lunes, 19 de enero de 2015

De butifarras, cafés y temblores

Luego de una larga y acalorada discusión en el más alto nivel de esta revista –es decir, en el último piso-, finalmente fui designado para viajar a Bolivia y cumplir la misión de ubicar y entrevistar a Belaúnde Lossio.

-Todos estuvieron de acuerdo en que viajes- me confesó el editor.
-Ah qué bueno.
-Pero no todos estuvieron de acuerdo en que regreses.

Conmovido, agradecí la confianza depositada en mí, aunque hubiera agradecido más si me hubieran depositado también los viáticos.

-Pero ya te los depositamos en tu cuenta –me aclaró y luego me entregó un sobre-. Y aquí está tu pasaje de ida.
-¿Y el de vuelta?
-Ya lo vemos después.



A la mañana siguiente llegué a San Cruz. Me recibió un clima más caluroso del que había imaginado. Fui al hotel donde ya tenía una reservación, me instalé y bajé a la cafetería para tomar un verdadero desayuno, no esa comida frugal que me habían dado en el avión.

Mientras degustaba una suculenta butifarra, me preguntaba: Si yo fuera Belaúnde Lossio, ¿dónde debería estar? Pues en la cárcel, me respondía. Pero no, a ver, me refiero a en dónde me escondería. Comprendí rápidamente que estaba del todo perdido y que mi misión periodística se había convertido, de pronto, en una película de Misión Imposible, solo que sin Tom Cruise, sin música de fondo y sin final feliz.

Tuve un pequeño momento de profunda crisis. ¿Qué será ahora de mi futuro profesional? ¿Qué posibilidades tendré ahora de ganar el Pulitzer? ¿Tendré que devolver los viáticos?

Entonces, tuve un increíble golpe de suerte. El mismísimo Martín Belaúnde Lossio ingresó a la cafetería en compañía de su abogado. Se sentaron a pocos metros de mi mesa. Luego el abogado se levantó y se fue a los servicios higiénicos. En el acto, me puse de pie, dejé mi butifarra en la mesa y, con el corazón en una mano y con mi libreta y un lapicero en la otra, me acerqué.

Belaúnde Lossio, extrañado, me vio llegar; luego esbozó una sonrisa.

-Tráeme dos cafés.

-No señor, no soy mozo, soy periodista. Aunque le puedo recomendar las butifarras.

Los ojos de Belaúnde Lossio se abrieron más de la cuenta

-¡Periodista! ¡Por Dios!
-No se preocupe. No hay problema.
-Claro que sí. ¿Y ahora quién me va a traer los cafés?

Di entonces un paso más hacia su mesa.

-Vengo desde Lima para entrevistarlo.
-No voy a declarar.
-Solo son unas cuantas preguntas.
-Mi abogado no quiere.
-Pero él no está. Al menos hasta que regrese.

Belaúnde Lossio alzó la vista para verme. Era como si recién hubiera advertido mi presencia.

-Bueno, te escucho.

El momento había llegado: la respiración se me aceleró y la adrenalina se liberó en mis venas.

-Señor Belaúnde Lossio. ¿Usted dijo que no se iría gratis a la cárcel? ¿Era una amenaza directa a la pareja presidencial?

El rostro del prófugo de la justicia peruana se puso rígido, aplomado.

-¿Sabe qué? Le contaré todo. Que el país sepa que…

Entonces calló de pronto. Se puso de pie casi al mismo tiempo que la tierra empezó a temblar. En un segundo, los demás comensales ya se habían levantado de sus mesas y caminaban a paso raudo hacia la salida. En medio del caos, yo estaba inmóvil, apenas si vi cuando el abogado apareció y se llevó a su cliente.

Cuando segundos después el suelo dejó de moverse, ya no había ni la sombra de Belaúnde Lossio. Abatido y desconsolado regresé a mi mesa solo para comprobar que las cosas siempre pueden estar peor: no estaba mi butifarra.

Publicado en la revista Velaverde Nº98

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