había configurado.

-Sí, dime, ¿qué pasa?...carajo, ¿y cómo pasó?...bueno ya, ¿dónde dices que estás? Ya, ya, tú quédate tranquila. Voy en seguida.

Apenas colgué el celular me puse de pie. Roy Gates hizo lo propio. Le dije que me disculpara, pero tenía que irme porque le habían chocado a mi hermana y ella estaba muy nerviosa. Roy Gates se ofreció en ayudarme, pero al final solo le dije que lo llamaría para concretar la contratación de sus servicios.

Salí de la cebichería, caminé por el malecón y la brisa marina llenó mis pulmones. Cuando estuve seguro que ya no podría verme me saqué el saco y me aflojé la corbata. Entonces tomé un taxi. En el camino las ideas iban y venían: el abogado de Nadine admitiendo que las agendas eran de ella no es poca cosa. Sin embargo, cuando entré a mi casa vi que había ocurrido una tragedia. No sé por qué, pero la grabadora se había detenido casi al empezar y no había grabado nada importante.

Después de mucho meditar, me dije que no importa, que igual contaría esta historia aunque sea mi palabra contra la de Roy Gates. De todas maneras ya tengo preparado un habeas corpus. Uno nunca sabe.


Publicada en la revista Velaverde Nº137                                                                                                                                                                                                                                        

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