lunes, 23 de febrero de 2015

En "solidaridad" con Urresti


Apenas se conoció que Daniel Urresti iba a dejar el cargo de Ministro del Interior, todos sus críticos –gente negativa que tiene la mala costumbre de pensar-  se mostraron satisfechos. Por fin, dijeron, el presidente Humala había comprendido que la permanencia de este funcionario era dañina para el país.

Pero ¿acaso Urresti es tan malo como lo pintan? ¿Acaso es peor? ¿Acaso en verdad lo pintan? Ajeno al vaivén de la mecedora mediática, lejos de quienes lo consideran como nefasto e impresentable, yo, aun a riesgo de quedar afónico, levanto mi voz de protesta y digo que no, que Urresti es en realidad un incomprendido, un visionario, un hombre de luces aunque él mismo crea que al serlo pueda electrocutarse.



Desde el primer día que Urresti asumió el cargo quedó en evidencia que no sería un ministro más; para otros, en cambio, quedó claro que no sería más ministro.

Recuerdo que cuando fue presentado por su antecesor, Walter Albán, Urresti dio un paso hacia adelante y golpeó el suelo con su zapato. Luego gritó a todo pulmón: ¡Policía! No pocos desenfundaron sus armas pensando que se trataba en realidad de un grito de auxilio. ¿Lo estarán asaltando?, se preguntaron algunos. Pasada la incertidumbre, los efectivos policiales reunidos ahí comprendieron que aquel grito tribal se trataba en verdad de una arenga. De pronto, se pusieron felices. Al fin un ministro los apoyaría en verdad, aunque  sea como jefe de barra en los campeonatos interministeriales de fines de año.

Recuerdo también que ese mismo día, en sus primeras declaraciones a la prensa, Urresti mostró su real naturaleza. A diferencia de aquellos ministros timoratos que procuran seguir con lo hecho por su antecesor, o pretenden actuar en el marco de los lineamientos del gobierno, Urresti, con una valentía y una humildad pocas veces vista, dijo claramente que con él se iniciaba la lucha contra la seguridad ciudadana.  Era, pues, el líder que necesitábamos. Detrás de él iban a estar la Policía y los ciudadanos, y detrás de todos nosotros los delincuentes apuntándonos. En este contexto, había la certeza de que la fama de Urresti pronto cruzaría las fronteras, pero el primero en cruzarlas fue Belaúnde Lossio.

Que, según las estadísticas de Urresti, la Policía ya haya detenido a todos los delincuentes del país no debería llenarnos de dudas sino de tranquilidad. Que Urresti, asimismo, haya transformado la droga en yeso no debería ser motivo de investigación policial, sino científica. Después de todo, podríamos estar frente a nuestro primer Nobel de Química. Que haya encontrado fascinación en el envío de tuits solo muestra que Urresti es un hombre abierto a las nuevas tecnologías y no, como dicen los malintencionados, que su léxico no excede los 140 caracteres.

También es cierto que su capacidad para el cargo  ha sido inversamente proporcional a su talante autoritario, pero ello no es un demérito.  Todo lo contrario. El país necesita una persona de las condiciones de Urresti; alguien que sepa imponer sus ideas, aunque no se sepa si las tiene.

Como se puede ver, todo este tiempo Urresti ha sido víctima de una siniestra campaña destinada a desacreditarlo y dañar su imagen, aunque algunos dudan si  en verdad esta hiciera falta. Los instrumentos de este ataque sistemático han sido los medios de comunicación. De esta forma, los dioses del periodismo se han empeñado en presentar denuncias fundamentadas sobre la gestión de Urresti. No hay derecho para tal ensañamiento.

Por ello desde aquí, es decir, frente a la computadora, me solidarizo con él. Puedo vislumbrar con claridad que Urresti tendrá un futuro político; aunque la verdad, de ser así, prefiero no imaginar cuál sería el nuestro.

Publicado en la revista Velaverde Nº103




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