jueves, 19 de marzo de 2015

Castañeda y la venganza amarilla



Sentado en su amplio sillón municipal, Castañeda revisa en su computadora las cuentas del municipio.  El sonido del teléfono lo sacó de sus cavilaciones.

-Señor alcalde, lo busca la señora Juárez –dijo la voz a través del hilo telefónico.

La teniente alcaldesa ingresa y, de pronto, Castañeda la nota extraña. Del andar seguro y altivo quedaba poco y ahora la veía atravesar la oficina con pasos casi arrastrados, como si le pesara los pies. Su rostro, además, parecía apagado.

-Lucho, ¿cómo estás? –dijo mientras se sentaba.
-Bien, bien, más bien dime qué te ocurre. No me gusta tu aspecto.
-Bueno, Lucho, tú tampoco eres un adonis.
-Vamos, Patricia, yo me refiero a tu semblante. Parece como si algo te preocupara.

Juárez carraspea. Se pasa la manó por su frente, como peinando un cerquillo inexistente.

-Mejor dime primero para qué me mandaste llamar –dijo.

Castañeda se reacomoda en su asiento y da un suspiro.

-A ver, Patricia, mira, he estado viendo las cuentas del municipio. Yo creo que podemos hacer varios negociados.
-¿Negociados? Querrás decir negocios.
-Claro, eso quiero decir: negocios. Y fíjate que aquí tenemos para dos o tres periodos más. La verdad prefiero asegurarme aquí en lugar de  lanzarme a la presidencia. Aquí sin que nadie nos moleste podemos dedicarnos a desfalcar…
-¿A desfalcar? Querrás decir a gobernar.
-Eso mismo: gobernar. Tú sabes que a veces me confundo con las palabras.

Juárez se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro de la oficina.

-¿Qué pasa Patricia?
-Lucho, tengo que darte una mala noticia.
-A ver, dime.

La teniente alcaldesa se detuvo de pronto en medio del lugar y desde ahí miró a Castañeda.

-Lucho, esta mañana se puso a votación una norma que prohíbe la reelección de los alcaldes.
-¿De los alcaldes?
-Sí –dijo volviendo a sentarse-. Felizmente nuestros congresistas estuvieron en la votación.
-¡Qué bueno! Entonces lograron que la ley no se apruebe.
-No, la ley se aprobó.
-¿Y entonces por qué me dices que felizmente estuvieron en la votación?
-Porque si no hubieran estado le habrían puesto falta.
Uno, dos, tres segundos de silencio y de pronto, furibundo, Castañeda golpea el escritorio. La madera de roble resuena y Juárez casi se cae del asiento del susto.

-No sé por qué pero creo que Susana está detrás de esto.
-Pero esto es decisión del Congreso.
-Lo sé, pero es igual. Esto tiene que ser culpa de ella.
-Estás obsesionado con ella.
-¿Yo? ¿Obsesionado con ella? Estás completamente equivocada Susana.

Juárez alza las cejas y el alcalde refunfuña. Achina los ojos, se encorva y cierra los puños.

-Tenemos que vengarnos. Despide a todos los miles que trabajaron con ella.
-Eso ya lo hicimos Lucho.
-¿Ah sí? Entonces hay que parar la reforma del transporte y que regrese Orión y los correteos.
-Eso también ya lo hicimos.
-Caramba, ¿y entonces qué más podemos hacer?
-No se me ocurre.

Entonces una sonrisa siniestra se dibuja en el rostro del alcalde.

-Dime, ¿has visto esos murales que hay por el centro?
-Sí, claro. Están bien bonitos, llenos de colores, con diseños modernos y bien pensados.
-No me gustan para nada.
-En realidad son de lo peor.
-Qué bueno que coincidas conmigo. Vamos a borrar toda huella de la gestión de Susana.
-¿Otra vez con Susana?
-Escúchame. Vamos a borrar todos los murales. Eso les va a doler a Susana y su gente.
-Pero Lucho, ¿no estarás exagerando?
-No, diles a los de asesoría legal que me den una excusa para borrar todos los murales.
-Dicen que uno de los que los pintó es simpatizante del Movadef.
-Excelente. Voy a decir que los murales no quedan con la ciudad y…
-¿Qué los murales no quedan con la ciudad? ¿Eso qué significa?
-No sé, diles a los de la dirección de Cultura que le encuentren significado. También voy a decir que Susana le pagó a uno del Movadef para que haga apología del terrorismo.
-¿Y tú crees que la gente se crea todo eso?
-Claro, aquí la gente se cree todo.
-Pero Lucho, algunos de esos murales están muy bien hechos. En uno de ellos incluso está Chabuca Granda.
-No me importa. Nunca me gustó mucho “La Flor de la Canela”. Todos serán destruidos y los pintamos de amarillo.
-Lucho, cálmate y escúchame. Es mejor no meterse con Chabuca.

Castañeda juga con sus dedos sobre el escritorio.

-Está bien, dejémosle a Chabuca. Todo lo demás hay que pintarlo de amarillo.
-¿No es mucho ya Lucho? El amarillo es el color de nuestro partido.
- Vaya, qué feliz coincidencia.
-¿Estás más tranquilo ya?
-Lo estaré cuando todo esté pintado.
-¿Y después Lucho? ¿Después ya empezaremos a trabajar?
-Claro, Patricia, ahora hay que esforzarse más. Solo tenemos cuatro años para asaltar la ciudad.
-¿Para asaltar? Querrás decir para administrar.
-Claro, claro, Patricia, para eso.


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