jueves, 5 de febrero de 2015

De Velaverde, correos y denuncias

Con el inusual aunque simbólico nombre de Velaverde, esta  revista vio la luz pública una veraniega mañana de marzo del 2013.  Desde entonces, mucha tinta se ha utilizado, muchas plumas han llegado y partido, muchos editoriales, reportajes, entrevistas, comentarios y demás información han desfilado, edición tras edición, por estas páginas. Y así hasta hoy, la flamante edición número 100.

Conmemorando esta fecha, y recordando aquella máxima que dice que una revista se debe a sus lectores –aunque en mi caso yo le debo a mis lectores, bueno, no a todos-, he revisado durante semanas -bueno, está bien, durante 10 minutos- los correos electrónicos enviados a Velaverde. He preferido concentrarme en aquellos enviados por personajes cuestionados, quienes enfurecidos han pretendido echar sombras sobre el trabajo de esta revista. Ello, que personas de dudosa probidad le hayan dicho la vela verde a Velaverde, solo es señal que el trabajo periodístico se está cumpliendo.



Y así, tras un riguroso y casi científico método de selección, he escogido los siguientes correos:
        
Asunto: No pues

No muy estimados señores de Velaverde:

Les escribo porque me siento indignado por la forma en que me han venido presentando en sus reportajes. ¿De qué se me acusa? ¿De vender una y otra vez y otra vez una propiedad? Allí donde ustedes, malintencionados, ven algo irregular yo solo veo exceso de formalidad. ¿Que he puesto a mi nombre terrenos que nos míos? Es obvio, para poner  algo a mi nombre quiere decir que estaba a nombre de otro. Es elemental. Me extraña que sus acuciosos periodistas no hayan sabido diferenciar las cosas.

Rodolfo.

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Asunto: Loco amor

Señores de Velaverde:

Es realmente lamentable que publiquen historias destinadas a desprestigiarme. ¿Cuál es mi pecado? Yo solo sucumbí ante los encantos de una chiclayana casi 30 años menor. Se me acusa de organizar y liderar una red de corrupción, pero no lo hice con un fin crematístico sino romántico. Que este derroche afectivo se diera a expensas de los recursos de los chiclayanos es, visto con los ojos del amor, un hecho sin importancia. Por ello me apena que me quieran comparar con personajes tan nefastos como Gregorio Santos o César Álvarez, cuando, en todo caso, me encuentro más cercano al amoroso burgomaestre de Surco y sus osos panda.

Roberto.



Un caso aparte fue lo ocurrido con el congresista Juan Díaz Dios quien, en un día que Dios no lo acompañó, hizo una denuncia contra el gobierno tomando como verdaderos un correos aparecidos en la sección ficción –aquí- de esta revista.

Asunto: Desestabilizadores

Señores:

Estaba seguro que con mi denuncia iba a caer el gabinete de Ana Jara, pero solo cayó mi credibilidad; hecho terrible más aun considerando que presido la comisión López Meneses. ¿Se han dado cuenta ustedes, señores de Velaverde, que han puesto en peligro tan importante investigación? ¿O aquí lo que existe es  complicidad? ¿De casualidad ustedes también tienen un resguardo policial ilegal? Y ahora me dirijo al autor de esos correos supuestamente divertidos que, la verdad, no me hicieron ninguna gracia. ¿Ha comprendido usted  que ha puesto en peligro la democracia, la estabilidad jurídica y la biodiversidad? ¿Acaso le pareció divertido verme hacer el ridículo? Lo conmino a que en lo sucesivo se atenga a los hechos y deje de andar por la vida inventando cosas y haciendo ficción, sobre todo si esta no es real.

Juan.


Por razones de espacio, muchos otros correos quedaron al margen de ser publicados. Y, en aras de mantener de la salud mental de los lectores, así quedarán.

Publicado en la revista Velaverde Nº100



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